07. CONOCIMIENTOS SECRETOS, TEXTOS SAGRADOS
En cuanto a los secretos que los Dioses
habían guardado para sí mismos, ésos, al final, demostraron ser de
lo más devastador para la Humanidad. Y uno debe comenzar a
preguntarse si la interminable búsqueda de Lo Que Está Oculto,
disfrazado a veces de misticismo, no provendrá del deseo de alcanzar
lo divino, pero desde el temor de cuál es el Hado que los Dioses, en
sus conclaves secretos o en sus códigos ocultos, tienen destinado
para la Humanidad.
Con estas palabras desafía el Señor bíblico a Job (en el capítulo
28) para que deje de cuestionarse sobre las razones de su Hado, o su
objetivo último; pues los conocimientos del Hombre (sabiduría y
entendimiento) quedan tan lejos de los de Dios, que no tiene sentido
preguntar o intentar comprender la voluntad divina.
Las referencias a Hojmah («sabiduría») en el Antiguo Testamento revelan que ésta se tenía por haber sido un regalo de Dios, puesto que fue el Señor del Universo el que poseía la sabiduría requerida para crear los cielos y la Tierra.
La Revelación, el compartir con la humanidad los conocimientos secretos a través de iniciados elegidos, tuvo sus orígenes antes del Diluvio.
A Adapa, el descendiente de Enki al cual se le concedieron
sabiduría y entendimiento (pero no Vida Eterna), no le mostró
Anu
las extensiones de los cielos simplemente como una visión
abrumadora. Las referencias posdiluvianas a esto le atribuyen a él
la autoría de una obra conocida como Escritos referentes al tiempo,
[del] divino Anu y el divino Enlil, un tratado sobre el cálculo del
tiempo y el calendario. Por otra parte, El relato de Adapa menciona
específicamente que a él se le enseñaron, ya de vuelta en Eridú,
las artes de la medicina y la curación. Así pues, Adapa fue un
científico consumado, adepto tanto en temas celestes como
terrestres; también fue ungido como el Sacerdote de Eridú, quizás el
primero en combinar ciencia y religión.
Sus padrinos y maestros fueron los Dioses Utu/Shamash e Ishkur/Adad:
Aunque en El relato de Adapa no se dice de forma explícita, parece que a Adapa se le permitió, si no fue en realidad un requerimiento, compartir parte de sus conocimientos secretos con sus semejantes humanos, porque si no, ¿para qué escribió su famoso libro? En el caso de Enmeduranki, también se le comisionó la transmisión de los secretos aprendidos, pero con la condición estricta de que se tenía que limitar al linaje de los sacerdotes, de padre a hijo, comenzando por Enmeduranki:
La tablilla en la cual se inscribió este texto (guardada ahora en el Museo Británico) tiene una nota final:
En la Biblia se registró también la ascensión al cielo del patriarca antediluviano Henoc, el séptimo de los diez listados, igual que Enmeduranki en la Lista de los Reyes Sumerios. De esta extraordinaria experiencia, la Biblia sólo dice que, a la edad de 365 años, Henoc fue llevado a lo alto para estar con Dios.
Afortunadamente, el extrabíblico
Libro de Henoc, transmitido a
través de los milenios y que ha sobrevivido en dos versiones,
proporciona muchos más detalles; hasta qué punto es un reflejo del
original y hasta qué punto hay fantasía y especulación de la época
en que se compilaron los «libros», cerca de los comienzos de la era
cristiana, no podemos saberlo. Pero sus contenidos merecen un
resumen, aunque no sea más que por su afinidad con el relato de
Enmeduranki, y también por abreviar otro libro extrabíblico, el
Libro de los Jubileos, mucho más extenso.
(Habría que decir aquí que la morada de Anu, según los textos
Sumerios, estaba en
Nibiru, al cual hemos identificado como el
décimo planeta de nuestro Sistema Solar. En las creencias de la Kabbalah, el camino hacia la morada de Dios Todopoderoso llevaba a
través de diez Sefirot, traducidas como «brillanteces», pero
representadas realmente como diez esferas concéntricas , en las
cuales la central recibe el nombre de Yessod («Fundamento»), la
octava y la novena, Binah y Hojmah, y la décima, Ketter, la «Corona»
del Dios Altísimo. Más allá se extiende Ein Soff, el «Infinito».)
