01. PIEDRAS ESTELARES

Costó una guerra, una fiera y sangrienta guerra, llevar la luz, hace sólo unas décadas, a uno de los lugares más enigmáticos y antiguos de Oriente Próximo. Si no el más enigmático, sí ciertamente el más desconcertante y, sin duda, arraigado en la antigüedad. Es una estructura que no tiene parangón entre los restos de aquellas grandes civilizaciones que florecieron en Oriente Próximo en los pasados milenios, al menos entre lo que se ha descubierto.

 

Su semejante más cercano se encuentra a miles de kilómetros de distancia, más allá de los mares, en otros continentes; y lo que más nos lo recuerda es Stonehenge, en la lejana Gran Bretaña.

Allí, en Inglaterra, en una llanura barrida por los vientos a unos ciento veinte kilómetros al sudoeste de Londres, hay unos imponentes círculos de megalitos que forman el monumento prehistórico más importante de toda Gran Bretaña. Allí, un semicírculo de enormes piedras enhiestas, que estuvieron conectadas por su parte superior por otras piedras a modo de dintel, alberga en su interior otro semicírculo de piedras más pequeñas, y está rodeado a su vez por dos círculos más de megalitos.

 

Las multitudes que visitan el lugar se encuentran con que sólo quedan en pie algunos megalitos, mientras que otros han caído al suelo o han desaparecido de algún modo del lugar. Pero los expertos y los investigadores han sido capaces de resolver la configuración de los círculos dentro de círculos (Fig. 1, que muestra los megalitos que aún permanecen en pie), y de observar los agujeros que indican dónde estuvieron los otros dos círculos (de piedra o, quizá, de estacas de madera) en las primeras fases de Stonehenge.

Los semicírculos de herradura, y un gran megalito caído apodado la Piedra del Sacrificio, indican más allá de toda duda que la construcción estaba orientada sobre un eje noreste-sudoeste. Apuntan a una línea de visión que pasa entre dos postes de piedra, recorre una larga avenida hecha con terraplenes y va directamente a la llamada Piedra Talar (Fig. 2).

Todas las investigaciones llegan a la conclusión de que los alineamientos servían para propósitos astronómicos; se orientaron por primera vez hacia el 2900 a.C. (siglo más o menos) hacia el amanecer del día del solsticio de verano; se realinearon hacia el 2000 a.C. y se volvieron a realinear hacia el 1550 a.C, hacia el amanecer del día del solsticio de verano en aquellos momentos .

Una de las guerras más cortas pero más feroces de nuestro tiempo en Oriente Medio fue la Guerra de los Seis Días de 1967, cuando el cercado y asediado ejército israelí derrotó a los ejércitos de Egipto, Jordania y Siria, capturando la península del Sinaí, la orilla occidental del Jordán y los Altos del Golán. En los años siguientes, los arqueólogos israelíes dirigieron unas amplias inspecciones e hicieron excavaciones arqueológicas en todas estas áreas, sacando a la luz asentamientos que iban desde los primeros tiempos del Neolítico, pasando por épocas bíblicas, hasta los períodos griego, romano y bizantino.

 

Sin embargo, en ningún sitio fue mayor la sorpresa que en la escasamente habitada y mayormente despoblada meseta que recibe el nombre de Altos del Golán. No sólo se descubrió que había sido una zona activamente habitada y cultivada en tiempos primitivos de la ocupación humana; no sólo se encontraron restos de asentamientos de varios milenios antes de la Era Común.

Virtualmente, en mitad de la nada, en una llanura azotada por el viento (que había sido utilizada por el ejército israelí para prácticas de artillería), un montón de piedras dispuestas en círculo resultó ser, cuando se observó desde el aire, un «Stonehenge» de Oriente Próximo.

La singular construcción consiste en varios círculos de piedra concéntricos, tres de ellos completamente circulares y dos que forman sólo semicírculos o «herraduras». El círculo exterior tiene alrededor de quinientos metros de circunferencia, y los demás círculos se van haciendo más pequeños a medida que se acercan al centro de la construcción. Los muros de los tres principales círculos de piedra se elevan hasta los 2,40 metros o más, y su anchura excede los tres metros.

