8 - LA CIENCIA DEL SER HUMANO

Secretos de la oración y de la sanación


En el siglo IV, nuestra relación con las fuerzas sutiles del mundo que nos rodea, así como con las que están en nuestro interior, empezaron a cambiar. Cuando las palabras que confirmaban estas relaciones fueron eliminadas de los textos donde se habían conservado, empezamos a vemos como observadores, a contemplar pasivamente las maravillas de la naturaleza y el funcionamiento de nuestro cuerpo. Las tradiciones como las de los esenios y los amerindios sugieren que nuestra relación con el mundo trasciende el papel del observador, recordándonos que formamos parte de todo lo que vemos. En un mundo con semejante interconexión es imposible observar pasivamente cómo cae una hoja de un árbol o corre una hormiga por el suelo. El propio acto de observar nos coloca en el papel de participantes.


El físico Niels Bohr formuló, a finales de la década de 1920, una teoría que insinuaba esta relación, y describió una visión similar en términos modernos. Se había observado que, en el plano atómico, la materia a veces se comportaba de forma extraña, en contradicción con la teoría aceptada. En forma simplificada, la teoría de Bohr, conocida como la Visión de Copenhague, postulaba que el observador de cualquier acontecimiento pasa a formar parte del mismo tan sólo por el acto de observar.

 

En el diminuto mundo de los átomos, la observación adquiere mayor importancia cuando «los objetos del tamaño del átomo son perturbados por cualquier intento de observarlos».' Según esta línea de pensamiento, es evidente que la ciencia moderna está buscando un lenguaje para describir la relación de unidad que los esenios utilizaron como base en sus oraciones.


Vernos como independientes del mundo que nos rodea ha precipitado un sentido de separación, una actitud de «aquí dentro» frente a un «allá fuera». Desde nuestra infancia, empezamos a creer que el mundo «sencillamente sucede». Algunas veces ocurren cosas buenas, otras no tanto. Parece que el mundo suceda a nuestro alrededor, en ocasiones sin razón aparente.

 

Al prepararnos para los imponderables de la vida, pasamos gran parte de nuestro tiempo ideando estrategias para sobrevivir e ir sorteando los retos que se interponen en nuestro camino. Las nuevas investigaciones sobre la relación entre el poder de nuestros sentimientos y la química de nuestros cuerpos nos hacen pensar que las implicaciones de ese punto de vista de «nosotros» y «ellos» tienen un alcance mucho  mayor, y a veces, inesperado.

 

Por ejemplo, la ciencia ha demostrado que sentimientos específicos producen una química previsible en el cuerpo que corresponde a ese sentimiento en particular. A medida que cambiamos nuestros sentimientos, cambiamos nuestra química. Literalmente tenemos lo que puede contemplarse como «química del odio», «química de la ira», «química del amor» y así sucesivamente. Las expresiones biológicas de la emoción se manifiestan en el cuerpo como los niveles hormonales, de anticuerpos y enzimas que están presentes en nuestro estado de bienestar.

 

La química del amor, por ejemplo, afirma la vida reforzando el sistema inmunitario y las funciones reguladoras de nuestro cuerpo. A la inversa, la ira, que a veces dirigimos hacia dentro en forma de culpa, puede manifestarse como una respuesta de inmunodeficiencia.


En el verano de 1995, Glen Rein, Mike Atkinson y Rollin McCraty publicaron un ensayo en el Journal of Advancement in Medicine. Con el título de «The Physiological y Psychological Effects of Compassion and Anger», se centraba en el estudio de la inmunoglobulina A salival (S-IgA), un anticuerpo que se encuentra en la mucosidad de los tractos respiratorios superiores, gastrointestinales y urinarios, y que los defiende de las infecciones. En esencia, el ensayo decía que,

«los niveles altos de S-IgA se asocian con un descenso de la incidencia de enfermedades infecciosas en las vías respiratorias superiores».

El resumen final del ensayo concluía diciendo que «la ira producía un significativo aumento en el nivel general de trastorno de los estados de ánimo y del ritmo cardíaco, pero no en los niveles de S-IgA. Por otra parte, las emociones positivas, producían un significativo aumento en los niveles de S-IgA. Al examinar los efectos en un periodo de seis horas, observamos que la ira, por el contrario, producía una significativa inhibición del S-IgA desde la primera hora hasta cinco horas después de la experiencia emocional 3. Otros estudios señalan las cualidades específicas de las emociones como un poderoso factor en la hipertensión, la insuficiencia cardiaca congestiva y la insuficiencia de las arterias coronarias.


Vivir como si el mundo «exterior» fuera algo separado de nosotros abre la puerta a un sistema de creencias de juicio y a las expresiones químicas de esos juicios en nuestro cuerpo. Por ende, tendemos a ver nuestro mundo en forma de «buenos gérmenes» y «malos gérmenes», y usamos palabras como «toxinas» y «desechos» para describir los subproductos de las propias funciones que nos dan la vida. Es en este mundo donde nuestros cuerpos se pueden convertir en una zona de conflicto para las fuerzas que están en oposición entre ellas, creando campos de batalla biológicos que se manifiestan como enfermedades.


La perspectiva holista de los esenios, por otra parte, ve todas las facetas de nuestros cuerpos como elementos de una fuerza sagrada y divina que se mueve a través de la creación. Cada una es una expresión de Dios. En un mundo donde todo lo que sabemos y experimentamos surge de una sola fuente, bacterias, gérmenes y los subproductos de nuestro cuerpo trabajan juntos para dotar a nuestro cuerpo de fuerza y vida. Esta visión nos invita a redefinir las lágrimas, el sudor, la sangre y los productos de la digestión que denominamos «desechos», como elementos sagrados de la tierra que están a nuestro servicio, en lugar de considerarlos subproductos aborrecibles que se han de eliminar, desechar y destruir.

 


¿POR QUÉ ORAR?
La voz procedía de algún lugar del fondo de la habitación. Mis ojos se dirigieron hacia la izquierda, buscando en todas las filas para localizar de dónde había surgido la pregunta. Desde el escenario al final del salón de baile, miré a los participantes del seminario de tres días. Siempre he considerado un honor y un signo de confianza la oportunidad de hablar en público. Un aspecto importante para honrar a todos los públicos es responder a las preguntas que siempre surgen después de haber tratado cualquier tema importante. Miré las caras que se centraban en mí.

 

Una deslumbrante hilera de luces iluminaba las primeras filas desde el techo. Cuando miré al fondo de la sala, cada fila iba quedando más en la penumbra, hasta fundirse en una oscuridad que llegaba hasta las paredes que no podía ver. El único signo visible a través de la sala era el verde resplandor de las señales de salida que estaban encima de las puertas.

-¿Quién ha hecho la pregunta?

Dirigido por los gestos que hacían los participantes señalando hacia la izquierda, salí del escenario y caminé por el pasillo con la esperanza de entablar contacto visual con la persona. Un asistente de sala que llevaba un micrófono se reunió conmigo en el pasillo a la altura de la fila hacia donde señalaban los dedos.

-Estoy aquí -exclamó una frágil voz.

-Bien -dije yo-. Ahora puedo verte. ¿Cómo te llamas?

-Evelyn -susurró tímidamente por el micrófono la vocecita-. Me llamo Evelyn.
-Evelyn, ¿podrías repetir la pregunta, por favor? -le pedí.

-Por supuesto -respondió ella-.

Simplemente preguntaba «por qué rezar». ¿Qué hay de bueno en eso, realmente?

 

Escuché la pregunta que planteaba Evelyn. Percibía una inocencia subyacente a la pregunta, mientras mi mente escuchaba las palabras. En mis círculos de amistades y en mis conversaciones, el papel de la oración y su importancia eran temas habituales. En las conferencias a larga distancia y en las vigilias a nivel mundial coordinadas por Internet, hablábamos de las aplicaciones, de los orígenes y de las técnicas de la oración. Con frecuencia nuestras conversaciones iban dirigidas a aspectos específicos de acontecimientos globales que tenían lugar en ese momento. Sin embargo, que yo recuerde nunca habíamos hablado del propósito de la oración. En realidad, no. Evelyn estaba haciendo bien su trabajo. Al hacer su pregunta, me estaba invitando a que respondiera desde lo más profundo de mi ser a una cuestión que nunca me habían planteado.