Durante treinta días y treinta noches, Pravuel dictó y Henoc escribió,
Según el Libro de Henoc, todos estos vastos conocimientos, «secretos de los ángeles y de Dios», se escribieron en 360 libros sagrados, que Henoc llevó con él hasta la Tierra. Reunió a sus hijos, les mostró los libros y les explicó su contenido. Aún estaba hablando e instruyéndoles cuando cayó una oscuridad repentina, y los dos ángeles que habían traído de vuelta a Henoc lo elevaron y lo devolvieron a los cielos; fue precisamente el día y la hora de su 365 cumpleaños.
La Biblia (Génesis 5,23-24) dice simplemente:
En los tres relatos (Adapa, Enmeduranki y Henoc) se observa una
destacada similitud: la de que dos seres divinos están implicados en
la experiencia celestial. Adapa fue recibido ante la Puerta de Anu,
y acompañado para entrar y salir, por dos jóvenes Dioses, Dumuzi y
Gizidda; los padrinos/maestros de Enmeduranki fueron Shamash y Adad;
y los de Henoc, dos arcángeles. Estos relatos fueron, no cabe duda,
la inspiración de una representación asiría de la puerta celeste de
Anu, la cual está custodiada por dos Hombres Águila. La puerta lleva
el símbolo de Nibiru, el Disco Alado, y su ubicación celeste viene
indicada por los símbolos celestiales de la Tierra (como el séptimo
planeta), la Luna y todo el Sistema Solar .
Distinguidos ya por pertenecer a la tribu de Leví (tanto por parte del padre como por parte de la madre, Éxodo 2,1), Moisés y Aarón fueron iniciados en los poderes mágicos que les permitían realizar milagros, así como desencadenar las calamidades con las que se pretendió convencer al faraón para que dejara ir a los israelitas.
Aarón y sus hijos fueron más tarde santificados («subieron de categoría» hablando claro) para convertirse en sacerdotes, dotados de unas considerables dosis de sabiduría y entendimiento. El Libro del Levítico arroja luz sobre algunos de los conocimientos que se les concedieron a Aarón y a sus hijos; entre ellos se incluían los secretos del calendario (bastante complejos, dado que era un calendario solar-lunar), de las dolencias humanas y su curación, y conocimientos veterinarios.
Se incluía considerable
información anatómica en los capítulos relevantes del Levítico, y no
se puede descartar la posibilidad de que a los sacerdotes israelitas
se les dieran lecciones «prácticas», a la vista del hecho de que los
modelos de arcilla de partes anatómicas, inscritos con instrucciones
médicas, eran corrientes en Babilonia ya antes de la época del Éxodo
.
El linaje sacerdotal iniciado con Aarón estaba sujeto a leyes
rigurosas que imponían limitaciones maritales y de procreación. No
podían mantener relaciones sexuales, y mucho menos casarse, con
cualquiera; pues se requería que «la simiente sacerdotal no sea
profanada», y si la simiente de alguno fuera imperfecta («tuviera
una mancha», una mutación, un defecto genético) se le prohibía para
todas las generaciones el realizar tareas sacerdotales, «pues Yo,
Yahveh, he santificado el linaje sacerdotal» de Aarón.
Este
término, que significa «sacerdote», se utilizó por vez primera en la
Biblia para designar a Aarón y a sus hijos. Desde entonces, esta
designación ha ido pasando de padres a hijos a través de las
generaciones, y la única manera de convertirse en un Cohén es siendo
hijo de uno de ellos. Este estatus privilegiado se ha identificado
muchas veces con la utilización de «Cohén» como apellido
(transmutado en Kahn, Kahane, Kuhn) o como adjetivo añadido tras el
nombre de pila, Ha-Cohen, «el sacerdote».
Los relatos de aquellos que fueron iniciados en los conocimientos secretos afirman que la información se escribió en «libros». Indudablemente, no se trata de lo que ahora llamamos «libros», un buen montón de páginas escritas y encuadernadas. Hay muchos textos que se han descubierto en las cuevas cercanas al mar Muerto, en Israel, y que son conocidos como los manuscritos del mar Muerto. Estos textos están inscritos sobre hojas de pergamino (hechas en su mayor parte de piel de cabra) cosidas y enrolladas, del mismo modo que están inscritos y enrollados hasta el día de hoy los Rollos de la Ley (los cinco primeros libros de la Biblia hebrea).
