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EL LENGUAJE DE DIOS
La ciencia perdida de la oración y de la profecía
Las antiguas tradiciones sugieren que el efecto de la oración
procede de algo que no son las palabras en sí mismas. Quizás esta
sea la razón por la que haya tanta gente que parezca haber perdido
la fe en la oración. Tras las revisiones de la Biblia en el siglo
IV, los detalles subyacentes al lenguaje de la oración se fueron
perdiendo gradualmente en las tradiciones occidentales, dejando sólo
las palabras. En esta era, muchos empezaron a creer que el poder de
la oración residía sólo en la palabra hablada.
Las revelaciones de
los textos anteriores al siglo IV, sin embargo, nos recuerdan que no
hay códigos mágicos en las vocales y las consonantes que nos abran
las puertas a reinos olvidados. El secreto de la oración trasciende
las palabras de alabanza, los encantamientos y los cantos rítmicos
de los «poderes que son». * Mediante textos como los manuscritos del
mar Muerto, se nos invita a vivir la intención de nuestra oración en
nuestras vidas, pues si las palabras sólo se «repiten con los
labios, son como una colmena muerta... que no da más miel».1
* En el lenguaje esenio se hace referencia a los ángeles de muchas
formas, una de ellas es como fuerzas o poderes. (Nota de la T )
EXPRESAR LO INEFABLE
El poder de la oración reside en una fuerza que no se puede
describir ni transmitir como la palabra escrita; son los
sentimientos que sus palabras evocan en nuestro interior. Es el
'sentimiento que ponemos en nuestras oraciones el que nos abre la
puerta e ilumina nuestro camino hacia las fuerzas visibles e
invisibles. Aunque, con frecuencia, otras referencias antiguas hacen
alusión a este aspecto de nuestra comunión con la creación, el abad del Tíbet nos confirmó el elemento del sentimiento en la
oración durante nuestra audiencia privada.
Respecto a mi pregunta sobre lo que les estaba ocurriendo
interiormente a los monjes y a las monjas cuando contemplábamos la
expresión exterior de sus oraciones, el abad respondió con una sola
palabra: sentimiento. Las expresiones externas de la oración qué
presenciamos en los monasterios del Tíbet eran una manifestación de
los movimientos y sonidos que utilizaban los monjes y las monjas
para crear los sentimientos en su interior. El abad llevó su reo
puesta todavía un poco más lejos cuando nos dijo que el sentir
miento era algo más que un factor en la oración. ¡Hizo hincapié en
que el sentimiento es la oración!
A través de la comunión con los elementos de este mundo, se nos
abren las puertas a los grandes misterios de la vida, a la
oportunidad de «ver lo invisible, escuchar lo inaudible y expresar
lo inefable». La oración en su forma más pura no tiene expresión
externa. Aunque podamos pronunciar una secuencia de palabras
prescrita que nos ha sido transmitida de generación en generación,
esta ha de originar un sentimiento dentro de nosotros, para que
llegue al mundo que nos rodea. En el mejor de los casos,
cualesquiera que sean las palabras que escojamos para recitar
nuestras oraciones en voz alta, sólo serán una aproximación al
sentimiento interior que intentan describir. ¿Cómo pudieron los
grandes maestros hace dos mil años enseñar estos sentimientos? ¿Cómo
podemos compartirlos hoy en día?
Muchas veces, cuando me piden que hable a grupos sobre la oración,
surge una pregunta que me recuerda una conversación que tuve hace
años con mi madre. Una tarde, mientras hablábamos por teléfono entre
breves visitas y a través de varias zonas horarias, yo estaba
compartiendo mis impresiones acerca de un nuevo taller que había
preparado sobre la compasión. Cuando le di mi definición de oración
que comprendía sentimiento y emoción, mi madre me hizo una pregunta
que me han hecho muchas personas desde aquel día en muchas y
diversas situaciones. Abierta e inocentemente, me dijo sin más:
«¿Cuál es la diferencia entre emoción y sentimiento? Siempre había
pensado que eran lo mismo».