Era uno de esos momentos que tienen lugar muy pocas veces. De algún modo su pregunta se abría camino entre los centinelas de la lógica y del razonamiento, para abordar la realidad del momento. No tenía muy claro lo que iba a decir. Abrí la boca para responder a la pregunta de Evelyn, con confianza absoluta en el proceso que se estaba desarrollando entre nosotros. Una a una, las palabras fueron saliendo de mi boca, en el preciso instante en que se iban formando. Aunque no estaba especialmente sorprendido, sentía admiración por el proceso, por la facilidad con la que fluía cada palabra y por lo conciso de mi respuesta.

-La oración -empecé- es para nosotros como el agua para una semilla.

¡Eso fue todo! Mi respuesta era completa. El silencio inundó la habitación. Los participantes y yo hicimos una pausa para reflexionar sobre el poder de esas once palabras. Pensé en lo que había dicho. La semilla de una planta es completa en sí misma. Bajo las circunstancias apropiadas, la semilla puede conservarse durante siglos de ese modo, con una rígida capa que la protege de otras posibilidades. Sólo con el agua, la semilla alcanzará su mayor expresión de vida.


Nosotros somos como semillas. Venimos a este mundo completos, con la semilla de poder ser algo aún más grande. Nuestro tiempo en común, en presencia de los cambios de la vida, despierta en nuestro interior las posibilidades superiores del amor y la compasión. Con la oración florecemos para completar nuestro potencial.


Evelyn esbozó una sonrisa en su rostro. Sentí que ella ya conocía la respuesta que tan hábilmente me había sonsacado. Era como si supiera que los demás participantes se iban a beneficiar de escuchar las palabras que, aparentemente, yo no habría dicho ese día. A principios del siglo XX, el profeta y poeta Kahlil Gibran afirmó que el trabajo que hacemos en la vida es nuestro amor hecho visible. Con su valor para ponerse en pie en una sala con varios cientos de personas, la mayoría desconocidas para ella y hablar tímidamente por el micro, Evelyn me sacó una respuesta que fue útil para todos en aquel momento. Desde ese día, esa misma respuesta me ha servido para muchas otras personas en otras ciudades. Evelyn y yo hicimos bien nuestro trabajo en común, nuestro amor hecho visible.

 


MÁS ALLÁ DE LAS PALABRAS
Recuerdo que cuando era niño había rezado mucho. Repetía mis oraciones tal como me las habían enseñado, a la hora de comer, de dormir, durante las vacaciones y en ocasiones especiales. Durante esos momentos de oración daba gracias por las cosas buenas de mi vida y pedía reverentemente a Dios que cambiara las situaciones que me herían o que causaban sufrimiento a los demás. Con frecuencia mis oraciones eran para los animales.

 

Siempre me había sentido especialmente cerca del reino animal, y me tomaba la libertad de compartir nuestro hogar con los animales salvajes que encontraba en los bosques de los alrededores de nuestra casa al norte de Missouri. Al no dejármelos tener dentro, mis amigos animales solían competir por el espacio en la furgoneta de la familia que teníamos en nuestro pequeño garaje. En cualquier momento, podía haber una representación de casi todo tipo de animal en la reserva del garaje, una parte de nuestra casa que mi madre llegó a llamar el «zoo».


Recuerdo sentir que nuestro hogar era una especie de refugio, un techo para los residentes hasta que estos pudieran volar, correr, nadar o regresar a su entorno natural. A veces los animales estaban enfermos o heridos. Los encontraba en el bosque abandonados con los huesos rotos, el pico destrozado o sin alguna extremidad, teniéndose que valer por sí mismos. Al mirar atrás, ahora me doy cuenta de que algunos de mis huéspedes sencillamente eran demasiado torpes para escapar de mi bienintencionado «rescate».


Al vivir en hábitats hechos a medida -recipientes individuales, jarras de cristal y bañeras adaptadas-, cada animal tenía su propia etiqueta, en la que identificaba meticulosamente la especie, el lugar donde lo había encontrado y sus alimentos favoritos. Al tratar de comprender por qué algunos animales eran abandonados por los de su propia especie, amigos y parientes, recordaba que esa era la «ley de la naturaleza». Recuerdo que pensaba:

«¿Y si ayudara un poco a las leyes de la naturaleza? ¿Y si lo único que necesitan estos animales es estar unos cuantos días en un lugar seguro y bien alimentados para curarse de sus heridas?».

Mi razonamiento era que, tras un breve período de recuperación, los animales podrían regresar a su vida salvaje para afrontar cualquier cosa que la vida les reservase. Si vivían un día o muchos más, me traía sin cuidado. Lo que me importaba era que el animal dejara de sufrir. Incluso aunque ese animal se convirtiera en la comida de otro al día siguiente, mientras tanto estaría fuerte, sano y sin dolor.


Rezaba por los animales cada noche. Unas veces mis oraciones funcionaban, otras no. Nunca comprendí por qué. Si Dios estaba en todas partes, escuchando, ¿por que dudaba en responder? Si podía escuchar todas mis plegarias y responder a algunas de ellas algunas veces, ¿por qué no hacía lo mismo en otro momento con otro animal? No comprendía esa incoherencia.


A medida que me fui haciendo mayor seguí rezando. Aunque pensaba que ya lo hacía como un adulto, los temas de mis oraciones en realidad no habían cambiado. Todavía hablaba con «los poderes que son» en nombre de los animales de mi vida. Tanto para aquellos que corrían libremente como para aquellos que yacían aplastados al borde de la carretera, pedía bendiciones para que tuvieran viajes seguros y paz en su otra vida.


Aunque siempre había rezado también por las personas, durante esta época mis oraciones por los demás se extendieron más allá del círculo de mis parientes y amigos. Además de rezar por mi familia, amigos y seres queridos, también dirigía mis oraciones a personas a las que no conocía. Las conocía sólo como rostros anónimos que aparecían en la pantalla del televisor en blanco y negro que teníamos en la sala de estar, o que me miraban desde las páginas de las revistas Look y Life. Cuando rezaba por la vida de los animales y de las personas, también lo hacía para remediar la causa de su sufrimiento en este mundo.
 

Al final, mis sentimientos sobre la oración empezaron a cambiar. Concretamente, fueron los sentimientos que tenía mientras oraba los que cambiaron. Tenía la sensación de que faltaba algo. Aunque el sagrado momento era reconfortante hasta cierto punto, siempre sentía que tenía que haber algo más. Con frecuencia notaba una sensación de reproche en mi interior, un antiguo sentimiento de que la oración que acababa de repetir en ese momento era sólo el principio de algo más grande. Sentía que había un momento en que las personas nos acercábamos entre nosotras, y que también estábamos más próximas a las fuerzas invisibles de nuestro mundo. Al no haber religión ni ritual, intuía que la oración en sí misma era la clave de esa proximidad. Sabía que en alguna parte, entre las neblinas de nuestra antigua memoria colectiva, debía haber algo más respecto al lenguaje silencioso que nos permite entrar en comunión con las fuerzas sutiles de este mundo y del más allá.


A principios de los noventa, tuve el primer indicio de por qué sentía que mis oraciones eran incompletas. La pista se presentó un día inesperadamente; mientras hojeaba una copia de un texto antiguo que me había dado un amigo. Lo que distinguía a este documento de obras similares era que el traductor había recurrido al lenguaje original de los autores para sus referencias, en lugar de utilizar las palabras de otros eruditos, posiblemente distorsionadas con el tiempo. Allí, en las nuevas traducciones de los manuscritos arameos originales, se encontraban los detalles de cómo unir los tres componentes de la oración en una fuerza poderosa que guiara nuestras vidas.


El texto que mi amigo me había dejado era una recopilación de un conocido erudito sobre estudios del mundo antiguo, Edmond Bordeaux Szekely, el nieto de Alexandre Szekely, que había recopilado la primera gramática tibetana hacía más de 150 años. Las traducciones de Szekely hechas a partir de la versión aramea original de los Evangelios, ilustraban el rico lenguaje de las oraciones e historias narradas por Jesús y sus discípulos. Todavía me maravillo de la claridad que tales traducciones continúan proporcionando sobre las enseñanzas y la ciencia de la oración. Si se revisa este trabajo desde la perspectiva de la física cuántica, vemos sutilezas que se han perdido en otras traducciones hechas posteriormente.
 

Según la visión de los autores arameos, por ejemplo, la forma en que se desarrollan en nuestra vida una serie de acontecimientos es sólo una cuestión de enfoque. Tanto si pensamos en la historia global como en nuestra sanación personal, los antiguos eruditos nos recuerdan que todas las posibilidades ya han sido creadas y que están presentes. En lugar de forzar soluciones para las cosas que nos suceden en la vida, se nos invita a elegir con qué posibilidad identificarnos y vivir como si ya hubiera sucedido.