Están construidos con piedras de la zona, cuyo tamaño oscila entre las piedras pequeñas y piedras megalíticas, que pesan cinco toneladas o más. En diversos lugares, los muros circulares concéntricos están conectados entre sí por muros radiales, más estrechos pero más o menos de la misma altura que los muros circulares. En el centro exacto de la compleja construcción se levanta un enorme aunque bien definido montón de piedras, que mide casi veinte metros de un lado a otro.

Pero, además de su singular forma, ésta es con diferencia una de las mayores construcciones de Asia occidental realizadas sólo con piedra, tan grande que incluso se puede ver desde el espacio.

Los ingenieros que han estudiado el lugar han estimado que, aun en su actual estado, contiene más de 3.500 metros cúbicos de piedras, que pesan un total de cerca de 45.000 toneladas. También han calculado que habrían hecho falta cien trabajadores durante al menos seis años para crear este monumento -reunir piedras de basalto, transportarlas hasta el lugar, disponerlas según un plan arquitectónico preconcebido y levantar los muros (sin duda alguna más altos que los de las ruinas que se pueden ver ahora) para formar la compleja construcción.

Todo esto genera unas preguntas: ¿quién construyó esta estructura, cuándo y para qué?

 

La pregunta más fácil de responder es la última, ya que la misma construcción parece indicar su propósito, al menos su propósito original. Se ve con claridad que el círculo exterior tenía dos cortes o aberturas, uno ubicado en el noreste y el otro en el sudeste (posiciones que indican una orientación hacia los solsticios de verano e invierno).

Los arqueólogos israelíes trabajaron duro para quitar las rocas caídas y determinar el trazado original, dejando al descubierto en la abertura nororiental una enorme construcción cuadrada con dos «alas» extendidas que protegían y ocultaban otras aberturas más estrechas en los dos muros concéntricos siguientes que se elevaban por detrás (Fig. 5); este edificio hacía las funciones de un pórtico monumental, proporcionando (y guardando) una entrada hasta el corazón del complejo de piedra. Fue en las paredes de esta entrada donde se encontraron las rocas de basalto más grandes, que llegan a pesar hasta cinco toneladas y media.

La abertura sudoriental del círculo exterior también proporcionaba un acceso a las partes interiores de la construcción; pero, en este caso, la entrada no disponía del monumental edificio. Aquí, unos montones de piedras caídas que se inician en la entrada y se extienden hacia fuera sugieren el contorno de una avenida de flancos pétreos que se dirigía en dirección sureste. Una avenida que podría haber esbozado una línea de visión astronómica.


Los indicios que apuntan a que este lugar, al igual que Stonehenge en Gran Bretaña, se construyó para hacer las funciones de un observatorio astronómico (y, principalmente, para determinar los solsticios) se ven reforzados por la existencia de tales observatorios en otros lugares; construcciones que son incluso más parecidas a la del Golán, puesto que no sólo muestran los círculos concéntricos, sino también los muros radiales que conectan los círculos. Pero lo más sorprendente es que esas construcciones parecidas se encuentran en antiguos lugares del otro extremo del mundo, en las Américas.
 

Una de ellas está en el emplazamiento maya de Chichén Itzá, en la península de Yucatán, en México (Fig. 6a), apodada el Caracol, debido a las tortuosas escaleras que hay en el interior de la torre del observatorio. Otra es el observatorio circular que hay en la cima del promontorio de Sacsahuamán, en Perú (Fig. 6b), que domina la capital inca de Cuzco; allí, al igual que en Chichén Itzá, hubo probablemente una torre de observación; sus cimientos revelan el trazado y los alineamientos astronómicos de la construcción, y muestran claramente los círculos concéntricos y los radiales que los conectaban.

