por Andreas Faber-Kaiser
1992
de
AFK Website
En 1986, me interné en solitario en la
selva ecuatoriana, en busca
de la entrada que —oculta en la espesura amazónica— da acceso a los
túneles de los Tayos, que supuestamente albergan el valioso legado
de una civilización desconocida. Desde entonces guardé silencio
sobre lo que allí averigüé, por haberlo pactado así con los
celadores visibles de aquel mundo subterráneo. Ahora, al cabo de
seis años, me veo obligado a publicar parte de su testimonio,
forzado a ello por sendos artículos aparecidos recientemente sobre
las cuevas de los Tayos y sobre el túnel de Costa Rica.
image from
GoldLibrary Website
Cuando le sorprendo en el comedor del hotel Guayaquil aquel mediodía
de finales de marzo de 1986, le fastidio a Janos Moricz el jugo de
papaya que se estaba llevando a los labios. Retornó el vaso a la
mesa y me miró como si fuera un ectoplasma:
"¿De dónde sale usted? Ya no creíamos volver a verle..."
Contra su consejo y contra el de sus colaboradores, me había
aventurado solo en el Oriente ecuatoriano, en la espesura de la
selva amazónica, en busca de una confirmación de cuanto él aseguraba
existe en el subsuelo de aquellos parajes vírgenes. Dado que no
logré que me acompañara al lugar de su extraordinaria experiencia,
decidí ir solo. Intentó disuadirme durante muchos días, para acabar
brindándome una cena de despedida para alguien al que no se le va a
volver a ver:
"Entrar solo en la selva supone la muerte. De allí no
sales si no la conoces bien."
LA LEY DEL SILENCIO
Ahora que había regresado, y que le demostré hasta dónde había
llegado, su actitud cambió por completo: me abrió su pequeño museo
junto a la sede de la Empresa Minera Cumbaratza y de la Empresa
Minera del Sur, en Guayaquil, me mostró parte de su oro, sus
fotografías del interior de los túneles, y me obsequió con un plano
de los mismos:
"Es usted el primer extranjero que ha tenido el
arrojo de ir solo hasta las cuevas. Otros lo han intentado, pero
nunca nadie había ido solo. Ha crecido enormemente mi respeto por
usted, por lo que, la próxima vez que venga, le prometo acompañarle
a la selva. Solamente le pido a cambio que no publique absolutamente
nada de lo que ha visto ni de lo que le he estado explicando."
No hacía falta que insistiera en ello. Conozco bien las reglas y sé
respetarlas: por ética y por propia seguridad, pues queda mucho
camino por recorrer.
UN REGUERO DE INFARTOS
Prácticamente a la misma hora en que estaba yo aterrizando
procedente de Bogotá en el aeropuerto Simón Bolívar de Guayaquil, el
22 de febrero de 1986, moría de un infarto en los montes cercanos a
Vilcabamba —en donde Moricz estaba concentrando sus más recientes
prospecciones mineras— el ingeniero jefe de su equipo de geólogos,
el alemán Dr. Stadler, que hacía su primer recorrido de
reconocimiento del terreno. Esta fue mi bienvenida.
Mi llegada
coincidió con la del ingeniero Hans Theo Sürth, ayudante de
Rommel
en el desierto en sus años mozos, y que ahora actuaba en
representación del Departamento de Geología y Minería de la misma
empresa alemana que había enviado al Dr. Stadler. Al comunicar
Sürth
la muerte de su compañero a la central alemana, no tardó en recibir
un telex de sus jefes que finalizaba con estas palabras: "... y
abrid bien los ojos". No dudé en aplicarme el consejo.
En 1987 telefoneé a Pierre Paolantoni a su casa de Paris. Me
interesaba contactarle dado que catorce años antes también él había
obtenido información de primera mano de Janos Moricz —que por cierto
cambió hace años su nombre original húngaro de Janos por el español
Juan—. Quedé con Pierre en que nos veríamos personalmente en la
primera ocasión que yo tuviera de viajar a Paris. Cuando meses más
tarde se dio esta ocasión, telefoneé previamente para acordar una
cita.