Los profetas
bíblicos (especialmente Ezequiel) destacaron los pergaminos como
parte de los mensajes dados por la divinidad. Los antiguos textos
egipcios se escribieron en papiros, hojas hechas a partir de una
especie de juncos que crecen en el río Nilo. Y los textos más
antiguos conocidos, los de Sumer, se inscribieron sobre tablillas de
arcilla; utilizando un estilo de caña, el escriba hacía marcas sobre
un trozo de arcilla húmeda que, después de secarse, se convertía en
una dura tablilla inscrita.
Se pueden encontrar
referencias a estos escritos de los propios Anunnaki, por ejemplo,
en inscripciones que tratan de la reconstrucción de templos en
ruinas, en los cuales se afirmaba que la reconstrucción seguía «los
dibujos de antaño y los escritos del Cielo Superior». Los Sumerios
citaban a una Diosa, Nisaba (a veces llamada Nidaba), como patrona
de los escribas, además de ser la que conservaba los registros de
los Dioses; su símbolo era el Estilo Sagrado.
Y en los Relatos de los Magos, al cual ya hemos hecho referencia, se
dice que aquel rey y aquella reina a los que Thot había castigado
manteniéndolos vivos pero inanimados custodiaban, en una cámara
subterránea, «el libro que el Dios Thot había escrito con su propia
mano», y en el cual se revelaban conocimientos secretos
concernientes al Sistema Solar, la astronomía y el calendario.
Cuando el buscador de tales «libros antiguos de escritos sagrados»
entraba en la cámara subterránea, veía que el libro «desprendía una
luz, como si el Sol brillara allí».
¿Qué eran esos «libros» divinos y que clase de escritos había en
ellos?
Y
recordemos también que el malvado Zu robó en el Duranki de Enlil las
Tablillas de los Destinos y los ME en donde estaban codificadas las
Fórmulas Divinas. Quizá podamos hacernos una idea de lo que podían
ser si nos imaginamos una tecnología unos milenios más avanzada.
Sin embargo, éste era el segundo juego de tablillas, que reemplazaba
al primer juego que Moisés estrelló contra el suelo, iracundo,
cuando bajó del Monte Sinaí en una ocasión previa. La Biblia
proporciona detalles mayores (e increíbles) referentes al primer
caso de escritos sagrados; después, la Biblia afirma explícitamente,
¡el mismo Dios hizo la inscripción!
Allí, los dignatarios pudieron atisbar la presencia divina a través de una espesa nube, que resplandecía como un «fuego devorador». Después, únicamente Moisés fue llamado a la cima de la montaña, para recibir la Torah (las «Enseñanzas») y los Mandamientos que el Señor Dios había escrito ya:
En Éxodo 32,16-17, se proporciona información adicional, ciertamente sorprendente, respecto a las tablillas y al modo en que fueron inscritas. Aquí se describen los acontecimientos que tuvieron lugar cuando Moisés estaba bajando del monte, tras una larga e inexplicable (para el pueblo) ausencia:
¡Dos tablillas hechas de piedra, realizadas a mano por la divinidad. Inscritas por delante y por detrás con la «escritura de los Elohim», que debe significar tanto lengua como escritura; y grabada en la piedra por el mismo Dios!
Y Moisés hizo esto y subió de nuevo al monte. Una vez allí, Yahveh bajó hacia él, y Moisés se postró y repitió sus súplicas de perdón. En respuesta, el Señor Dios le dictó mandamientos adicionales, diciendo:
Y Moisés permaneció en el monte
cuarenta días y cuarenta noches, anotando en las tablillas «las
palabras de la Alianza y los Diez Mandamientos» (Éxodo 35,27-28).
Esta vez, Moisés estaba escribiendo al dictado.
Por tanto, los rollos
de la Torah que se sacan de su arca en las sinagogas y se leen en el
Sabbath y en las Grandes Festividades deben ser copiados (por
escribas especiales) con toda precisión, del modo en que se han
transmitido a lo largo de los siglos: libro por libro, capítulo por
capítulo, versículo a versículo, palabra por palabra, letra por
letra. Un error en una sola letra descalifica la totalidad del rollo
y sus cinco libros.