Sentía curiosidad por escuchar la visión de mi madre sobre estas, a
veces, confusas experiencias que desempeñan un papel tan importante
en nuestras vidas. Como cabía esperar, su explicación se asemejaba a
las definiciones comúnmente aceptadas en la actualidad en Occidente.
Por ejemplo, algunos diccionarios consideran ambas palabras
casi sinónimas y usan cada una de ellas para definir a la otra. En
The American Heritage Dictionary of the English Language, la palabra
sentimiento es definida como «un estado emocional o disposición; una
emoción tierna». (En el mismo texto, emoción la definen en un sitio
como «sentimiento fuerte», y en otro como sinónimo de sentimiento.)
Aunque estas definiciones puedan servir a los propósitos de nuestro
mundo actual, los antepasados hacían una distinción. Además, aunque
íntimamente relacionados, pensamiento y sentimiento se consideran
elementos sin conexión, claves, que se pueden utilizar para realizar
un cambio en las condiciones externas, en nuestro cuerpo, nuestro
mundo y más allá de éste.
COMO ARRIBA...
En un relato de hace veinte siglos, las gentes de Tierra Santa
hicieron una pregunta a sus guías que continúa resonando en nuestras
mentes. Salvo por condiciones específicas, la pregunta sigue siendo
inquietantemente similar. Respecto a la paz en el mundo, nuestros
antepasados preguntaron:
«¿Cómo, entonces, podemos traer paz
nuestros hermanos... pues queremos que todos los Hijos de los
Hombres compartan las bendiciones del ángel de la paz?».'
Los
maestros esenios respondieron ilustrando el papel del pensamiento,
del sentimiento y de la poderosa naturaleza de la oración. Sus
palabras, desafiando nuestra lógica actual, nos recuerdan que la paz
es algo más que la simple ausencia de agresión o de guerra. La paz
trasciende el término de un conflicto o una declaración política.
Aunque puede que forcemos el aspecto externo de la paz sobre un
pueblo o una nación, es el pensamiento subyacente el que se has, de
cambiar para crear una paz auténtica y duradera. Los maestros
esenios, en palabras que, sorprendentemente, suenan muy similares a
las budistas y cristianas, respondieron que,
«tres son las moradas
del Hijo del Hombre... Su cuerpo, sus pensamientos y sus
sentimientos... Primero el Hijo del Hombre deberá hallar la paz en
su propio cuerpo. Luego el Hijo del Hombre deberá buscarla en sus
pensamientos... Por ultimo buscará en sus sentimientos».3
Los antepasados nos ofrecieron una
elocuente visión de uniforma de pensar que nos permite redefinir lo
que hemos experimentado fuera recurriendo a aquello en lo que nos
hemos convertido interiormente. Una escuela de medicina, similar en
algunos aspectos al sistema de la práctica sanitaria occidental,
aporta un cambio al atacar la enfermedad
misma. Según este sistema se eliminan los cuera pos extraños
mediante medicamentos, o se extirpan quirúrgica* mente los órganos y
tejidos que parecen enfermos.
Otra escuela de pensamiento trasciende
la expresión externa del aspecto de nuestro cuerpo y va en busca de
los factores subyacentes que pueden ser la causa de ese estado,
donde las fuerzas invisibles del pensamiento, el sentimiento y la
emoción se convierten en el plano que nos ayudará a comprender y
cambiar las situaciones de nuestra vida que ya no nos sirven.
Para cambiar las condiciones del mundo exterior, se nos invita que
primero las transmutemos desde dentro. Cuando lo hacemos, las nuevas
condiciones de salud o de paz se proyectan en el mundo que nos
rodea. Esto es esencial en el pasaje esenio que he citado'
Para aportar paz a nuestros seres queridos, primero hemos de
convertirnos en esa paz. En el lenguaje de su tiempo, los autores de
los manuscritos del mar Muerto incluso nos ofrecen revelaciones de
la tecnología que facilita esta sanadora cualidad de la paz: se ha
de producir en nuestros pensamientos, sentimientos y cuerpos. ¡Qué
poderoso concepto y cuánta fuerza transmite!
Cuando comparto en grupo los pasajes de los esenios, observo las
caras de las personas desde mi ventajosa situación en la parte
frontal del aula. Al principio el cambio se produce lentamente.