Atendió al teléfono su mujer Marie-Thérèse: que no hacía falta
que fuera a verlos, dado que al día siguiente de mi primera llamada,
Pierre Paolantoni había sido ingresado de urgencia en una clínica
por haber sufrido un ataque cardíaco. Precisaba reposos absoluto y
no quería ni oír hablar del tema. Durante el invierno de 1991 acudí
repetidas veces al domicilio de los Paolantoni en París, pero jamás
logré hablar con ellos cara a cara.
Por primera vez desde su salida durante la ocupación rusa, Janos
Moricz tenía intención de viajar a Europa, a su Hungría natal, en el
verano de 1990. Al no venir, le llamé a Guayaquil:
"Con la guerra
que se está fraguando en el Golfo, yo no viajo a Europa ni loco", me
dijo, para añadir: "Y le doy un consejo: lárguese con su familia
ahora que aún está a tiempo. Aquí tiene usted casa y comida para el
tiempo que haga falta."
Temía que la guerra del Golfo le matara en
Europa. Y las paradojas del destino pueden llegar a ser grotescas,
dado que no interpretó bien el mensaje: se quedó en el Ecuador, y
exactamente el día antes de que el diabólico presidente Bush
anunciara el fin de la guerra del Golfo, Janos Moricz fue hallado
muerto de un infarto de miocardio, el 27 de febrero de 1991, en la
habitación de un hotel en Guayaquil.
EL HALLAZGO DE MORICZ
Entre la voluminosa documentación que me entregó
Juan Moricz cuando
regresé de la selva, figura copia de la Escritura notarial de
protocolización de la denuncia oficial de su sorprendente hallazgo.
La presentó hace casi 20 años al Ministro de Finanzas, y por su
intermedio al Presidente de la República del Ecuador, para dejar
constancia de la exactitud de sus afirmaciones. Extracto de esta
Escritura notarial:
"He descubierto, en la región Oriental, provincia de Morona-Santiago,
(click imagen derecha) dentro de los límites de la República del Ecuador, objetos preciosos
de gran valor cultural e histórico para la humanidad, que consisten
en láminas metálicas que elaboradas por el hombre contienen la
relación histórica de toda una civilización perdida de la cual el
género humano no tiene memoria ni indicio todavía.
Tales objetos se
encuentran agrupados dentro de variadas y distintas cuevas, siendo
de diversas clases en cada una de ellas. He realizado el
descubrimiento de manera enteramente fortuita, en circunstancia en
que, en mi calidad de científico, investigaba aspectos folklóricos,
etnológicos y lingüísticos de tribus ecuatorianas.
Los objetos por
mí descubiertos tienen las características siguientes, las cuales he
podido constatar personalmente:
-
Uno: Objetos de piedra y metal en
distintos tamaños, formas y colores.
-
Dos: Láminas de metal grabadas
con signos y escritura ideográfica, verdadera biblioteca metálica
que contiene la relación cronológica de la historia de la humanidad,
el origen del hombre sobre la Tierra y los conocimientos científicos
de una civilización extinguida."
Lamina
metálica encontrada dentro la Cueva de Los Tayos...
(image from
ForosKaliman Website)
Más adelante, y siempre dentro de la misma escritura notarial,
Moricz no se anda con rodeos ni tapujos cuando se dirige al
Presidente de la República:
"Pido a usted se digne nombrar una comisión nacional ecuatoriana de
control y de supervisión, a fin de dar a conocer a sus integrantes
el lugar exacto en que se encuentran las variadas cuevas y cavernas
que contienen los objetos descubiertos.