 

Esto no quiere decir que impongamos nuestra «voluntad» sobre los demás en la forma de la oración. Lo que proporciona la sutil diferencia es más bien nuestra predisposición a aceptar cualquier posibilidad sin prejuzgarla, conscientes de que podemos atraer o repeler cualquiera de ellas mediante las elecciones que hacemos en nuestra vida. Elegir un resultado a través de la oración no garantiza que este sucederá; nuestra oración sencillamente invita a esa posibilidad. Ahora la pregunta es: ¿cómo podemos atraer resultados concretos a nuestro presente mediante la oración?

 


CUANDO TRES SE CONVIERTE EN UNO
Por sus escritos sabemos que los antiguos esenios creían que nos comunicábamos con nuestro mundo a través de nuestras percepciones y sentidos. Cada pensamiento, sentimiento, emoción, respiración, nutriente, movimiento o la combinación de cualquiera de ellos, era considerado como una expresión de la oración. Según la visión de los esenios, según sentimos, percibimos y nos expresamos durante el día, estamos orando constantemente.


Mediante el don de la poesía y las metáforas de su tiempo, los textos esenios nos recuerdan que nuestro cuerpo, corazón (sentimientos) y mente trabajan juntos, casi de la misma manera que un carro, el caballo y el conductor.' Aunque considerados de forma independiente, los tres trabajan mano a mano para proporcionarnos nuestras experiencias en la vida. En esta analogía, el carro es nuestro cuerpo y el conductor nuestra mente. El caballo representa los sentimientos de nuestro corazón, el poder que conduce al caballo y al conductor por la senda de la vida. Gracias a la fuerza de nuestro cuerpo físico, la experiencia de la sabiduría de nuestro corazón y la pureza de nuestras intenciones son las que determinan la cualidad que dominará en nuestra vida.


Si la oración es en realidad el lenguaje olvidado a través del cual escogemos las posibilidades y los resultados que queremos conseguir en nuestra vida, en un sentido muy real cada momento de nuestra existencia puede ser considerado como una oración. En cada instante de nuestro estado de vigilia o de sueño, si estamos pensando, sintiendo y teniendo emociones, estamos contribuyendo a las situaciones que se producen en el mundo. La clave es que unas veces nuestras contribuciones son directas e intencionadas, mientras que otras podemos estar participando indirectamente, sin ni siquiera ser conscientes de nuestra contribución.

 

Este último tipo de experiencia puede ser el que describan las personas que sienten que la vida «les sucede». Las personas que tienen esta experiencia suelen sentir que son «espectadores» que simplemente observan los procesos de la vida que tienen lugar a su alrededor entre sus amigos, familiares y seres queridos, incluso en la propia Tierra. Los sentimientos de esta experiencia varían desde la admiración y asombro por el nacimiento de un bebé hasta una sensación de impotencia ante la trágica pérdida de las vidas humanas en tiempos de guerra o por desastres naturales. La crisis de Kosovo de 1999, o la indignación por la matanza en una escuela pública, son ejemplos de tales momentos de impotencia.
 

Los textos recientemente traducidos, algunos de los cuales tienen más de dos mil años, nos ofrecen otra forma de participar activamente para «hacer algo» durante este tipo de situaciones de la vida. Al reconocer la eficacia del poder silencioso de la oración, los antepasados describen un método de oración conocido en la actualidad como oración activa. Cuando estos componentes de la oración se fusionan en uno solo, se nos presenta un puente para comunicarnos con el lenguaje de la creación. Gracias a este puente podemos elegir el resultado de una situación entre una serie de posibilidades.

 

Quinientos años antes del nacimiento de Jesús, los maestros esenios nos invitaron a concentrar el poder de los elementos individuales de la oración -pensamiento, sentimiento y emoción, que experimentamos como mente, corazón y cuerpo- en un solo resultado. La clave del dominio de esta técnica se encuentra en un solo pasaje:

«Siete son los senderos que cruzan el Huerto Infinito, y cada uno deberá transitarse con el cuerpo, el corazón y la mente como uno ...».5

Es esta fuerza unificada del lenguaje celestial, que se manifiesta en nuestro cuerpo, la que llena de vida nuestras oraciones y nos asegura que «cualquiera que dijere a este monte: quítate de ahí y échate al mar, no vacilando en su corazón, sino creyendo que cuanto dijere se ha de hacer, así se hará» (Mc 11,23).


Piensa en los efectos de la oración con la ayuda de un sencillo modelo. Hace más de cincuenta años, en 1947, el doctor Hans Jenny desarrolló una nueva ciencia para investigar la relación entre la vibración y la forma.' Mediante estudios bien documentados, el doctor Jenny demostró que la vibración producía geometría. Es decir, al crear una vibración en un material que podemos ver, la forma de la vibración se hace visible en ese medio. Cuando cambiamos la vibración, cambiamos la forma. Cuando regresamos a la vibración inicial, vuelve a aparecer la forma inicial. A través de una serie de experimentos realizados con distintas substancias, el doctor Jenny produjo una sorprendente variedad de dibujos geométricos, desde algunos muy complejos hasta otros muy simples, en materiales como agua; aceite, grafito y azufre en polvo. Cada dibujo era sencillamente la forma visible de una fuerza invisible.


La importancia de estos experimentos es que con ellos el doctor Jenny probó, sin lugar a duda, que la vibración crea una forma previsible en la substancia en la que es proyectada. Pensamiento, sentimiento y emoción son vibraciones. Al igual que las vibraciones en los experimentos del doctor Jenny, las vibraciones del pensamiento, del sentimiento y de la emoción crean un trastorno sobre la materia en la que son proyectados. En lugar de agua, azufre y grafito, proyectamos nuestras vibraciones sobre la refinada substancia de la conciencia. Cada una tiene un efecto.


En el capítulo vil hablamos de que la ciencia nos insinúa que nuestro futuro puede que ya exista en forma latente en el caldo de la creación como una de entre muchas «posibilidades». A medida que cada día elegimos cosas nuevas en nuestra vida, vamos despertando otras posibilidades y ajustamos el resultado final. Esta visión implica que cada vez que pedimos algo en la oración, existe la posibilidad de que nuestra petición ya esté en curso.

 

Si esta visión del mundo es correcta, entonces en el zoo del garaje de mi infancia, por ejemplo, cada pico roto, miembro sesgado y hueso fracturado era uno de los posibles resultados para ese momento. En ese mismo instante, también existía otra situación en que cada uno de esos animales a mi cargo ya estaba sanado. Las dos situaciones ya existían. Cada posibilidad era real.


La clave para elegir un resultado entre los muchos posibles reside en nuestra habilidad para sentir que nuestra elección ya está sucediendo. Vista la anterior definición de la oración de otro modo, como «sentimiento», se nos invita a hallar la cualidad del pensamiento y de la emoción que produce ese sentimiento: vivir como si el fruto de nuestra plegaria ya estuviera en camino.

Sentimiento-Emocion-Pensamiento
Figura 1.

Pensamiento, sentimiento y emoción como patrones no alineados.

Al no haber unión, pueden perder su enfoque.
Como podemos beneficiamos del efecto de nuestro pensamiento y emoción,

si cada patrón se mueve en una dirección distinta?

Si, por otra parte, los patrones de nuestra oración se centran en la unión,

¿cómo puede el «material» de la creación no responder a nuestra plegaria?

 

Cuando pensamiento, sentimiento y emoción no están alineados, cada uno puede ser considerado como una fase distinta de la otra. Aunque existan pequeñas zonas comunes, la mayor parte del patrón no está centrado, y trabaja en direcciones distintas, independiente del resto. El resultado es una dispersión de la energía.


Por ejemplo, si pensamos: «Elijo a la pareja perfecta de mi vida», se libera un patrón de energía que expresa ese pensamiento. Cualquier sentimiento o emoción que no esté sincronizado con nuestro pensamiento no podrá infundir fuerza a nuestra elección de encontrar una pareja perfecta. Si nuestros patrones no están alineados debido a sentimientos de que no somos merecedores de tener una pareja así de perfecta o por emociones de miedo, estos pueden truncar que se materialice nuestra elección. En este estado no alineado puede que nos encontremos preguntándonos por qué nuestras afirmaciones y oraciones no han funcionado.
 

Pensamiento
Figura 2.

El pensamiento no está alineado con el sentimiento y la emoción.