Estas similitudes fueron razón suficiente para que los científicos israelíes llamaran al Dr. Anthony Aveni de los Estados Unidos, una autoridad aclamada internacionalmente sobre astronomías antiguas, en especial las de las civilizaciones de la América precolombina. Su trabajo no sólo consistió en confirmar las orientaciones astronómicas subyacentes al diseño del emplazamiento del Golán, sino también en ayudar a determinar su edad y, de este modo, además de dar respuesta a la pregunta de para qué, responder también a la de cuándo.

Desde la publicación de The Dawn of Astronomy, de Sir Norman Lockyer, en 1894, se viene aceptando como herramienta arqueoastronómica el hecho de que la orientación de una edificación (si está alineada con los solsticios) pueda revelar la época de su construcción. El movimiento aparente del Sol de norte a sur y de sur a norte con el paso de las estaciones está causado por el hecho de que el eje de la Tierra (alrededor del cual rota el planeta para crear el ciclo día/ noche) está inclinado con respecto al plano (la «eclíptica») en el cual la Tierra orbita al Sol. En esta danza celestial (aunque es la Tierra la que se mueve y no el Sol), a los observadores en la Tierra les da la sensación de que el Sol se mueve adelante y atrás, llega a un punto distante, vacila, se detiene y, luego, como si cambiara de opinión, vuelve hacia atrás; cruza el ecuador, se va hasta el otro extremo, vacila y se detiene allí, y vuelta atrás.

 

Las dos veces que cruza el ecuador en un año (en marzo y septiembre) reciben el nombre de equinoccios; las dos detenciones, una en el norte, en junio, y la otra en el sur, en diciembre, reciben el nombre de solsticios («detenciones del Sol»), los solsticios de verano y de invierno para los observadores del hemisferio norte de la Tierra, que es lo que fueron los habitantes de las zonas de Stonehenge y del Golán.


Estudiando templos antiguos, Lockyer los dividió en dos clases. Unos, como el Templo de Salomón en Jerusalén y el templo dedicado a Zeus en un lugar llamado Baalbek, en Líbano, se construyeron a lo largo de un eje este-oeste que los orientaba al amanecer de los días de los equinoccios. Otros, como los templos faraónicos en Egipto, estaban alineados sobre un eje inclinado sudoeste-noreste, lo cual significa que estaban orientados hacia los solsticios. Sin embargo, Lockyer se sorprendió al descubrir que, mientras en los primeros las orientaciones nunca cambiaban (de ahí que los llamara Templos Eternos), los segundos (como los grandes templos egipcios de Karnak) mostraban que, a medida que los sucesivos faraones necesitaban ver incidir los rayos del Sol sobre el santo de los santos en el día del solsticio, éstos iban cambiando la dirección de las avenidas y de los corredores hacia un punto ligeramente diferente de los cielos. Estos realineamientos también se hicieron en Stonehenge.

¿Qué es lo que provocaba estos cambios direccionales? La respuesta de Lockyer fue la siguiente: los cambios en la inclinación de la Tierra como consecuencia de su oscilación.

En la actualidad, la inclinación del eje de la Tierra («oblicuidad») con respecto a su sendero orbital («eclíptica») es de 23,5 grados, y es esta inclinación la que determina hasta dónde por el norte o por el sur llegará el Sol en su movimiento estacional. Si este ángulo de inclinación quedará inalterable para siempre, los puntos solsticiales permanecerían a su vez fijos. Pero los astrónomos han llegado a la conclusión de que la inclinación de la Tierra (provocada por su oscilación) cambia con el paso de los siglos y los milenios, ascendiendo y descendiendo una y otra vez. Justo ahora, al igual que en los últimos milenios, la oscilación se encuentra en fase de estrechamiento. Estuvo sobre los 24 grados hacia el 4000 a.C, declinó hasta 23,8 grados hacia el 1000 a.C, y continuó cayendo hasta su actual posición de 23,5 grados. La gran innovación de Sir Norman Lockyer fue aplicar este cambio en la oblicuidad de la Tierra a los templos de la antigüedad, y establecer las fechas de construcción de las distintas fases del Gran Templo de Karnak así como de las fases de Stonehenge (que venían indicadas por los cambios de ubicación de la Piedra Talar).