Dejo constancia de que me
reservo el derecho de posteriormente presentar ante quien usted
determine, fotografías, películas, e incluso muestras originales que
sirvan para ampliar la descripción e identificar claramente la
forma, tamaño, disposición y calidad de los objetos por mí
descubiertos.
Dejo constancia, además, de que en uso de mi derecho
de dominio sobre la parte que me corresponde en el hallazgo en
conformidad con la Ley, me reservo el derecho de proceder al
señalamiento y ubicación exactos del lugar donde los objetos se
encuentran una vez que se haya designado oficialmente la comisión
que solicito, y ésta se halle reunida e integrada con los
científicos, investigadores y observadores que yo por mi parte
designe en salvaguarda de mis derechos."
COMPROMISO DE SILENCIO
El 23 de julio de 1969 se firmó en Guayaquil un documento que
comenzaba así:
"Los abajo firmantes, integrantes de la expedición a las cuevas
descubiertas y denunciadas en el Ecuador por el Sr. Juan Moricz, nos
comprometemos formalmente a no formular declaración alguna
periodística, radiodifundida, televisada u otras de similar
naturaleza, ni a publicar fotografía alguna relacionada con la
expedición, sus incidencias, los objetos preciosos existentes en el
interior de las cavernas, la ubicación geográfica del lugar
descubierto, las teorías o hipótesis a que conduce el descubrimiento
y en general respecto de todos los pormenores de la expedición."
Etc.
De hecho, yo podía haber publicado un libro sobre mi viaje a los
Tayos ("Tayu Wari" en el idioma de los nativos) tan pronto como
regresé a Barcelona, en la primavera de 1986. Pero no me parecía
ético. Prefería seguir buscando en esta dirección, como en tantas
otras, en silencio. Prefería la postura del propio Moricz, cuando le
pregunté qué pasaría si él moría antes de poder dar al mundo el
mensaje que se había traído del interior de las cuevas:
"No pasaría
nada. Entonces no habré sido yo el elegido para dar este mensaje."
Pero apareció recientemente un artículo sobre los Tayos, firmado por
alguien que nunca estuvo cerca de los mismos, ni mucho menos al
borde de su entrada. Valga decir aquí de paso que tampoco Erich von
Däniken estuvo jamás en la selva que encierra estas cuevas.
Un mes después de este reportaje, apareció un artículo sobre el
túnel del "Templo de la Luna", al que descendí con
Juan José Benítez
en Costa Rica en octubre de 1985. Honestamente creo que no era
momento todavía de publicar nada sobre ninguno de los dos túneles.
En el caso de los Tayos, me obligan a publicar parte de mi propio
testimonio, en apoyo de sus mismas afirmaciones.
MANIOBRAS DE
DISTRACCIÓN
Como queda dicho, llegué a Guayaquil en febrero de 1986. En la sede
de la Empresa Minera Cumbaratza me recibe Zoltan, compañero de
fatigas de Moricz, y me comunica que acaba de morir en los montes
cercanos a Vilcabamba el geólogo alemán ya citado. En los días
siguientes Janos Moricz, su compañero y compatriota Zoltan y
Gerardo
Peña, el abogado del grupo, me convierten en su huésped de honor y
se empeñan en disuadirme de mi empeño de visitar las cuevas:
"¿De
verdad quiere irse a Oriente? Esto siempre es peligroso, e ir solo
es un suicidio."
Pero yo no dejo de hacer mis preparativos para el
viaje a la selva. Intento conseguir en Guayaquil, sin éxito, el
ansiado suero contra la mordedura de serpientes, que no había podido
obtener en Barcelona ni en Madrid. Tampoco aquí. En el mercado negro
puedo agenciarme un revólver sin licencia por 80.000.- sucres, unas
80.000.- pesetas.
En algunas ferreterías de la capital del Guayas me
ofrecen un rudimentario artefacto de dos balas, sin ninguna
precisión, por unas 20.000.- pesetas. Decido que ya veré cómo me
defiendo en la selva cuando esté más cerca de ella. Mientras tanto,
me compro una hamaca y un poncho de lona para las lluvias.