Comenzando con esto, el ingenioso inventor se preguntó a sí mismo,
así como a su discípulo: ¿cuál es la palabra para lo que tú ves? La
respuesta, en la lengua de los semitas israelitas, fue Aluf.
Estupendo, dijo el inventor: Vamos a llamarle a este símbolo Alef, y
pronúncialo simplemente como «A». Después, dibujó la pictografía de
casa. ¿Cómo llamas a esto?, preguntó, y el discípulo contestó: Bayit. Estupendo, dijo el inventor, de ahora en adelante le
llamaremos a este signo «Beth», y pronúncialo simplemente como «B».
¿Quién fue el ingenioso innovador?
Si tenemos que aceptar la opinión de los eruditos, fue algún trabajador manual, un esclavo de las minas de turquesa egipcias del Sinaí occidental, cerca del mar Rojo, porque fue allí donde Sir Flinders Petrie encontró, en 1905, unos signos tallados en las paredes que, una década más tarde, Sir Alan Gardiner descifraría como «acrofónicos» -deletreado L-B-A-L-T; significaba Dedicado «A la Señora» (supuestamente la Diosa Hathor)- ¡pero en semita, no en egipcio!
Escritos similares posteriores descubiertos en esa región no dejan lugar a dudas de que el alfabeto se originó allí; desde aquí se difundió hasta Canaán y, luego, hasta Fenicia (donde hubo un intento por expresar esta ingeniosa idea con signos cuneiformes , pero no duró mucho).
Bellamente ejecutada, la «escritura sinaítica» original sirvió como escritura del Templo en Jerusalén y como escritura real de los reyes de Judea hasta que fue sustituida, durante la época del Segundo Templo, por una escritura cuadrada que se tomó prestada de los árameos, la escritura utilizada en los manuscritos del mar Muerto, la que ha llegado hasta los tiempos modernos.
Nadie se ha sentido cómodo con la atribución de la revolucionaria innovación, a finales de la Edad del Bronce, a un esclavo de las minas de turquesa. Hacían falta conocimientos prominentes de habla, escritura y lingüística, además de unos destacados sabiduría y entendimiento, que difícilmente habría podido poseer un simple esclavo.
Y, además, ¿cuál podría haber sido el propósito para inventar una nueva escritura cuando, en las mismas regiones mineras, monumentos y muros estaban llenos de inscripciones jeroglíficas egipcias ? ¿Cómo pudo una oscura innovación en una región prohibida difundirse hasta Canaán y más allá, y sustituir allí un método de escritura que ya existía y que había servido bien durante más de dos milenios? Esto no tiene sentido; pero, a falta de otra solución, se mantiene la teoría.
Pero, si hemos imaginado bien la conversación que llevó a este
alfabeto, entonces fue a Moisés a quien se le dio la primera
lección. Fue en el Sinaí; él estaba allí justo en aquellos tiempos;
se dedicó a hacer amplio uso de la escritura; y tuvo al maestro
supremo: el mismo Dios.
La segunda mención de un libro de escritos ocurre en el Éxodo 24,4 y 24,7, donde se dice que después de que el Señor Dios, hablando con una voz atronadora desde la cima del monte, hiciera una relación de las condiciones para una Alianza imperecedera entre Él y los Hijos de Israel,
Y después,
Así pues, lo de dictar y lo de escribir comenzó antes de los ascensos de Moisés a la cima de la montaña y de la escritura de las dos series de tablillas. Pero hay que mirar a los primeros capítulos del Éxodo para averiguar cuándo y dónde pudo tener lugar la innovación alfabética, la lengua y la escritura empleada en las comunicaciones del Señor con Moisés.
En esos capítulos leemos que Moisés, adoptado como hijo por la hija del faraón, huyó para salvar la vida después de matar a un oficial egipcio. Su destino fue la península del Sinaí, donde terminó viviendo con el sumo sacerdote de los madianitas (y casándose con su hija). Y un día, apacentando los rebaños, se introdujo en el desierto, donde estaba «el Monte de los Elohim», y allí le llamó Dios, a través de la zarza ardiente, y le dio la misión de llevar a su pueblo, los Hijos de Israel, fuera de Egipto.