Los mismos principios se han utilizado desde entonces para determinar la edad de construcciones orientadas astronómicamente en Sudamérica a principios del siglo xx, tanto por parte de Arthur Posnansky en relación con las ruinas de Tiahuanacu, a orillas del lago Titicaca, como por parte de Rolf Müller en relación con el Torreón semicircular de Machu Picchu y con el famoso Templo del Sol, en Cuzco. Sus meticulosas investigaciones demostraron que, con el fin de determinar exactamente el ángulo de inclinación de la Tierra (que indica, cuando se tienen en cuenta la elevación y la posición geográfica, la edad de la construcción), es esencial determinar con exactitud dónde está el norte.

 

De ahí que fuera indudablemente significativo que, en el caso del emplazamiento del Golán, los investigadores encontraran que el pico de Monte Hermán, dominante y visible en días claros, se encuentre exactamente al norte del centro de la construcción. El doctor Aveni y sus colegas israelíes, Yonathan Mizrachi y Mattanyah Zohar, pudieron determinar así que el lugar estaba orientado de tal modo que permitía a un observador, de pie en su centro, y siguiendo la línea de visión que pasa por el centro del pórtico nororiental, ver salir el Sol en el día del solsticio de una mañana de junio ¡de alrededor del 3000 a.C!
 

Los científicos concluyeron que, hacia el 2000 a.C, el Sol habría salido un tanto descentrado para otro observador parecido, pero probablemente todavía dentro del pórtico. Quinientos años más tarde, la construcción habría perdido su valor como observatorio astronómico de precisión. Fue entonces, en algún momento entre el 1500 y el 1200 a.C, tal como confirma la datación por carbono de los pequeños objetos descubiertos allí, cuando se agrandó el montón de piedras central hasta formar un túmulo -un montón de piedras bajo el cual se ha hecho una cavidad, probablemente para servir de cámara funeraria.

Curiosamente, estas fechas escalonadas son prácticamente idénticas a las fechas asignadas a las tres fases de Stonehenge.

Al haber estado protegida por el montículo de piedras que había sobre ella, la cavidad de debajo del túmulo (la supuesta cámara funeraria) resultó ser la parte más conservada del antiguo emplazamiento. Fue localizada con la ayuda de sofisticados instrumentos sísmicos y de un radar de penetración del suelo. En el momento en que hubo indicios de una gran cavidad, los excavadores (dirigidos por el doctor Yonathan Mizrachi) cavaron una zanja que les introdujo en una cámara circular de alrededor de 1,80 metros de diámetro y 1,50 de alto. Ésta llevaba a una cámara más grande, de forma oval, de alrededor de 3,30 metros de largo por 1,20 de ancho. Las paredes de esta última se construyeron con seis hileras de piedras de basalto que se elevaban en saliente (es decir, inclinándose hacia dentro conforme se elevan las paredes); el techo de la cámara se hizo con dos enormes losas de basalto, con un peso aproximado de cinco toneladas cada una de ellas.

 

No se encontró ni ataúd ni cuerpo, ni ningún otro resto humano ni animal, ni en la cámara ni en la antecámara. Pero los arqueólogos sí encontraron, como resultado de su meticulosa criba del suelo, unos cuantos pendientes de oro, algunas cuentas de piedra semipreciosa de cornalina, hojas de sílex, puntas de flechas de bronce y fragmentos de cerámica. De ahí llegaron a la conclusión de que sí que era una cámara funeraria, aunque había sido saqueada, probablemente en la antigüedad. El hecho de que algunas de las piedras utilizadas para pavimentar el suelo de la cámara hubieran sido sustraídas reforzó la conclusión de que el lugar había sido asaltado por ladrones de tumbas.