En vez de ir conmigo a la selva como estaba previsto, Janos Moricz
me invita a acompañarle a Vilcabamba —el pequeño valle andino con
mayor índice de longevidad de América—, no sin antes darme un
consejo:
"Llévese bastantes botellas de aguardiente de caña. No para
usted, sino para la mula, por si ésta flaquea en la selva: un trago
de aguardiente la levanta de golpe. Además, es lo más seguro:
montado en la mula no le morderá ninguna serpiente."
Me llevo
aguardiente y whisky para mí. Viajo al sur del Ecuador, casi a la
frontera con el Perú, en un "Trooper" de la Empresa Minera del Sur y
en compañía de Zoltan.
"¿Por qué no se olvida de los Tayos? Verá
cómo le gustan las minas. Es toda una experiencia. Escriba un libro
sobre las minas y sobre el oro. Le daremos toda la información que
precise y en Vilcabamba estamos abriendo una nueva prospección.
Puede vivir allí como invitado nuestro el tiempo que quiera."
No
sabían con quién estaban hablando.
ÚLTIMOS CONSEJOS Y ADVERTENCIAS
En el camino, me compro en Loja unas botas de agua "Siete vidas"
para la selva: con ellas avanzas mejor cuando el piso se transforma
en lodazal, y puedes evitar la eventual mordedura de alguna
serpiente que estés a punto de pisar por no haberla visto entre la
hojarasca. Sirven, siempre y cuando sus colmillos sean lo
suficientemente pequeños para no perforar la goma de las botas.
Llegamos al Hotel de Turistas de Vilcabamba, en los Andes, adquirido
y transformado por Moricz en laboratorio de Geología, en el preciso
instante en que en su cocina dan caza a una serpiente que se había
colado en el edificio.
En los dos días siguientes todo son intentos
de disuadirme de mi intención de llegar a los Tayos. Dado que no
cedo, Moricz me brinda un banquete de despedida en el que se queman
los últimos cartuchos: me advierten que nadie había vuelto solo de
aquella selva, que las boas van a dar cuenta de mí antes de que me
pueda apercibir de ello, que los tigrillos (jaguares) no son ninguna
broma, y que las serpientes esperan gozosas mi llegada. La
orquestación era la de toda una "última cena".
Al día siguiente madrugo para emprender con el hijo del cónsul
alemán en Guayaquil, Günter Lisken, agregado al ministro de
Industria del Ecuador, el largo viaje en jeep hasta Cuenca, la
histórica ciudad de los Andes. Media hora antes, Janos Moricz parece
compadecerse de mí y me da unos cuantos consejos prácticos: la mejor
ruta que puedo tomar, los contactos que debo localizar en el
trayecto a la selva, y cómo protegerme de las serpientes: que
embadurne de ajo los extremos de mi hamaca, ya que este olor las
repele, y deposite algo más lejos potes de leche caliente, cuyo olor
en cambio las atrae de forma casi encantada, mágica.
Pero yo ya no
me fío de los consejos de quien me ha dejado plantado y ha hecho los
imposibles por distraerme de mi objetivo principal. Cambio toda mi
estrategia y mi ruta y prescindo de los contactos de Moricz, que
averigüé sobre la marcha que no eran en absoluto recomendables. A
partir de ahora todo será improvisado, y me dejo guiar por mi
intuición.
ÚLTIMOS APROVISIONAMIENTOS
En Cuenca, ya solo, localizo por fin unas minúsculas bolitas de
cloro que se utilizan para el agua de las piscinas. Me llevo una
bolsa para purificar con ellas en mis dos cantimploras el agua de
los arroyos que beberé. También me compro un machete de grandes
dimensiones, única arma que finalmente me llevaré a la selva además
de mi cuchillo de supervivencia, que ya traía de Barcelona.