Moisés volvió a Egipto tras la muerte del faraón que le había sentenciado (Tutmosis III , según nuestros cálculos), en 1450 a.C., y forcejeó con el siguiente faraón (Amenofis II en nuestra opinión) durante siete años, hasta que se les permitió el Éxodo. Habiendo empezado a oír del Señor Dios ya en el desierto, y después durante los siete años, hubo pues tiempo de sobra para innovar y dominar una nueva forma de escribir, una forma más simple y mucho más rápida que las de los grandes imperios de la época (el mesopotámico, el egipcio y el hitita).
La Biblia habla de las extensas comunicaciones entre Yahveh y Moisés y Aarón desde el momento en que Moisés fue llamado a la zarza ardiente en adelante. Lo que no dice es si los mensajes divinos, que a veces suponían detalladas instrucciones, iban también por escrito; pero podría ser significativo que los «magos» de la corte del Faraón pensaran que habían sido instrucciones escritas:
«El dedo de Dios», habrá que recordarlo, era el término utilizado en los textos egipcios concernientes al Dios Thot, para indicar algo escrito por el mismo Dios.
Si todo esto lleva a la sugerencia de que la escritura alfabética
comenzó en la península del Sinaí, no debería de sorprender que los
arqueólogos hayan llegado a las mismas conclusiones, pero sin ser
capaces de explicar cómo pudo originarse en el desierto una
innovación tan grande e ingeniosa.
De hecho, si reflexionamos sobre esta limitación a veintidós (ni una más, ni una menos), no podremos evitar recordar las constricciones aplicadas al número sagrado doce (que exigía el añadido o la reducción del número de deidades con el fin de mantener el «Círculo Olímpico» exactamente en doce).
¿Se aplicó este principio oculto -inspirado divinamente- a la restricción del alfabeto original a veintidós letras?
Este número debería de resultarnos familiar en nuestros días, en nuestra época. ¡Es el número de los cromosomas humanos cuando fue creado El Adán, antes de la segunda manipulación genética que le añadió los cromosomas sexuales «Y» y «X»!
Quienquiera que estuviera
implicado en la creación del Hombre, estuvo implicado también en la
creación de las letras que componen el alfabeto.
Conceptualmente, el actual
lenguaje informático, que se expresa en una secuencia tal como
0100110011110011000010100 etc. (y en innumerables variaciones que
utilizan el «0» y el «1») se puede considerar como el lenguaje
genético de un fragmento de AD N expresado como los nucleótidos CGTAGAATTCTGCGAACCTT y así sucesivamente, en una cadena de letras de
ADN (que se disponen siempre en «palabras» de tres letras) unidas
como pares-base en los cuales la A se une con la T, la C con la G.
El problema consiste en cómo crear y leer los chips de ordenador que
no están cubiertos con electrones «0» y «1», sino con bits de
material genético.
Comparando la velocidad y las capacidades de la Informática del ADN , como se le llama a la nueva ciencia, «la capacidad de almacenamiento de información del ADN es gigantesca», afirmaba una investigación publicada en la revista Science (octubre 1997).
En la naturaleza, la información genética codificada en el ADN la decodifica, a la velocidad del rayo, un mensajero llamado ARN, que transcribe y recombina las «letras» del ADN en «palabras» de tres letras. Se ha demostrado que estos agrupamientos de tres letras se hallan en el centro de todas las formas de vida sobre la Tierra, dado que deletrean química y biológicamente los veintidós aminoácidos cuyas cadenas forman las proteínas de las cuales consta toda la vida en la Tierra (y, probablemente, en cualquier parte del cosmos).
La rica y precisa lengua hebrea se basa en palabras «raíz» a partir
de las cuales derivan verbos, sustantivos, adverbios, adjetivos,
pronombres, tiempos, conjugaciones y todas las demás variantes
gramaticales. Por motivos que nadie ha sido capaz de explicar, estas
palabras raíz se componen de tres letras. Parece que todo parte del
acadio, la lengua madre de todas las lenguas semitas, que estaba
formada por sílabas, a veces sólo una, a veces dos, tres o más.
Esta afirmación se ha tratado de forma alegórica.
Quizá sea hora de tomarla literalmente: la lengua de la Biblia
hebrea y el código genético de la vida (y la muerte) del ADN no son
sino las dos caras de una misma moneda.
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