Mientras unas personas sencillamente anotan las palabras en sus
cuadernos con pocas muestras de emoción, otras se entusiasman e
inmediatamente captan el significado de las antiguas enseñanzas. Al
confirmar ideas actuales con los manuscritos que nos legaron
aquellos que siguieron el mismo camino y que buscaban las mismas
confirmaciones hace dos mil años, se produce algo mágico.
A través de sus visiones, los esenios ancianos diferenciaban
claramente entre emoción, pensamiento y sentimiento. Aunque el
pensamiento y la emoción estén íntimamente relacionados, primero han
de ser considerados aparte, y luego fundirse en una unión de
sentimiento que se convierte en el lenguaje de creación silencioso.
Las descripciones siguientes de cada experiencia son consignas que
nos conducen al núcleo de nuestro perdido modo de orar.
Emoción La emoción se puede considerar como la fuente de poder que nos guía
hacia delante en nuestras metas en la vida. Mediante la energía de
nuestra emoción alimentamos nuestros pensamientos para hacerlos
realidad. Sin embargo, este poder de la emoción por sí solo puede
desperdigarse y perder el rumbo. El pensamiento confiere una
dirección a nuestras emociones, y éstas inyectan vida en la imagen
producida por nuestros pensamientos.
Las tradiciones antiguas sugieren que somos capaces de tener
dos
emociones primarias. Quizá para ser más exactos, podríamos decir que
a lo largo de nuestras vidas experimentamos varias condiciones que
se resuelven en una sola emoción. El amor es un extremo de esas
condiciones. Cualquier cosa que creamos que se opone al amor es el
segundo extremo, con frecuencia definido como miedo. La calidad de
nuestra emoción determina cómo se expresará esta. La emoción, unas
veces fluyendo y otras alojada en los tejidos de nuestro cuerpo,
está íntimamente relacionada con el deseo, que es la fuerza que
conduce a nuestra imaginación a una resolución.
Pensamiento El pensamiento se puede considerar como el sistema de guía que
dirige nuestra emoción. La imagen o la idea creada por nuestro
pensamiento es la que determina hacia dónde se dirige nuestra
atención o emoción. El pensamiento está íntimamente relacionado con
la imaginación. Sorprendentemente, para muchas personas, el
pensamiento por sí solo no tiene mucha energía; es sólo una
posibilidad sin energía que le dé vida. Es la belleza del
pensamiento puro.
Ante la ausencia de emoción, no hay poder que
pueda hacer realidad nuestros pensamientos. Nuestro don del
pensamiento carente de emoción es el que nos permite modelar y
simular las posibilidades de la vida sin riesgo, sin crear temor o
caos en nuestras vidas. Es sólo con nuestro amor o miedo hacia los
objetos de nuestros pensamientos como infundimos vida a las
creaciones de nuestra imaginación.
Sentimiento
El sentimiento sólo puede existir cuando hay pensamiento y
emoción, puesto que
representa la unión de los dos. Cuando sentimos, estamos
experimentando el deseo de nuestra emoción fusionada con la
imaginación de nuestros pensamientos. El sentimiento es la clave de
la oración, al igual que nuestro mundo de los sentimientos lo es
para la creación. Cuando atraemos o repelemos a otras personas,
situaciones y condiciones que encontramos en nuestra experiencia,
quizá deberíamos observar nuestros sentimientos para comprender la
razón.
Por definición, para tener un sentimiento, en primer lugar hemos de
tener un pensamiento y una emoción. El reto para desarrollar nuestro
nivel más elevado de dominio personal es reconocer qué pensamientos
y emociones representan nuestros sentimientos.
De estas simples y hasta quizá demasiado simplificadas definiciones,
es evidente por qué es imposible «pensar sin más» en experiencias
aterradoras y dolorosas. El pensamiento sólo es un componente de
nuestra experiencia, «ver» en nuestra mente los posibles resultados.
El dolor, sin embargo, es un sentimiento, el producto de nuestro
pensamiento alimentado por el amor o el odio hacia lo que nuestra
mente cree que ha ocurrido. Los maestros esenios, con esta fórmula,
nos invitan a sanar los recuerdos de nuestras experiencias más
dolorosas cambiando la emoción de la propia experiencia.