Me
informo de cómo llegar a Macas, la última localidad antes de la
selva: iré en un autobús que marcha al Oriente, cruzando los Andes
hasta rebasar la tercera cordillera y descender hacia la selva: 300 km que se cubren a marcha lenta en 12 horas. Precio: 300.-pts. En
Macas hago el último esfuerzo por conseguir un arma de fuego, pero
en vano. Necesito el dinero para alquilar una avioneta que me lleve
al corazón de la selva.
Tampoco aquí tienen antídoto contra la
mordedura de las serpientes. Me cuentan que dos días antes de mi
llegada hallaron a una boa roncando junto a la orilla del río, con
dos bultos bien visibles en su interior. Más abajo apareció un bote
vacío: abrieron la boa y hallaron en su interior a la pareja que
ocupaba el bote. Y todavía no me hallaba en la selva virgen.
Pido
antídoto contra los ofidios en la rudimentaria enfermería de la
misión de Chiguaza, algo apartada de Macas. No tienen, pero sí me da
un remedio la hermana encargada de la misma: "Cuando te abras paso
por la selva reza un avemaría y nada te pasará". Un anciano
misionero prácticamente ciego tiene mejor consejo: "Durante toda mi
vida he andado por la selva pidiendo que no me tocara a mí, sino al
que viniera detrás".
RUMBO A LA SELVA
Tengo que esperar tres días para obtener permiso de vuelo con la
avioneta: falta arreglar una pieza y además acaba de saberse que el
general Frank Vargas Pazzos, jefe de la Fuerza Aérea Ecuatoriana, se
ha alzado contra el presidente de la República, León Febres Cordero.
Se prohíben todos los vuelos en el Ecuador, y el batallón de Selva
en cuya pista debe de aterrizar mi avioneta se halla en estado de
alerta máxima.
De hecho despegamos de forma clandestina en cuanto se
observa el primer claro entre las nubes y las brumas: un rápido
contacto por radio para conocer la situación atmosférica en el área
de destino permite intentar el vuelo. Sobre la cordillera selvática
del Cutucú tenemos serios problemas de visibilidad y no parece que
el pequeño aparato quiera remontar fácilmente las copas de los
árboles más elevados:
"Nosotros hace diez años que no tenemos
ningún accidente mortal", me tranquiliza el piloto a mi lado. "Los
de las misiones protestantes en cambio se la pegan con frecuencia,
dado que salen a volar con el estómago lleno de alcohol para darse
valor. Aquí en cuanto ves un claro entre las nubes tienes que
despegar y rezar para que no se cubra durante el vuelo, para seguir
teniendo visibilidad y llegar a tu destino."
En la pequeña pista de selva me recibe un sargento a pie de
avioneta: debo acompañarle para justificar mi llegada y el motivo de
mi estancia en aquél último bastión del ejército ecuatoriano en los
lindes de su territorio selvático cercano a la frontera peruana.
Allí solamente se iba castigado, o voluntario para subir escalafón
en dos años de estancia. El coronel Gordillo me da la bienvenida y
me prohíbe hacer fotografías en aquel lugar.
A los pocos minutos,
una botella de whisky que saco de mi mochila le hace cambiar de
opinión y me pide fotografiarse conmigo en aquel mismo marco. Me
facilita máquina de escribir y una canoa con escolta armada para un
tramo del río que deberé remontar a partir de allí.
A cambio me pide
un informe de todo cuanto observe en mi ruta, dado que ellos mismos
desconocen el lugar al que me dirijo. Les queda únicamente una dosis
de antídoto contra las serpientes, pero no me la pueden dar porque
es para cualquier emergencia que ellos puedan tener. Me internaré en
la selva definitivamente sin armas de fuego ni antídoto contra las
serpientes.