Los descubrimientos se han fechado en el período conocido como Edad del Bronce Tardía, que se extendió alrededor del 1500 al 1200 a.C. Éste es el marco temporal del Éxodo de los Hijos de Israel desde Egipto bajo el liderazgo de Moisés, y de la conquista de la Tierra Prometida bajo el liderazgo de Josué. De las doce tribus, a las tribus de Rubén y Gad, y a la mitad de la tribu de Manasés, se les asignaron partes de Transjordania, desde el torrente Arnón, en el sur, hasta las estribaciones de Monte Hermón, en el norte. Esos dominios incluían la cadena montañosa de Gilead, al este del río Jordán, y la meseta que es ahora el Golán. Por tanto quizás fue inevitable que los investigadores israelíes recurrieran a la Biblia en busca de una respuesta a la pregunta: ¿quién?

Según los libros de Números y de Josué, la parte septentrional de las montañas de Gilead fue gobernada por un rey llamado Og, desde su capital de Basan. La captura de los dominios de Og se describe en el Deuteronomio (capítulo 3). «Og y todos sus hombres tomaron el campo contra los Hijos de Israel», afirma la narración. Después de ganar la batalla, los israelitas capturaron sesenta ciudades que estaban «fortificadas con altas murallas y puertas y barreras, aparte de un gran número de ciudades no amuralladas». La construcción de altas murallas y puertas de piedra, rasgos característicos del enigmático emplazamiento del Golán, se encontraba así dentro de las capacidades de los reinos de la época del rey Og.

Según la Biblia, Og era un hombre grande y fuerte: «Su lecho de hierro tiene nueve codos de largo por cuatro de ancho» (equivalente a unos 4 por 1,80 metros, respectivamente). Este gigantesco tamaño, insinúa la Biblia, se debía a que era descendiente de los Repha’im, una raza gigantesca de semidioses que una vez moraron en esa tierra (en la Biblia se mencionan otros descendientes gigantescos de los Repha’im, incluido Goliat, que se ponen del lado de los filisteos en la época de David). Combinando las referencias a los Repha’im con el relato bíblico de la erección de la construcción circular de piedra por parte de Josué después de atravesar el río Jordán y el nombre del lugar, Gilgal -«El Montón de Piedras Circular»-, algunos en Israel han apodado al emplazamiento del Golán como Gilgal Repha’im, «El Montón de Piedras Circular de los Repha’im».

Aunque los versículos bíblicos no sustentan por sí solos esta denominación, ni tampoco vinculan al rey Og con las cámaras funerarias, las declaraciones bíblicas de que la zona fue en un tiempo dominio de los Repha’im y de que Og descendía de ellos son bastante intrigantes, dado que a los Repha’im y a sus descendientes se les menciona en los mitos y en los relatos épicos cananeos. Estos textos, que sitúan claramente los acontecimientos y las acciones divinas y semidivinas en la zona de la que estamos tratando aquí, se escribieron sobre tablillas de arcilla descubiertas en la década de los treinta en una zona costera del norte de Siria cuyo nombre antiguo era Ugarit.

 

Los textos hablan de un grupo de deidades cuyo padre era El («Dios, el Elevado») y cuyos asuntos se centran en el hijo de El, Ba’al («el Señor») y en su hermana Anat («La que responde»). El foco de la atención de Ba’al era la fortaleza montañosa y lugar sagrado de Zafón (que significa tanto «el lugar septentrional» como «el lugar de los secretos»), y el escenario de Ba’al y de su hermana era lo que ahora es el norte de Israel y el Golán. Recorriendo los cielos de la región con ellos, iba la hermana de ambos, Shepesh, (el nombre, de significado incierto, sugiere algún tipo de relación con el Sol); y de ella dicen claramente los textos que «gobierna a los Repha’im, los divinos» y reina sobre semidioses y mortales.


Varios de los textos descubiertos tratan de estas implicaciones por parte del trío. Uno de ellos, titulado por los expertos El Relato de Aqhat, tiene que ver con Danel («A quien Dios juzga», Daniel en hebreo), que, aunque Hombre-Rafa (es decir, descendiente de los Repha’im), no podía tener un hijo. Cuando enveje, descorazonado por no tener un heredero varón, Danel apela a Ba’al y a Anat, que a su vez interceden ante El. El concede el deseo del Hombre-Rafa e instila en él un «acelerador del aliento de vida» que le permite aparearse con su mujer y tener un hijo al que los dioses llaman Aqhat.