Esta situación puede hacer que nuestra oración se disperse y no surta efecto.


Mediante estos sencillos ejemplos, vemos claramente por qué la oración puede aportar el mayor de los cambios cuando sus elementos están centrados y alineados entre sí.


Sin usar la palabra oración, y sin duda de un modo menos técnico, la idea de unificar el pensamiento, la emoción, el sentimiento y vivir desde el lugar del deseo que se aloja en nuestro corazón ya fue presentada a principios del siglo XX, pero con un lenguaje muy distinto. El trabajo de Neville, que afirma el quinto modo de oración y da por hecho que nuestra plegaria ya se está produciendo, nos lo expone de este modo:

«Te has de abandonar mentalmente a tu deseo que se ha cumplido gracias a tu amor por ese estado, y al hacerlo, vive en el nuevo estado y abandona el antiguo».'

Las descripciones de Neville sobre nuestra habilidad para cambiar los resultados y escoger posibilidades nuevas en la vida, aunque eficaces puede que no tuvieran mucho sentido para las personas de principios del siglo XX. Al igual que ha sucedido con muchos pensadores cuyas ideas se adelantaban a su tiempo, poco se supo de la obra de Neville hasta después de su muerte en 1972.


Visiones como esta nos permiten contemplar la oración como un lenguaje y una filosofía que une el mundo de la ciencia y del espíritu. Al igual que otras filosofías utilizan modos de expresión únicos y vocabularios especializados, la oración tiene un vocabulario propio en el lenguaje silencioso del sentimiento. A veces una idea que tiene sentido para nosotros en un lenguaje, en otro con el que no estemos familiarizados tiene muy poco. Sin embargo, el lenguaje existe.


La filosofía de la paz, por ejemplo, se puede expresar a través de lenguajes tan diversos como el de la física o el de la política, así como el de la oración.

Figura 3.

«...Cualquiera que dijere a este monte: quítate de ahí y échate al mar,

no vacilando en su corazón sino creyendo que cuanto dijere se ha de hacer, así se hará» (Marcos 11,23).

La clave para que la oración sea eficaz es la unión del pensamiento, del sentimiento y de la emoción.


Por ejemplo, la paz suprema según la física puede ser descrita como la ausencia de movimiento en un sistema. En ese lenguaje, cuando la frecuencia, la velocidad y la longitud de onda llegan a cero, el sistema está en reposo y tenemos paz. En la política, la paz se puede interpretar como el fin de la agresión o la ausencia de guerra. Nuestras oraciones pueden ser pensadas del mismo modo.
 

Mediante el lenguaje de la oración, la paz puede ser descrita en forma de ecuación, como lo que acerca la oración a nuestra ciencia en la que muchos se han atrevido a creer. En lugar de ecuaciones de números y variables, la lógica, el sentimiento y la emoción se convierten en los componentes de la ecuación de la oración. Con la forma de una prueba matemática estándar -si esto y esto es así, entonces presenciamos tal y tal resultado-, la ecuación de la oración activa se puede contemplar del siguiente modo:
 

Si,

pensamiento = emoción = sentimiento

entonces,

el mundo refleja el efecto de nuestra oración.

Con esta unión las fuerzas de nuestra tecnología interior se pueden concentrar y aplicar en el mundo exterior. Cuando alineamos los componentes de la oración, estamos hablando el lenguaje silencioso de la creación: el lenguaje que mueve el monte, acaba con las guerras y disuelve los tumores.


La belleza de la oración radica en que no es necesario saber exactamente cómo funciona para beneficiamos de sus milagrosos efectos. En esta tecnología universal, sencillamente se nos invita a experimentar, sentir y reconocer lo que nuestros sentimientos nos están comunicando. Nuestras oraciones cobran vida cuando enfocamos el sentimiento de anhelo que reside en nuestro corazón, en lugar de enfocar el pensamiento que gobierna el mundo de la razón.
 

 

LA CLAVE OLVIDADA
Sabía que la respuesta se hallaba en algún lugar de los textos que tenía a mi alrededor. En alguna parte entre los libros, papeles, documentos y manuscritos esparcidos por el suelo estaban las palabras que los antiguos maestros habían escrito hace más de dos mil años, teniendo presente momentos como estos. Sabían que en alguna generación futura se harían las mismas preguntas que las que se les plantearon a los maestros en el primer milenio de nuestra era.

 

Aunque se trataría de un mundo diferente, las preguntas serían idénticas, harían referencia a nuestra relación con el cosmos, con nuestro Creador y entre nosotros. Concretamente, sabían que las personas del futuro llegarían a un grado de desarrollo en que los logros de su tiempo recordarían e invitarían a rememorar el fundamento de la vida humana y a reclamar la esencia de sus vidas. Sabía que las pistas de un antiguo linaje de sabiduría estaban reservadas para nosotros, para un momento justo como este.


Eran las dos de la madrugada. Llevaba horas sentado en el suelo, mirando los textos que me rodeaban. Me levanté y me dirigí hacia una de las ventanas que daban a miles de hectáreas de salvia del desierto alto. En el paisaje sin luna, apenas podía ver el perfil de la montaña del norte que se eleva a más de 600 metros por encima del suelo del valle. Hice una respiración profunda, regresé al centro del edificio de cincolados, a la habitación más grande de la propiedad. Miré al techo y una vez más admiré el misterio de las vigas que surgían de cada pared, haciendo ángulo con el cielo hasta encontrar un punto en lo alto del centro de la estancia.

 

Además de estas vigas cuadradas de madera de pino, no había otros signos de soporte del techo. Siempre me había maravillado ver cómo cada viga, de 51 centímetros, se anclaba en las paredes de barro de 60 centímetros de grosor para sostener el techo. La estructura ofrecía un espacio muy sagrado. Me daba la impresión de estar en el seno de la Tierra cuando me encontraba en la «cúpula», como a algunas personas del valle les gustaba llamarla. Era perfecta para tardes como esta.


Respiré profundo, suspiré y reclamé mi espacio en el suelo. Había dedicado varias semanas a recomponer fragmentos de una sabiduría que describiría lo que yo creía que eran los elementos de una ciencia perdida en Occidente hace casi 1.700 años. Alcancé un documento que había visto cientos de veces antes, y una vez más empecé a hojear sus páginas. De pronto mis ojos vieron una secuencia de palabras que había hojeado superficialmente hacía sólo unos segundos. Algo en esa agrupación o patrón de palabras en particular, llamó mi atención.

 

Probablemente había visto las mismas palabras muchas veces. Sin embargo, esta vez, me parecieron distintas y me puse a hojear el libro, buscando en el texto palabras que me resultaran familiares. Las encontré casi al final de una página. El texto que estaba revisando era una traducción al inglés del antiguo lenguaje de Oriente Próximo. Allí es donde vi la clave que buscaba: la palabra paz.

«¿Cómo, entonces, podemos traer paz a nuestros hermanos... pues queremos que todos los Hijos de los Hombres compartan las bendiciones del ángel de la paz? »

El texto que tenía en las manos evocaba la pregunta planteada hace dos mil años, una pregunta que con frecuencia suele oírse en los debates públicos actuales. ¿Cómo podemos alimentar a los hambrientos, ofrecer un techo a los sin hogar, sanar a los enfermos y terminar con las guerras y el sufrimiento? Aunque la ayuda de urgencia, las soluciones militares y los frágiles tratados de paz puedan hacer frente a la manifestación externa del sufrimiento en un plano físico, y aunque sea importante hacerlo, la clave para un cambio duradero se encuentra en modificar la forma de pensar que permite que este sufrimiento continúe. Quizá para responder a las mismas preguntas que hacen los buscadores de hoy en día, los visionarios y escribas del pasado nos legaron su ciencia sobre cómo atraer el poder de la oración para hacer frente a los retos de la sociedad.


En las prácticas religiosas y espirituales de nuestro tiempo se nos ha pedido que hilvanemos los hilos de la oración que tejerán nuestras vidas. Sin embargo, rara vez se nos ha enseñado a hacerlo. En el mejor de los casos, las bienintencionadas instrucciones que se nos ofrecen en la actualidad son vagas, inexactas y confusas.