Aunque sí: me llevo un botellín de keroseno: si te
muerden lo tomas y vomitas, pero no te mueres. También sirve una
lavativa de ajo, y los indígenas tienen un remedio eficaz: la
curarina, una planta que nada tiene que ver con el veneno del
curare, y que es eficaz remedio contra la mordedura de las
serpientes.
ME DETIENEN LOS GUARDIANES
Un nuevo peligro lo representarán pronto los torbellinos de las
aguas rápidas del río Santiago que estamos remontando. Uno de los
dos últimos visitantes de esta zona murió al golpearse contra una
roca y caer al agua. Pregunto qué hacer si te ataca una de las boas
que acechan en los remansos del río: nada. No tienes tiempo. Si caes
al agua te arrastra inmediatamente hacia el fondo te aprisiona el
tórax y te devora entero. El último tramo es a pie, en una caminata
ascendente, con una mochila de 22 kg a las espaldas, en que tienes
que abrirte paso a machetazos hasta llegar al poblado nunkui del
Coangos.
Durante el viaje había ido oyendo silbidos en la selva: con
el lenguaje de los pájaros se comunican los jívaros de estos
parajes, y a mi llegada ya sabían de dónde y en qué circunstancias
venía. Me ofrecieron chicha —raíz de yuca masticada por las mujeres
del poblado— y aguardiente de caña. Al cabo de un rato me comunican
que no puedo entrar en ninguna hea (cabaña), ni salir del poblado:
soy su prisionero hasta que se aclare quién soy y para qué he
venido.
INTERROGATORIO A VIDA O MUERTE
Bien entrada la noche llega por fin un responsable con poder de
decisión. Le pregunto qué significa aquella retención y aquella
actitud hostil hacia mí, dado que tenía mis papeles en regla, venía
desarmado y contaba con un salvoconducto del Gobernador de la zona,
que instaba a todos los habitantes de la la misma a prestarme ayuda.
Me contestó que aquel salvoconducto era papel mojado en el
territorio de su tribu, y yo estaba en el fondo completamente de
acuerdo con él en este extremo. Y continuó:
"Este es nuestra selva y nuestro territorio, y tu has entrado en él
sin nuestro permiso. Si fueras portador de un permiso nuestro, la
costumbre de nuestro pueblo nos obligaría a protegerte mientras
estés aquí, y nos obligaría a acompañarte hasta que volvieras a
salir de nuestra selva con vida, aunque en ello muriera alguno de
los nuestros. Pero dado que has entrado en nuestro territorio sin
avisarnos de tu llegada, debes saber que si mañana desapareces en
estos parajes, si te matamos esta noche, nadie se va a enterar nunca
de ello. Nadie conocería tu paradero ni podría venir en tu ayuda.
Desaparecerías para siempre."
Aquella primera noche dormí sin llegar
a pegar ojo. Con el machete a mano y el cuchillo escondido en una de
mis botas. Si la cosa se ponía fea eran unos 50 individuos,
repartidos en 9 cabañas, los que tendría frente a mi. Tampoco ellos
se fiaban de mí. Nadie quiso acogerme en su cabaña. Al día siguiente
seguí inquiriendo el motivo de aquella desconfianza y de aquella
hostil acogida, que para mí no era lógica en una tribu de su estilo:
"Es que puedes ser un espía".
Me acordé de repente de que el
Gobernador me había advertido que no me adentrara solo en aquella
zona de la selva, dado que los jívaros shuaras estaba en guerra
entre sí, entre tribus: unos querían ser ciudadanos ecuatorianos
"oficiales" y los otros preferían seguir siendo los hijos de la
selva y dueños de su propia libertad e independencia. Pensaban que
yo podía ser un espía que trabajaba para alguno de los bandos
contendientes.
HAS VENIDO PARA ESPIAR LAS PIEDRAS
Cuando insistí en que no tenía nada que ver en esta lucha, acabó por
confesarme:
"También puedes haber venido para espiar las piedras."