Como antigua base para el axioma moderno «la energía sigue a la
atención», una parábola concisa del perdido Evangelio Q describe
este concepto: «Quien quiera proteger su vida, acabará perdiéndola».
Estas engañosas y breves palabras explican por qué a veces atraemos
a nuestras vidas experiencias que son las últimas que habríamos
deseado tener.
En este ejemplo, mientras nos preparamos y defendemos
contra todas las posibilidades y situaciones en las que podríamos
perder nuestras vidas, el modelo sugiere que en realidad estamos
llevando la atención a esa misma experiencia que estamos intentando
evitar. Al no querer, creamos la condición que permite que suceda.
En lugar de centrar nuestra atención en lo que no queremos, es mucho
mejor identificamos con lo que queremos traer a nuestras vidas y
vivir con esa perspectiva. Justamente las afirmaciones proporcionan
un maravilloso ejemplo de este principio.
Últimamente, las afirmaciones se han hecho muy populares entre los
seguidores de algunas enseñanzas esotéricas y espirituales. En estas
tradiciones se sugiere que al afirmar, muchas veces al día, las
cosas que elegimos experimentar en nuestra vida, estas llegan a
suceder. En general, cuanto menos complicada sea la afirmación, más
claro será el efecto. las palabras de nuestras afirmaciones con
frecuencia reflejan un deseo de
cambio en la vida, como por ejemplo:
«Mi pareja perfecta se está
manifestando para mí en este momento» o «Estoy desbordante ahora y
en todas las manifestaciones futuras».
Conozco personas que llevan sus afirmaciones hasta el grado de
convertirlas en una disciplina formal. Empiezan a prepararse en el
aseo con notas pegadas alrededor del espejo, recordándose las
afirmaciones. Cuando cogen el coche para ir al trabajo por la
mañana, pegan las notas en el salpicadero y se las cuelgan en los
retrovisores. En el trabajo en su despacho las pegan en la mesa, en
el tablón de notas y en la pantalla del ordenador; cada nota es como
un recordatorio de esas cosas que han elegido cambiar o traer a sus
vidas.
Es evidente que a algunas personas las afirmaciones les han abierto
poderosas puertas. Por primera vez, las personas han empezado a
sentirse dueñas y responsables de las cosas que les pasan en la
vida. A algunas personas las afirmaciones les han funcionado; sin
embargo, a otras muchas no. Tras meses de innumerables repeticiones
de recordatorios creativos sin resultado alguno, sencillamente han
dejado de repetir las afirmaciones. Nuestro antiguo modelo de
pensamiento, emoción y sentimiento podría ayudar a esas personas a
comprender lo que ha sucedido o lo que no ha sucedido.
CUANDO LA ORACIÓN NO FUNCIONA
No hace mucho hice una encuesta informal entre los participantes de
mis seminarios respecto a la oración. Utilicé los resultados para
proporcionar un ejemplo actual de la naturaleza de la oración en ese
tipo de audiencia en particular. Cada encuesta empezaba con la
pregunta: «Cuando rezas, ¿qué pides?». Me puse un tablón con las
hojas y delante de él iba registrando los múltiples y variados
escenarios que habían descrito los miembros de cada grupo.
Después
de seis meses de estas encuestas informales, de públicos que eran
una muestra representativa de distintos estratos sociales, étnicos,
geográficos y de edad, pude definir cuatro propósitos para orar:
para conseguir más dinero, un trabajo mejor, tener buena salud y
mejorar las relaciones, justamente en este orden.
Orar por Pensamiento Sentimiento Emoción,
1. Más dinero ???? 2. Un trabajo mejor 3. Buena salud 4. Mejorar las relaciones
Al aplicar nuestro modelo de oración como pensamiento, sentimiento y
emoción, podemos averiguar por qué funcionan nuestras oraciones y
qué sucede cuando no es así. Por ejemplo, a la cabeza de la lista,
lo más normal era rezar por dinero. Si queremos rezar para conseguir
«más dinero», primero hemos de ser conscientes de cuánto dinero
tenemos. Si rellenamos los espacios en blanco a medida que nos
desplazamos por la tabla hacia la derecha, obtendremos una visión
sobre la cualidad de dichas percepciones.