En otro relato, La Leyenda del Rey Keret (Keret, «La Capital, la Metrópolis», se utilizaba tanto como nombre de la ciudad como de su rey), se habla de la demanda de inmortalidad que hace Keret basándose en su ascendencia divina. Pero, en lugar de conseguir esto, cae enfermo; y sus hijos se preguntan en voz alta: «¿Cómo puede un descendiente de El, el Misericordioso, morir? ¿Es que va a morir alguien que es divino?» Previendo la al parecer increíble muerte de un semi diós, los hijos, al lamentarse por Keret, no sólo visualizan el Pico del Zafón, sino también el Circuito del Amplio Período:
Por ti, padre,llorará Zafón, el Monte de Ba’al.’ El circuito sagrado, el gran circuito,el circuito del amplio período,[por ti] se lamentará.

Hay aquí, por tanto, una referencia a dos lugares sumamente venerados que van a llorar la muerte del semidiós: Monte Zafón -el Monte de Ba’al- y una famosa construcción sagrada circular-«el circuito sagrado, el gran circuito, el circuito del amplio período». Si el Monte Zafón, el «Monte del Norte», era el Monte Hermón, que se encuentra exactamente al norte del emplazamiento del Golán, ¿no sería entonces el Circuito Sagrado el enigmático emplazamiento del Golán?

En el último momento, y aceptando las llamadas a la misericordia, El envía a la diosa Shataqat, «una mujer que quita la enfermedad», para que salve a Keret. «Ella vuela sobre un centenar de ciudades, vuela sobre una multitud de pueblos» en su misión de rescate; llega justo a tiempo al hogar de Keret, y se las ingenia para revivirlo.

Pero, siendo sólo un semidiós, Keret muere al final. ¿Sería él el que estaría enterrado en la tumba, dentro del «circuito sagrado, el gran circuito, el circuito del amplio período»?

Aunque los textos cananeos no ofrecen atisbo cronológico alguno, es evidente que relatan acontecimientos de la Edad del Bronce, un lapso temporal que bien podría encajar con los objetos descubiertos en la tumba del emplazamiento del Golán.

Nunca sabremos con seguridad si fueron enterrados allí o no estos legendarios soberanos, y más cuando los arqueólogos que estudian el lugar plantearon la posibilidad de que se hubieran dado enterramientos intrusos, es decir, el enterramiento de alguien fallecido posteriormente en un lugar funerario de tiempos más antiguos, algo que supondría en la mayor parte de los casos la extracción de los restos primitivos. Sin embargo, los arqueólogos están seguros (basándose en las características estructurales y en diversas técnicas de datación) de que la construcción del «circuito» (muros concéntricos de lo que podríamos llamar Piedras Estelares, debido a su función astronómica) precedió en 1.000 ó 1.500 años al añadido del túmulo y de sus cámaras funerarias.

Con respecto al emplazamiento del Golán nos ocurre como con respecto a Stonehenge y otros emplazamientos megalíticos: el enigma de sus constructores se intensifica cuando se establecen sus edades y se determina que en sus orientaciones subyacen unos avanzados conocimientos astronómicos. A menos que hubieran sido los mismísimos seres divinos, ¿quién habría sido capaz de la hazaña, hacia el 3000 a.C. en el caso del emplazamiento del Golán?


En el 3000 a.C, sólo había una civilización en Asia occidental lo suficientemente avanzada, lo suficientemente sofisticada y con unos extraordinarios conocimientos astronómicos como para planificar, orientar astronómicamente y llevar a cabo el tipo de construcciones que estamos considerando aquí: la civilización sumeria. Floreció en lo que es ahora el sur de Iraq, «de repente, inesperadamente, de la nada», en palabras de todos los expertos. Y al cabo de unos pocos siglos (un instante, para lo que es la evolución humana), había conocido todos los inventos y desarrollos que consideramos esenciales para una elevada civilización, desde la rueda hasta el horno, los ladrillos y los edificios altos, la escritura, la poesía y la música, códigos legales y tribunales, jueces y contratos, templos y sacerdotes, reyes y administradores, escuelas y maestros, médicos y enfermeras; y un sorprendente conocimiento de las matemáticas, las ciencias exactas y la astronomía. Su calendario, aún en uso como calendario judío, se inauguró en una ciudad llamada Nippur en el 3760 a.C, y abarcaba todos los conocimientos sofisticados que se requerían para las construcciones de las que estamos hablando.