En los textos donde se encuentra un linaje de sabiduría anterior a nuestra historia, se nos enseñan los puntos clave de esta poderosa tecnología durante tanto tiempo olvidada. Tras identificar los elementos del pensamiento, sentimiento y emoción, los esenios nos muestran cómo unir los tres componentes en una aplicación concentrada. Identifican un denominador común que vincula el final del sufrimiento con la alineación de los elementos de la oración. La consecución quedará mejor descrita con las palabras de los maestros de la oración:

Primero el Hijo del Hombre habrá de buscar la paz en el interior de su propio cuerpo, pues su cuerpo es como un lago de montaña que refleja el sol cuando está quieto y claro. Cuando está lleno de barro y piedras, no refleja nada.

 

Luego el Hijo del Hombre deberá buscar la paz en sus propios pensamientos... No existe poder más grande en el cielo o en la tierra que el pensamiento del Hijo del Hombre. Aunque invisible para los ojos del cuerpo, cada pensamiento tiene una poderosa fuerza, de tal magnitud que puede hacer temblar a los cielos.


Después el Hijo del Hombre buscará la paz en sus propios sentimientos. Invocamos al Ángel del amor para que entre en nuestros sentimientos, para que los purifique. Y todo lo que antes era impaciencia y discordia se tornará paz y armonía.9

¡Estas eran las palabras! Estas eran las claves que los esenios dejaron a las generaciones futuras. No sólo compartieron con nosotros las posibilidades que la oración puede aportar a nuestras vidas, sino que nos abrieron la puerta a posibilidades de oración que la ciencia occidental explica como «milagros». Conscientes de que llegaríamos a un punto en nuestra evolución en que se nos pediría que redefiniéramos el papel de la tecnología en el mundo, nos legaron la clave para afirmar la vida en la ciencia y en el mismísimo misterio de la vida. Su secreto es el antiguo código de la paz. ¡Sutil y engañosamente simple, el poder de nuestro olvidado método de oración se encuentra en el marco de la paz!


Giraba las páginas entusiasmado, buscando más confirmaciones, quizá como un código oculto que describiera el papel que la paz puede desempeñar en la actualidad. Las palabras casi saltaron desde la mitad de la página siguiente, superando mis expectativas.

«Busca al Ángel de la paz en todo lo que está vivo, en todas tus acciones, en cada una de tus palabras. Pues la paz es la clave de todo conocimiento, de todo misterio, de toda vida. »10

En la tradición de su época, la palabra esenia «ángel» se podía traducir de muchas formas, entre las que se incluyen «poderes o fuerzas que son». Si tenemos esto presente, las palabras poder o fuerza pueden sustituir a la palabra ángel, especialmente para aquellos que ven en esta palabra una connotación religiosa o la consideran un término cristiano. Está claro que la tecnología que nos ofrecieron mediante el regalo de la oración trasciende cualquier tendencia secular o religiosa.

 

Los esenios parecen estar describiendo una tecnología que, en algunos casos, se remonta a quinientos años antes de Cristo. Para los esenios esta se revelaba en todos los aspectos de la vida; incluso los momentos de dar la bienvenida o de despedirse los consideraban como una oportunidad para afirmar el poder de la paz en su mundo interior. Las últimas palabras pronunciadas por los hermanos y hermanas de la comunidad esenia eran « ¡Que la paz sea contigo! ».
 

Ahora ya está todo encajado. A través de estas palabras, en el lenguaje de su tiempo, nos ofrecen una sofisticada tecnología, con frecuencia pasada por alto actualmente en Occidente. Más allá de los microcircuitos y de los chips informáticos de los modernos electrodomésticos, la tecnología de la oración se basa en componentes tan sofisticados que todavía no hemos podido reproducir en nuestras máquinas. ¡Los componentes son lógica y emoción, alimentados a través de los sistemas operativos de la paz!
 

Mientras marcaba las páginas para referencias futuras, me di cuenta de que estaba casi enfermo de entusiasmo. Tenía que compartir con alguien los resultados del trabajo de esa tarde. Al mirar el pequeño reloj digital situado al otro lado de la habitación, parpadeé incrédulamente. Eran casi las cuatro de la madrugada, sin duda demasiado pronto para llamar a alguien. Alcancé mi chaqueta acolchada, y me levanté en dirección a la puerta. Mi esposa estaba durmiendo en casa, un edificio rústico a varios metros de la oficina.


Al abrir la puerta para salir, noté que una ráfaga de calor, procedente de la estufa que tenía detrás, se perdía en el helado aire de la noche del desierto. El termómetro que estaba al lado del edificio marcaba casi 29 grados centígrados bajo cero, temperatura típica para esta época del año. Con los primeros rayos del alto sol del desierto, las temperaturas matinales subirían rápidamente casi 40 grados en una hora o dos, y crearían una agradable tarde de unos 7 grados. Al cerrar la puerta tras de mí, caminé por la grava suelta que formaba un camino entre los edificios. Me detuve un momento. Fue un maravilloso momento.


A excepción de mi respiración, que formaba nubes de vapor delante de mí, no había ruido alguno. Reinaba un silencio absoluto. No había viento. Las pocas hojas que todavía no habían caído de los olivos rusos que tenía detrás estaban curvadas y eran marrones. La menor brizna de viento las habría hecho susurrar con el familiar sonido del otoño. Estaban calladas. Miré al cielo despejado, justo a través de la frontera de la Vía Láctea. La había visto cientos de veces. Sin embargo, esa noche parecía distinta. Los ante-pasados nos enseñaron a llegar a las estrellas y más allá de ellas, mediante nuestra ciencia interna de la oración. Ellos nos recuerdan que el alcance de nuestras oraciones se refleja en nuestras creencias respecto a lo que somos capaces de hacer. En ese momento de silencio, todo cobraba sentido.


Me apresuré por el camino enlosado y atravesé el patio hasta entrar en la pequeña casa donde dormía mi esposa. Entusiasmado, me senté en el borde de la cama y empecé a compartir con ella mis descubrimientos. Abrió un ojo para indicarme que me estaba escuchando y yo hice una pausa. Me ofreció su cálida y comprensiva sonrisa. En voz baja me preguntó:

-¿Podemos dejarlo para mañana?
-Por supuesto -dije, un tanto avergonzado por mi entusiasmo.
-Bien -me dijo-. Parece importante. Me gustaría estar despierta para escuchar lo que has descubierto.

Aunque estaba sorprendido por la intensidad de mi euforia, no me sentí decepcionado por su respuesta. Quizá también fuera hora de dormir para mí. A fin de cuentas, estos textos habían conservado sus secretos durante dos mil años. Sabía que podían esperar unas cuantas horas más hasta que amaneciera.

 


CONOCIMIENTO, SABIDURÍA Y PAZ
Veo una distinción sutil entre las cualidades del conocimiento y la sabiduría. El conocimiento se puede contemplar como el elemento de nuestra experiencia que se hace cargo de la información. Todos los datos, estadísticas y patrones de conducta de nuestro pasado o presente se pueden considerar conocimiento. Por otra parte, la sabiduría es cómo vivimos nuestro conocimiento. El conocimiento puede ser enseñado y transmitido durante generaciones en forma de textos y tradiciones. Cada generación ha de vivir individualmente la experiencia de la sabiduría para conocer las consecuencias de la experiencia directa.


Había un tema que siempre estaba presente en todo el conocimiento esenio y que descubrí la tarde anterior. El denominador común era la antigua clave de la paz. Vi la poesía, las analogías y las parábolas que nos dejaron en sus textos que datan de 2.500 años, como vería el código de un manual de instrucciones moderno. El código esenio de la paz se basa en cualidades familiares que ya experimentamos en nuestra vida: la lógica y la emoción. A su manera, los esenios nos dejaron el conocimiento de la paz, recordándonos dos cosas. Primera, se nos muestra el significado de la paz a través de toda la creación. Segunda, se nos muestra cómo, al aplicar la paz a nuestro mundo interior, creamos un cambio en nuestro mundo exterior.


Los eruditos de las comunidades de Qumrán nos han recordado el potencial que la oración puede aportar a nuestras vidas. Al describir los componentes de la misma, nos dan la ecuación para mover la energía eléctrica a través de las membranas de nuestras paredes celulares, generar complicados patrones en la sustancia de la conciencia humana y crear químicas específicas dentro del laboratorio de nuestro cuerpo. Ante tal poder, ¿es posible que la imagen del «monte que se mueve» sea una descripción literal del gran poder que supone nuestro mayor potencial? En vista de la confirmación de la ciencia sobre los efectos de la oración, hemos de aceptar en nuestra vida la posibilidad de dicho poder.