Cuando pedí a los asistentes que piden más dinero en sus oraciones
que describieran sus pensamientos sobre él, las respuestas me
llegaban desde todas las direcciones de la sala. Como cabía esperar,
eran bastante similares. Frases como «no tengo bastante», «necesito
más» y «se me está acabando» eran bastante frecuentes. Enseguida
apunté las palabras que correspondían al apartado «pensamiento».
Antes hemos identificado el pensamiento como nuestro sistema de
guía, el programa direccional para la energía que movemos en el
mundo. Sin ese poder que alimenta a nuestro pensamiento, este podría
existir indefinidamente como una posibilidad en nuestra mente. El
potencial del pensamiento sin la energía que lo alimenta, es lo que
conocemos como deseo. Para que nuestro pensamiento tenga fuerza,
hemos de infundirle energía; quizás esta sea la respuesta a por qué
nuestras oraciones a veces parecen no tener respuesta.
Cuando no está el poder que da vida a nuestras afirmaciones, éstas
pueden existir indefinidamente como un potencial, como deseos
bienintencionados.
Es nuestro don de la emoción el que confiere poder a la posibilidad
de nuestro deseo. Al reconocer que podemos elegir amor o miedo como
la emoción que alimenta a nuestro pensamiento, es más frecuente que
basemos nuestra necesidad en el segundo. Cuando decimos que
«necesitamos más» o que se «nos está acabando», generalmente la
emoción que está detrás de estas afirmaciones es el miedo. Aun
reconociendo que puede haber excepciones, he colocado la palabra
«miedo» a la cabeza de la categoría «emoción» en nuestra tabla. Con
estos elementos de la oración aparentemente simples, adquirimos una
claridad tremenda acerca del mecanismo de cómo y por qué nuestras
oraciones funcionan en el modo en que lo hacen.
Con los resultados de esta tabla delante, planteo la siguiente
pregunta: cuando unimos la emoción del miedo con el pensamiento de
«no tengo suficiente», ¿qué sentimiento obtenemos?
La respuesta suele ser el silencio. No me sorprende, porque el
sentimiento es distinto para todos. La palabra que utilizamos para
describir el sentimiento no es importante. Lo que importa es el
sentimiento.
-¡Venga! -les vuelvo a preguntar-. ¿Cómo os sentís cuando pensáis
que no tenéis dinero y experimentáis la emoción del miedo?
-¡Uf! -oigo exclamar desde algunas partes de la sala. -¡Fatal! -dice
alguien. -Justamente -respondo yo-. Ahí es precisamente adonde quiero llegar.
-A través de nuestros sentimientos, de la unión invisible de
pensamiento y emoción, escogemos las situaciones que condicionan
nuestra vida. Cuando imaginamos un resultado con el ojo de nuestra
mente y somos conscientes de la emoción que lo está alimentando,
forjamos el sentimiento. Para comprender lo que hemos creado, basta
con mirar el mundo que nos rodea. ¿Cómo vamos a crear dinero,
relaciones y salud si los sentimientos que alimentan a nuestra
creación son «fatal» y «uf»? Los sentimientos de desvalorización
alimentan precisamente la creación de esa experiencia contraria a la
que deseamos tener en nuestra vida, el sentimiento de falta de
autoestima. Casi todas las personas presentes ya han escuchado los
principios del ejercicio. Quizá lo que les resulte nuevo sea la
oportunidad de poder comprender qué es lo que les había sucedido en
el pasado cuando rezaban. Ahí es donde empieza nuestra sanación.
Al repasar juntos estos ejercicios, en menos de diez minutos, con la
ayuda de un sencillo tablón para colgar hojas, es posible ilustrar
el mecanismo de lo que puede que sea el poder más grande de la
creación. ¡Es la dicha que surge de recordar nuestro poder para
traer bienestar, abundancia, salud, seguridad y felicidad a nuestras
vidas, que se había perdido en Occidente hace mil quinientos años!