Fue una civilización que precedió a la de Egipto en unos ochocientos años, y en un millar de años a la del Valle del Indo. Babilonios, asirios, hititas, elamitas, cananeos y fenicios vinieron después, algunos mucho después. Todos ellos llevaron la huella de los sumenos y tomaron prestados todos sus avances; al igual que las civilizaciones que, con el tiempo, aparecerían en Grecia y en las islas del Mediterráneo.

¿Se aventurarían los sumerios a ir tan lejos como a los Altos del Golán? Sin duda alguna, pues sus reyes y sus mercaderes fueron hacia el oeste, hacia el mar Mediterráneo (al cual llamaban mar Superior), y navegaron por las aguas del mar Inferior (el Golfo Pérsico) hasta otras tierras distantes. Cuando Ur era su capital, sus mercaderes estaban familiarizados con todos los lugares del Oriente Próximo de la antigüedad. Y uno de los más afamados reyes de Sumer, Gilgamesh (un famoso rey de Uruk, la bíblica Erek) pasó por este emplazamiento casi con toda probabilidad. La fecha se sitúa alrededor del 2900 a.C, poco después de que se construyera el emplazamiento del Golán.


El padre de Gilgamesh era el sumo sacerdote de la ciudad; sumadre era la diosa Ninsun. Encaminado para ser un gran rey y engrandecer su ciudad, Gilgamesh comenzó su reinado desafiando la autoridad de la por entonces principal ciudad de Sumer, Kis. En una tablilla de arcilla donde se relata el episodio, se dice que el rey de Kisera Agga, y por dos veces se le describe como «enorme». Kis era entonces la capital de unos amplios dominios que quizá se extendieran hasta más allá del río Éufrates; y habría que preguntarse si el enorme rey Agga pudiera ser un precursor del gigantesco Og de la Biblia; pues era práctica común en Oriente Próximo el poner a los reyes el nombre de antiguos predecesores.

Orgulloso, ambicioso e intrépido en su juventud, Gilgamesh no llevaba bien envejecer. Para mantener sus proezas, hizo que los recién casados se pasaran por su ciudad, reclamando el derecho real de ser el primero en mantener relaciones sexuales con la novia. Pero, cuando los ciudadanos ya no pudieron soportarlo más, pidieron ayuda a los dioses; y los dioses respondieron creando un doble de Gilgamesh, que detuvo los tejemanejes del rey. Una vez sometido, Gilgamesh se hizo más melancólico y reflexivo. Veía morir a la gente de su edad, o incluso más jóvenes; y entonces se le ocurrió que tenía que haber otro camino: ¡después de todo, él era en parte divino, no sólo un semidiós, sino dos terceras partes divino, pues no era su padre sino su madre la que era una diosa!

¿Tendría que morir él, Gilgamesh, como un mortal, o tendría el derecho a la vida imperecedera propio de los dioses? Le planteó el caso a su madre.

«Sí -le dijo ella-, tienes razón. Pero para conseguir el lapso vital de los dioses, tendrás que ascender a los cielos y llegar a la morada de los dioses. Y los lugares desde donde se puede ascender, están bajo el mando de tu padrino Utu» (conocido posteriormente como Shamash).

Utu/Shamash intentó disuadir a Gilgamesh:

«¿Quién puede escalar el cielo, Gilgamesh? Sólo los dioses viven para siempre bajo el Sol. En cuanto a la Humanidad, sus días están contados. Ve con tu familia y tus conciudadanos, disfruta del resto de tus días», le dijo el dios.