Aquello ya me intrigó muchísimo más. ¿Espiar las piedras? - "Sí,
puedes haber venido para espiar las piedras que constituyen la razón
de nuestra existencia aquí." Le dije que sí, que ese era
precisamente el motivo de mi viaje.
En los días siguientes fui indagando más y más aspectos de lo que
había detrás de estas piedras: averigüé así que la razón de vivir de
estos indios —en esta zona concreta— se debía al hecho de que eran
los guardianes de lo que se ocultaba debajo de sus pies, en el
subsuelo de aquel pedazo de selva: los agujeros que pertenecían a
otros seres que ellos desconocían, pero que el legado de sus padres
y abuelos afirmaba vivían en aquellas profundidades.
Nunca los
habían visto ellos, pero cuando descendían a las cuevas en alguna
ocasión veían sombras que huían rápidamente en la penumbra, y que
dejaban huellas de pisadas en el lodo. Me fui ganando la confianza
de aquellos jívaros distintos hasta lograr que por fin aceptaran
tatuarme en el brazo el mismo signo que ellos llevan marcado en el
rostro: sería mi salvoconducto para futuras incursiones en su
territorio.
El veterano Waharai acabó llenando de humo una gran hoja
que tomó de los alrededores, afiló una rama en punta y fue
pinchándome con paciencia hasta grabarme aquel signo con humo en la
piel. Pero antes, con tiento y paciencia, fui averiguando día a día
y noche a noche las historia de las piedras. Me acompañaron además
hasta la boca de entrada de Tayu Wari, la gran boca negra en la que
anidan los tayos, pájaro sagrado que guarda en la tradición el
acceso al mundo subterráneo. De regreso, hicimos un alto en el río
que separa la boca de la cueva del poblado en el que vivía. De
repente, me dice uno de ellos:
"La otra entrada que buscas está
frente a tí. Mira atentamente. Nunca podrás penetrar en ella, pues
la guardan las boas. Dos niños de una misma mujer de nuestra tribu
han muerto devorados por las boas, uno cada año, el anterior y éste,
mientras jugaban aquí en la orilla del río."
LO QUE HAY DEBAJO
De acuerdo con los relatos que personalmente me hicieran Janos
Moricz y su compañero Zoltan en Guayaquil y en Vilcabamba, y de
acuerdo también con los relatos que escuché en la selva de boca de
los transmisores de los conocimientos antiguos de su tribu —entre
ellos los jívaros shuaras Wamputsar y Kajekai Wajarai Nunkuich, así
como Venancio, que me abordó mientras estaba solo en el riachuelo de
la selva lavando mi ropa—, relatos que en lo esencial coinciden con
los recogidos de boca de Moricz por Salvador Freixedo y por el
matrimonio Marie-Thérèse Guinchard y Pierre Paolantoni, el interior
de Tayu Wari alberga lo siguiente:
(image from
ForosKaliman Website)
-
Una vez descendida la oscura chimenea de más de 80 metros de
profundidad en la que anidan los pájaros sagrados llamados tayos,
recorridos los primeros 300 metros de subterráneos y atravesada la
gran estancia bautizada por Moricz como "Domo de Nuestra Señora del
Guayas", hay que recorrer dos galerías largas, hasta que se dobla un
recodo de 90 grados que forma el mismo pasadizo, y que a renglón
seguido conduce a una curva en sentido contrario. De allí se
desemboca en una sala circular.
-
En su centro hay una mesa redonda tallada en piedra, rodeada de
siete asientos que son también de piedra. En la pared de roca,
detrás de cada asiento, una abertura rectangular.
-
A partir de aquí hay que penetrar en la abertura que está orientada
hacia el Sur. Un pasadizo pequeño, bajo y estrecho, asciende por una
pendiente poco pronunciada. Al cabo de una hora larga de lenta
ascensión, el túnel vira hacia el Sureste y asciende ahora en una
pendiente más acentuada. Poco después, el túnel se estrecha aún más,
ahora en descenso, y hay que continuar a gatas.