 

De todas las distorsiones que han tenido lugar en las traducciones de nuestros textos más sagrados, la última clave de nuestra tecnología de la oración es un elemento que escapó a las revisiones realizadas en el siglo IV por el Concilio de Nicea y que todavía está con nosotros. Aunque las palabras puedan modernizarse de algún modo, todavía queda bastante del primer intento de anunciar el comienzo de una nueva visión en nuestras vidas. Algunos elementos de esta clave todavía siguen existiendo en nuestros textos bíblicos, así como en los manuscritos esenios varios cientos de años más antiguos que nuestra Biblia. Estos pasajes «entrecruzados» apoyan la creencia de que ambos documentos proceden de un mismo origen.


En algunas enseñanzas, el código perdido se conoce como el Gran Mandamiento. El Evangelio de Marcos, capítulo 12, versículo 30, resuelve el último misterio para fundir los elementos de la oración en uno solo. Para crear este poder hemos de amar de una forma muy específica. «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.» Quizá la clave para comprender este misterioso pasaje se halle en la visión esenia de nuestra relación con el Creador. Desde su perspectiva, somos uno con nuestro Padre que está en los cielos.

«Al lado del río se encuentra el sagrado Árbol de la Vida. Allí mora mi Padre y mi hogar está en él. El Padre Celestial y yo somos Uno. »11

Dentro de cada persona que vive en este mundo brilla la chispa divina de la creación de nuestro Creador. Esta comprensión se convierte en el gran reto de nuestro misterio. Para que nuestra oración tenga una finalidad, hemos de amar el principio creativo de la propia vida, a nuestro Creador, con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza. Puesto que somos uno con nuestro Padre en el cielo, al hacerlo, nos hemos amado a nosotros mismos. Con estas cuatro cosas, los esenios nos recuerdan cómo honrar el amor al que se referían como «la fuente de todas las cosas».

 

La clave es que sólo en la presencia de este tipo de amor se puede hallar la cualidad de la paz que recompense la labor de nuestra oración. Estas palabras ya se han dicho antes. Pero, ¿qué es lo que significan? ¿Qué significa amar de este modo? ¿Cómo podemos amar con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas?


El código olvidado de los esenios nos recuerda cómo alcanzar esta paz. A través de nuestro cuerpo, corazón y mente experimentamos nuestros pensamientos, sentimientos y emociones. Aunque podamos sentir que tenemos poco control sobre nuestras percepciones, mediante nuestro vínculo con ellas podemos escoger la cualidad de nuestra experiencia. La última parte de este código, basada en la lógica y la emoción, puede que sea la clave final de nuestra búsqueda para unificar nuestras oraciones. «Conoce esta paz con tu mente, desea esta paz con tu corazón, realiza esta paz con tu cuerpo.»12


A través de la lógica de nuestra mente, hemos de hacer realidad la paz. Hemos de probárnosla a nosotros mismos, demostrarnos la viabilidad de la paz en nuestras vidas y en nuestro mundo. Con la fuerza que reside en nuestro corazón, hemos de desear esta paz en todo lo que experimentamos. La paz ya existe en nuestro mundo. Se nos reta a que la busquemos, a encontrarla en lugares donde parece no existir. A través de nuestro cuerpo expresamos nuestra mente y corazón. Elegimos las acciones que ofrecemos al mundo. Este pasaje nos recuerda que hemos de hacer que nuestras acciones reflejen externamente las decisiones que ya hemos tomado en nuestro interior.
 

De este modo, los esenios nos desafiaron a una especie de código de conducta. Aunque algunas personas opten por acciones que nieguen la vida en ellas mismas y en los demás, mediante estas palabras podemos aspirar a algo superior. Estamos invitados a crear paz en cada uno de estos elementos, para alcanzar el amor que traiga unidad a nuestras acciones.

 


LOS SECRETOS DE LA ORACIÓN Y LA SANACIÓN
Podemos buscar en las tradiciones precristianas de los antiguos esenios algunos de los datos menos distorsionados de nuestras olvidadas tecnologías. Quizá la mejor forma de llegar a comprender la elocuencia de esta sabiduría se encuentre en el modelo esenio de oración y de sanación, que empieza dando por hecho algo que es donde las terapias modernas terminan. El principio fundamental de la sanación esenia es que ya estamos sanados. En cada momento de nuestro tiempo en este mundo estamos tomando decisiones que afirman o niegan la vida que existe en nuestros cuerpos.
 

Los maestros esenios veían las expresiones de enfermedad como poderosas ilusiones, que surgían de las elecciones y acciones realizadas por una persona, en lugar de contemplar las «causas» externas. Creían que determinamos nuestra respuesta a las situaciones que se nos plantean en la vida, unas veces conscientemente y otras no. Sabemos que la filosofía esenia, a través de sus escrituras más sagradas, consideraba nuestra alma como una expresión divina del Creador, intacta e impoluta. Nuestra alma ya está sana, e intenta expresar ese estado a través del cuerpo. Al aceptar nuestra sanación a través de nuestras creencias y del perdón, esta se refleja a través de la expresión del alma en este mundo, el cuerpo humano.


Esta perspectiva nos invita a ver los estados que observamos en nuestro cuerpo como indicadores de la cualidad que hemos elegido. Si pudiéramos destilar los múltiples proverbios, parábolas, enseñanzas y dichos en resúmenes concisos, descubriríamos que esta forma de pensamiento indica que afirmamos o negamos la vida en nuestro cuerpo según la cualidad que domine en cuatro supuestos o principios. Cada principio contribuye a nuestra expresión general de salud y vitalidad. Cada uno testifica la naturaleza interrelacionada del espíritu, la materia y la vida. Podemos ver estos principios hoy en día, en el idioma del siglo XX, como posibles modelos que nos ofrecen una comprensión de las elecciones que realizamos a diario: su naturaleza, nuestras razones para optar por ellas y sus posibles resultados.


En las páginas siguientes, cada principió es presentado de forma concisa, en unas cuantas palabras o en una sola frase. Luego viene una explicación, con un ejemplo o una sencilla descripción. Luego examinamos las implicaciones y consecuencias del principio, centrándonos en por qué es importante. Por último, veremos cómo poner en práctica cada uno de ellos en nuestra vida.

 


PRINCIPIO 1. YA ESTAMOS SANADOS

Explicación
La clave para comprender este principio es la misma que nos permite elegir nuevos resultados para nuestra situación. La comprensión de que ya estamos sanados surge de nuestra visión del mundo como un conjunto de posibles resultados y de nuestra habilidad para elegir qué resultado queremos experimentar. El reconocimiento de nuestro papel como fuerza activa en la creación, capaz de atraer nuevos resultados a nuestra vida mientras nos desprendemos de los que ya nos han servido, es inherente a esta fe. Nuestro cuerpo es el mecanismo de respuesta interactiva, que nos refleja la cualidad que hemos elegido para los siguientes aspectos: pensamiento, sentimiento, emoción, respiración, nutrientes, movimiento y respeto por la vida.


En el ejemplo del tumor que desaparecía (capítulo IV), en lugar de imponer la voluntad de curar el cáncer, los médicos eligieron sentir, pensar y exteriorizar una situación donde el tumor nunca había existido. Al hacerlo, atrajeron un nuevo desenlace, la capa superpuesta de una posibilidad cuántica que reflejaba las creencias del momento. En dos minutos y cuarenta segundos la nueva creencia reemplazó a la antigua. Los antepasados conocían el poder de esta tecnología como método de oración, que trascendía cualquier principio religioso, místico o científico.


Implicaciones
Para aceptar el principio de que ya estamos curados, se nos invita a concebir la posibilidad de que hay muchos resultados para una situación en concreto. El acto de elegir cosas nuevas en nuestra vida es la tecnología que nos permite seleccionar otras posibilidades. Desde la perspectiva que define la oración como una cualidad del sentimiento, esta también se convierte en un lenguaje para ajustar las elecciones de salud y relaciones que afirman la vida.


El principio de que ya estamos curados nos recuerda que cada vez que pedimos ser sanados en una situación, existe la posibilidad de que nuestra súplica ya haya sido respondida en otra situación. Teniendo en cuenta esta posibilidad, cada vez que nos diagnostican un estado de mala salud o una enfermedad que pone en peligro nuestra vida, se nos está mostrando sólo uno de los múltiples resultados posibles para ese momento.


El diagnóstico de una condición no es necesariamente acertado ni fallido. Al no permitir otras posibilidades, sencillamente es incompleto. En ese mismo momento, también ha de existir otro resultado en que la mala salud, la enfermedad o esa condición no estén presentes. Ya existen todas las posibilidades. Cada resultado es real. Según este principio, la diferencia entre diversos resultados es una cuestión de perspectiva nuestra.