La historia de Gilgamesh y de su búsqueda de la inmortalidad secuenta en la Epopeya de Gilgamesh, un largo texto escrito en tablillas de arcilla y descubierto por los arqueólogos tanto en el original sumerio como en diversas traducciones de la antigüedad. Según el relato, Gilgamesh no se da por vencido, e interpreta la caída de un objeto desde los cielos como una señal del cielo para que no se rinda. Aceptando ayudarle, Ninsun le revela que hay un lugar en las Montañas de los Cedros, el Lugar de Aterrizaje, desde el cual Gilgamesh podría ascender a la morada divina. Sería un viaje plagado de peligros, le advierte a Gilgamesh. Pero, ¿cuál es la alternativa?, le pregunta él.

«Si fracaso en mi búsqueda -dice-, al menos las generaciones futuras sabrán que lo intenté.

Dándole su bendición para el viaje, Ninsun insiste en que el hombre artificial, Enkidu, vaya delante de Gilgamesh y lo proteja a lo largo del camino. La elección es la adecuada, pues la región hacia donde se encaminan es la de donde había venido Enkidu, las colinas por las que él había vagado con las bestias salvajes. Éste le explica a Gilgamesh lo peligrosa que será la empresa, pero Gilgamesh insiste en ir.

Para llegar a las Montañas de los Cedros, en lo que actualmente es Líbano, desde Sumer (que estaba en lo que ahora es el sur de Iraq), Gilgamesh tuvo que cruzar la meseta que ahora llamamos el Golán. Y, ciertamente, encontramos este detalle en el texto, en el preámbulo a la epopeya, en el cual se enumeran las aventuras y los logros del rey, que fue «el que abrió los pasos montañosos».

Era una primera consecución que merecía que se recordara, pues no hay montañas en la tierra llamada Sumer.

En su viaje, Gilgamesh se detiene en varias ocasiones para buscar oráculos divinos del Dios Sol. Cuando llegan a las tierras de las colinas y los bosques (nada que ver con el paisaje de Sumer), Gilgamesh tiene una serie de sueños-augurios. En un alto crucial, desde donde ya pueden ver las Montañas de los Cedros, Gilgamesh intenta inducirse un augurio-sueño sentándose dentro de un círculo que Enkidu había trazado. ¿Fue Enkidu, que poseía una fuerza sobrehumana, el que dispuso las piedras del campo para Gilgamesh, para formar Piedras Estelares?

Sólo podemos conjeturar. Pero recientemente se han encontrado en los Altos del Golán evidencias físicas que atestiguan la familiaridad que, durante generaciones, tuvieron aquellos que vivieron allí con Gilgamesh y su relato.


Uno de los episodios más famosos de las aventuras del rey es el incidente en el cual se encuentra con dos feroces leones, lucha con ellos y los mata con las manos desnudas. Esta heroica hazaña fue el tema favorito de los artistas de Oriente Próximo en la antigüedad.

¡Sin embargo, era algo totalmente inesperado encontrar una losa de piedra con esta representación en las cercanías de los círculos concéntricos ! (El objeto se exhibe en el nuevo e interesantísimo Museo Arqueológico del Golán, en Qatzrin.)
Aunque las referencias textuales y la representación de la losa de piedra no constituyen evidencias concluyentes de que Gilgamesh llegara hasta este lugar en su viaje hacia las Montañas de los Cedros del Líbano, hay una pista más, una pista intrigante, que conviene considerar. Después de que el emplazamiento fuera identificado desde el aire, los arqueólogos israelíes descubrieron que, en los mapas del ejército sirio (capturados), este lugar venía marcado con el nombre de Rugum el-Hiri, un nombre de lo más desconcertante, dado que, en árabe, significa «Montón de piedras del lince».

Sugerimos que la explicación de tan desconcertante nombre bien podría encontrarse en la Epopeya de Gilgamesh, al reflejar un recuerdo del Rey Que Luchó con los Leones.

Y, como veremos, éste no es más que el comienzo de una serie de relaciones intrincadas y entrelazadas.
 

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