-
Al poco rato se percibe una luz, al final de la pendiente. La boca
del túnel queda separada del exterior por una potente cascada de
agua que la cubre por completo. Una vez cruzada la cascada, se llega
a un promontorio, abierto en lo alto sobre la selva virgen, y que da
paso a una enorme gruta. Junto a ella, en la pared de la roca que
forma un precipicio a plomo sobre la selva virgen que se divisa
abajo en el valle, un resbaladizo camino enlosado forma una
estrechísima cornisa que conduce hasta otra abertura —esta vez
pequeña— en la roca: se trata de una pequeña cavidad de solamente
tres metros de profundidad.
-
En el piso de esta pequeña estancia hay dos losas cuadradas de medio
metro de lado cada una. Debajo de ella, una estrecha escalera de
piedra, que hay que descender hasta llegar a una galería de piso de
tierra. Al final de la misma, una bajada extremadamente peligrosa
que desemboca en una nueva gruta que alberga un pequeño lago de unos
40 metros de ancho.
-
Continúa a partir de aquí una galería horizontal que se extiendo a
lo largo de algo más de un kilómetro, para virar luego hacia el
Oeste e iniciar una bajada poco pronunciada. Por este camino se
llega al cabo de una hora larga de marcha a una nueva gruta, mucho
más pequeña que la anterior, y que también posee un pequeño lago
interior.
-
Al retirarse el agua de este lago —fenómeno que se produce en
determinadas circunstancias— aparece en su fondo, a unos diez metros
de profundidad, una galería lateral. Al cabo de unos metros, una
larga escalera ascendente conduce hacia un nuevo pasadizo superior,
horizontal, extremadamente estrecho y de algo más de metro y medio
de altura, que avanza en espiral. Al final, una escalera descendente
muy pronunciada. Un poco más adelante, una nueva cavidad, en cuyo
centro se halla una especie de altar. Más allá, un enorme pórtico
abre el paso a una galería ancha, que se desanda cómodamente hasta
llegar a una suave pendiente que desemboca en una gruta.
-
En esta gruta, una luz procedente de una especie de
lámpara
giratoria ilumina numerosos esqueletos humanos totalmente
recubiertos de oro. Junto a ellos, ingentes cantidades de joyas de
todo tipo. En el centro de la estancia se halla una mesa o pupitre
de piedra, sobre el cual se hallan unos libros cuyas hojas son de
oro. Sus páginas están cubiertas de jeroglíficos, y contienen la
historia de todas las civilizaciones de la Tierra.
-
Allí moran los habitantes de estas cavernas. Más bajos que nosotros.
Se mueven como sombras en la penumbra. Ningún extraño debe tocar
nada de lo que allí ve. De lo contrario, nunca más hallará el camino
de salida.
NO DES UN PASO EN FALSO
Esta es la historia y existe el lugar. Pero podría ser que no fuera
éste el lugar de esta historia. Porque un lugar así, naturalmente,
se cubre con habilidad. Si te aventuras tras las huellas que dejo en
este reportaje, no hallarás más que un conjunto de cuevas
entrelazadas, y unos indios que guardan silencio.
Pocas son en estos
momentos las personas que conocen las claves correctoras para llegar
a la biblioteca de oro. Este reportaje te muestra la cerradura. Pero
si no posees la llave, nunca llegarás a abrir la puerta. Si intentas
forzarla, reventarás en el intento.
Lee, escucha, documéntate en
otras fuentes, en otros textos, en otros libros. Existen. La llave
existe, por fortuna para los auténticos buscadores. Solamente hay
que ser sincero consigo mismo, ser honesto, y saber leer cada frase
en varios sentidos. De la habilidad y limpieza de propósitos del
buscador depende —exclusivamente— el dar con la llave de este
legado.
Recuerda siempre que solamente llega aquél que realmente
merezca llegar.
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