Aplicado a nuestras vidas
En cada momento, elegimos cosas que afirman o niegan la vida en nuestro cuerpo. Consciente o inconscientemente, elegimos la cualidad de cada uno de estos seis parámetros: pensamiento, sentimiento, emoción, respiración, nutriente y movimiento. Hemos de preguntamos si aportamos la cualidad más alta que somos capaces de producir, para cada uno de ellos. En caso de que descubramos las condiciones en nuestro cuerpo que queramos cambiar, la cualidad de la salud es la señal para tener en cuenta uno de los parámetros de la vida o una combinación de los seis.

 

Al aplicar nuestro método de oración olvidado al principio de que ya estamos curados, la oración se convierte en una aclaración de la(s) condición(es) que elegimos representar en el mundo, en lugar de ser una súplica para un cambio en nuestra condición actual. Sentir y vivir con el conocimiento de que ya existen otras condiciones nos sintoniza con el fruto de nuestra nueva elección.

PRINCIPIO 2. TODOS SOMOS UNO

Explicación
Las cifras del censo mundial indican que somos aproximadamente seis mil millones de personas en el planeta. Este principio nos recuerda que cada persona es una expresión única e individualizada de una sola conciencia unificada. Dentro de esta unidad, las opciones y acciones de cada persona afectan a todas las demás en algún grado.


Implicación
Las implicaciones de este principio son muy extensas y, al mismo tiempo, de una tremenda importancia. En el sentido más amplio, nuestro papel dentro de una conciencia unificada significa que no pueden haber acciones aisladas, que no existe el «ellos» y el «nosotros». Ya no podemos contemplar las condiciones de nuestro mundo como «sus problemas» y «nuestros problemas». En un campo de conciencia unificada, cada elección que hacemos y cada acto que realizamos en cada momento, día tras día, ha de afectar a todas las demás personas de este mundo. Algunas acciones producen un mayor efecto que otras. Sin embargo, el efecto sigue presente.


-Cada vez que elegimos una nueva forma de enfrentarnos a los retos de la vida, nuestra solución contribuye a la diversidad de la voluntad humana que asegura nuestra supervivencia. Cuando uno de nosotros se aventura en una nueva solución creativa para los aparentemente pequeños retos de nuestra vida individual, nos convertimos en un puente para la siguiente persona que se encuentra ante el mismo reto, y para la siguiente, y así sucesivamente. Cada vez que uno de nosotros se enfrenta a la condición a la que otros ya se han enfrentado en el pasado, tiene más opciones a las que recurrir de nuestra respuesta colectiva. Relativamente pocas personas pueden crear posibilidades que se conviertan en opciones para todos.


En este mundo de conciencia unificada están implícitas las consecuencias de nuestras acciones. Cada vez que herimos a los demás con nuestras palabras o acciones, en realidad nos estamos hiriendo a nosotros mismos. Cada vez que quitamos la vida a alguien, nos hemos quitado una parte de nuestra propia vida. Los propios pensamientos que nos hacen herir a otro limitan nuestra habilidad para expresar la voluntad de la creación a través de nosotros mismos.


Al mismo tiempo, cada vez que amamos a otra persona, nos amamos a nosotros mismos. Cada vez que dedicamos un tiempo a otra persona, intentamos entenderla, nos ponemos al alcance de los demás, hemos hecho cada una de estas cosas para nosotros mismos. Cuando desaprobamos las acciones, elecciones o creencias de los demás, a través de ello somos testigos de aquellas partes de nosotros mismos que necesitan mayor sanación.


Aplicación
Cuando otras personas realizan acciones que puede que consideremos de forma negativa, se nos invita a que reconozcamos su papel en la unidad como una parte de nosotros que ha elegido una vía distinta. Sin tener que condonar, consentir o incluso aceptar las acciones de otras personas, se nos dice que bendigamos compasivamente la acción como una posibilidad más y que prosigamos con nuestra nueva elección.
La clave de nuestra unidad es la influencia para transformar nuestro mundo. El poder de nuestra unidad permite que relativamente pocas personas puedan influir en la calidad de vida para toda una población.

 

PRINCIPIO 3. ESTAMOS EN RESONANCIA, «EN SINTONÍA» CON NUESTRO MUNDO

Explicación
Somos parte de todo lo que percibimos. Al igual que grupos de átomos, moléculas y compuestos, estamos hechos justamente de los mismos elementos que nuestro mundo, nada más y nada menos. Este principio, base de muchas creencias antiguas y de los indígenas, nos invita a recordar que mediante hilos invisibles y cuerdas inconmensurables, formamos parte de toda expresión de vida. En un mundo de semejante resonancia, cualquier roca, árbol, montaña, río y océano forma parte de nosotros. Sea lo que fuere lo que les suceda a los materiales de nuestro mundo, lo percibimos con nuestro cuerpo.


Los materiales que nos rodean en nuestra vida cotidiana reflejan la cualidad que hemos elegido en nuestra vida. Nuestros hogares, coches, animales domésticos y nuestra Tierra, todos sin excepción, nos reflejan, en cada momento, la cualidad, las implicaciones y las consecuencias de nuestras decisiones.


Implicación
Mientras aprendemos a reconocer qué es lo que nos están diciendo las condiciones del mundo exterior, se nos muestran posibilidades cargadas de fuerza para crear un cambio en nuestro mundo mediante los cambios en nuestra vida. Los investigadores han documentado cambios en la Tierra que están en relación directa con los cambios en la conciencia humana. Sensores colocados en la tierra alrededor de una persona que experimentaba desde una ira extrema hasta el súmmum de la compasión, han detectado el cambio en la frecuencia biológica.


¿Cuál es el efecto exterior de que muchas personas, quizá comunidades enteras o ciudades, compartan emociones comunes de ira o compasión? ¿Es posible que sanar las emociones dentro del pequeño mundo de nuestros cuerpos tenga efectos sobre el mundo que nos rodea, en cosas como los patrones climáticos y la actividad sísmica?
 

Aplicación
En cada momento de la vida estamos relacionándonos con los elementos de nuestro mundo. A través de nuestras amistades, romances, hogares, vehículos y las circunstancias de la vida, se nos ofrecen poderosas revelaciones para comprender nuestro sistema de creencias, juicios e intenciones. A medida que cambiamos nuestras creencias y hallamos nuevas formas de expresión, este principio afirma que el mundo que nos rodea refleja nuestras decisiones. Los sistemas turbulentos se serenan en presencia de la paz. Las elecciones que afirman la vida dentro de nuestros cuerpos crean condiciones en nuestro mundo que reflejan dichas decisiones. Quizás esto sea una explicación de la antigua sugerencia de que, para sanar nuestro mundo, hemos de empezar por crear las condiciones que nos sanarán a nosotros.
 

PRINCIPIO 4. LA TECNOLOGÍA DE LA ORACIÓN NOS FACILITA EL ACCESO DIRECTO A NUESTRO CUERPO, A LOS DEMÁS Y A LAS FUERZAS CREATIVAS DE NUESTRO MUNDO

Explicación
Mediante nuestra tecnología interna de la oración entramos en comunión con las fuerzas invisibles de nuestro mundo. Siempre hemos tenido la habilidad de acceder a estas fuerzas y utilizarlas para determinar la cualidad que rige nuestra vida y nuestro mundo.


Implicación
Las experiencias del mundo exterior reflejan las elecciones que hemos hecho en cada momento, en cada respiración. Unas veces somos conscientes de ellas, otras no. Investigaciones recientes han demostrado que nuestras emociones y sentimientos influyen directamente en la expresión de nuestro ADN. 13 ¡Otros estudios indican que nuestro ADN también influye en el comportamiento de los átomos y moléculas de nuestro mundo exterior! 14


Hemos presenciado la respuesta del tejido humano para cualidades específicas del sentimiento, como en la «curación» de lesiones y tumores en cuestión de segundos. Se ha demostrado el vínculo, aunque las implicaciones sobrepasan el marco de la ciencia moderna. Nuestra elección de reconocer la relación es muy personal, y nos invita una vez más a «pensar pensamientos de ángeles y actuar como actúan los ángeles».


Aplicación
La oración puede que sea la fuerza más poderosa de la creación. A cada uno se nos ha dado un lenguaje silencioso que nos permite participar en el resultado de los acontecimientos y de los retos de nuestra vida. Orar juntos es una oportunidad para compartir los frutos de nuestro mundo.


Las antiguas tradiciones y los científicos modernos insinúan que la oración es la sofisticada tecnología que nos permite reconocer las posibilidades de futuros resultados y elegir cuál queremos experimentar. Cuando nos convertimos en las condiciones que elegimos experimentar en el mundo, atraemos el resultado que refleja nuestra elección. Con ello, las guerras, las enfermedades y el sufrimiento ya no «suceden» sencillamente; sino que se nos ha mostrado el mecanismo por el que suceden. Al mismo tiempo, también tenemos el poder de volver a elegir.

¡Qué irónico resulta que los descubrimientos de la tecnología del siglo XX, principalmente producto de la defensa y de su aplicación militar, hayan conducido a las revelaciones que nos dirigen hacia la poderosa y sencilla ciencia de la oración! La base está ahora en su lugar. Los datos se han medido y los experimentos se han llevado a cabo. Hemos probado, al menos bajo ciertas condiciones, que el pensamiento y la emoción producen el sentimiento, y que el sentimiento produce patrones vibratorios que afectan a nuestro mundo. Cuando cambiamos la cualidad de nuestro sentimiento, cambiamos el patrón de vibración, modificando así los patrones del mundo exterior.


La cuestión ahora es, ¿cómo y en qué medida afectan nuestros patrones de sentimiento al mundo que nos rodea? Si podemos hallar un vínculo entre la fuerza invisible del sentimiento humano y el efecto de nuestros sentimientos en el mundo que nos rodea, habremos llegado a cerrar el círculo. Ese vínculo dará nueva credibilidad a las tradiciones antiguas y a las habilidades que los místicos y los yoguis han demostrado con los años. Quizás el trabajo de Vladimir Poponin pueda ofrecernos algunas de las primeras pruebas que confirman una relación directa entre la materia y el ADN humano.
 

 

MOVER MONTAÑAS: EL EFECTO FANTASMA DEL ADN
A principios de los noventa, la Academia de Ciencias Rusas de Moscú anunció una sorprendente relación entre el ADN y las cualidades de la luz, medidas en fotones. En un informe donde se describían estos primeros estudios, el doctor Vladimir Poponin hablaba de una serie de experimentos que parecían indicar que el ADN humano afectaba directamente al mundo físico a través de un nuevo campo que los conectaba. El doctor Poponin, reconocido como un gran experto en el campo de la biología cuántica, estaba prestando temporalmente sus servicios por un acuerdo entre entidades para una institución de investigación estadounidense cuando se realizaron esta serie de experimentos.


Los experimentos comenzaron con la medición en un entorno controlado de los patrones de luz al vacío. Cuando se hubo extraído todo el aire de una cámara especialmente diseñada, los patrones de las partículas de luz y el espacio entre ellas siguió una distribución al azar, tal como se esperaba. Estos patrones fueron doblemente revisados y registrados, para ser utilizados como referencia en la siguiente parte del experimento.


La primera sorpresa llegó cuando se colocaron muestras físicas de ADN dentro de la cámara. En presencia del material genético, cambió el espacio y los patrones de las partículas de luz. En lugar del patrón disperso que habían observado con anterioridad, las partículas de luz empezaron a crear un nuevo patrón que se asemejaba a la cresta y al seno de una ola suave. El ADN influía claramente en los fotones, como si a través de una fuerza invisible les diera la forma regular de una ola.


La siguiente sorpresa vino cuando los investigadores sacaron el ADN de la cámara. Estaban convencidos de que las partículas de luz retornarían a su estado original de distribución fortuita, pero sucedió algo inesperado. Los patrones eran muy distintos a los que habían observado antes de introducir el ADN. En sus propias palabras, Poponin describió que la luz se comportaba de un modo «sorprendente y contra intuitivo». Tras revisar los instrumentos y repetir los experimentos, los investigadores se enfrentaron a tener que hallar una explicación para lo que habían visto. Al no estar el ADN, ¿qué era lo que afectaba a las partículas de luz? ¿Había dejado algo el ADN, una fuerza residual de algún tipo, que persistía mucho después de que el material biológico hubiera desaparecido?
 

Poponin escribe que él y los demás investigadores se vieron «obligados a aceptar la hipótesis de trabajo de que se había excitado alguna nueva estructura de campo...». Para hacer hincapié en que el efecto estaba relacionado con la molécula física del ADN, el nuevo fenómeno fue bautizado como el «efecto fantasma del ADN». La «nueva estructura de campo» de Poponin se parece sorprendentemente a la «matriz» de la fuerza de Max Planck y a los efectos sugeridos en las tradiciones antiguas.


Esta serie de experimentos es importante porque demuestra claramente, quizá por vez primera en condiciones de laboratorio, que existe una relación que ofrece aún mayor credibilidad al efecto de la oración en nuestro mundo físico. En este caso, el ADN era más o menos una serie de moléculas separadas del cerebro de un ser vivo consciente. Incluso en ausencia de un sentimiento directo que vibrara a través de su antena de doble hélice, había una fuerza y un efecto que se podía medir en su mundo inmediato.


Los investigadores sugieren que una persona de tamaño, estatura y peso medio, posee muchos billones de células en su cuerpo. Si cada célula, cada antena de sentimiento y emoción dentro de una persona, contiene las mismas propiedades que afectan a su entorno, ¿cuánto se puede amplificar el efecto? Ahora. bien, ¿qué sucedería si, en lugar de enviar sentimientos cualesquiera a través de las células de una persona, el sentimiento fuera el resultado de una forma específica de pensamiento y emoción, regulado en forma de oración?

 

Multiplica los efectos que puede producir la persona, robustecida por un método específico de oración, por tan sólo una fracción de los aproximadamente seis mil millones de personas sobre el planeta, y empezaremos a sentir el poder inherente en nuestra voluntad colectiva. Es el poder que terminará con todo el sufrimiento y erradicará el dolor que ha sido el sello del siglo XX. La clave es que hemos de trabajar juntos para alcanzar esta meta. Esto puede llegar a ser el mayor reto del tercer milenio.


Nuestro lenguaje tiene el vocabulario para describir nuestra relación olvidada con las fuerzas del mundo, con la inteligencia del cosmos y entre nosotros. Con algunos de los instrumentos más sensitivos de nuestro tiempo para medir los campos de energía que ni siquiera conocíamos hace cincuenta años, la ciencia ha confirmado ahora la relación que los antepasados nos recordaron hace más de dos mil años. Tenemos acceso directo a las fuerzas de nuestro mundo y hemos cerrado el círculo. Este es el lenguaje que mueve montañas.

 

Es el mismo lenguaje que nos permite elegir la vida en lugar de los tumores cancerosos, y crear paz en situaciones donde puede que creamos que esta no existe. Cuando leemos sobre milagros de sanación, ya no nos quedamos con el deseo de que estos mismos milagros puedan ocurrir hoy. Los milagrosos resultados ya están aquí, sencillamente se nos pide que los escojamos.


Hoy en día continúo rezando. Para mí, cada momento de la vida se ha convertido en una oración. Todavía doy gracias por las cosas buenas, y me siento con poder para escoger nuevas situaciones en lugar de aquellas que me han causado sufrimiento en el pasado. Mi formación en informática me ha enseñado que hay pocos misterios, y pocos que no podamos probar, si osamos aceptar las «leyes» que la naturaleza nos enseña en el milagro de cada día.


La oración me ha demostrado que ciertas cosas son, independientemente de nuestra habilidad para poder probarlas en el momento. Por ejemplo, sé que algunos de los más sagrados recuerdos de nuestra herencia fueron repartidos por monasterios, iglesias, tumbas y templos por nuestros antepasados. También sé que los mismos recuerdos viven en las costumbres y tradiciones de pueblos que antes considerábamos como primitivos. Sé que somos capaces de tener hermosos sueños, grandes posibilidades y fuentes insondables de amor.

 

Quizá lo más importante sea que sé que ya existe una posibilidad donde hemos acabado con el sufrimiento de todas las criaturas y honrado el aspecto sagrado que hay en toda forma de vida. La posibilidad ya existe aquí y ahora. Sé que estas cosas son ciertas, porque las he visto. El momento en que permitimos tales posibilidades a gran escala se convierte en el primer momento de una nueva esperanza. Ese es el momento que siempre recordaremos. Es el momento en que anularemos el último día de la profecía.

Ninguna nación blandirá su espada contra otra, ni aprenderá ya más la guerra: pues estas cosas ya pasaron.
EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ

Regresar al Índice