Además de identificar cómo funciona nuestra tecnología interna de la
oración, también tenemos que cambiar los elementos de nuestra
oración para que nos sirvan mejor en el futuro.
Tras decir esto, inmediatamente se establece esta comprensión entre
los participantes. Oigo un suspiro, luego otro y otro. Cada uno
acentuado con brotes de risitas nerviosas, quizás en un esfuerzo
para disipar la intensidad del momento. Al mirar los rostros de los
asistentes, tengo el privilegio de contemplar el inicio del milagro.
EL CALDO DE LA CREACIÓN
Con los años, he aprendido muchas cosas de las personas que he
conocido en distintos lugares. Aunque cada grupo de participantes es
único, hay aspectos universales que conectan a cada grupo de cada
ciudad con la experiencia común de formar una sola familia. Hacer
una pregunta es uno de esos aspectos. Hay personas que se arman de
valor para hacer una pregunta, mientras que otras, que se encuentran
en el mismo lugar y se están preguntando lo mismo, no lo expresen.
Algunas personas puede que sean conscientes de su pregunta, pero se
sienten cohibidas para exponerla delante de un grupo. Otras, hasta
que no la oyen en boca de otro no dicen: «Sí, yo me estaba
preguntando lo mismo». Yo disfruto con esos momentos. Nuestros
grandes momentos de comunicación se producen cuando hay la
oportunidad de interactuar y aclarar cosas entre todos.
En una de las primeras oportunidades que tuve de presentar los
conceptos de la oración en un taller, un señor que estaba sentado en
las primeras filas, lanzó un suspiro que todo el mundo pudo oír.
¡Sin duda consiguió acaparar mi atención! Al mirarle, vi una
expresión de inseguridad en su rostro. Busqué un modo de reconocer
la frustración del hombre sin mirarle directamente, y quizá con ello
hacerlo sentirse molesto; me dirigí entonces al público y dije:
«¿Hay alguna pregunta?».
El hombre del suspiro aprovechó inmediatamente la oportunidad.
Era
un hombre de unos treinta y cinco años, y tenía un codo apoyado
sobre la mesa que compartía con los demás de su fila. Apoyaba
informalmente la barbilla en su mano abierta situada debajo de la
mandíbula. Mientras me dirigía hacia él para escuchar su pregunta,
colocó su lápiz sobre la mesa cerca de su cuaderno de notas. Miré
rápidamente la página que tenía delante. Estaba llena de notas,
diagramas y garabatos. Pude ver que este hombre había estado
ocupado. Comenzó a hablar con otro gran suspiro.
-Ya he oído esto antes -dijo, manteniendo la barbilla apoyada en su
mano-. Llevo muchos años en el «camino» y he estado con muchos
maestros. De un modo u otro, todos han dicho lo mismo. Lo que está
diciendo no es nada nuevo. Sin embargo, ha habido algo en lo que
nunca había caído en la cuenta hasta ahora. ¿De qué modo
nuestros sentimientos internos pueden tener algún efecto sobre lo
que sucede en el mundo exterior?
Recordé la conversación que había tenido meses antes con mi madre.
La idea de que el componente sutil del pensamiento, sentimiento y
emoción pudiera tener algún efecto sobre el mundo físico de
moléculas, átomos y células era un misterio para mi madre, al igual
que para ese señor. Empecé con una explicación que he usado como una
analogía en muchas ocasiones con el paso de los años. Procede de un
experimento que recuerdo haber realizado en una fase temprana de mi
vida para probarme los principios de los que estábamos hablando.
-El caldo de la creación existe como un estado de posibilidades
-empecé-. Todos los componentes para cualquier cosa que podamos
llegar a concebir, incluyendo la propia vida, existen en ese estado
de posibilidad. Aunque allí están los componentes para formarlas, no
hay ningún desencadenante que las «empuje» a moverse. Esta idea es
muy similar a hacer una barra de caramelo de colores con una jarra
de agua a la que le hemos añadido mucho azúcar. Podemos añadir
muchas cucharadas de azúcar en el agua y ver cómo se disuelve y
desaparece. Aunque ya no vemos el azúcar, sabemos que hay varias
cucharadas en esa agua.
»El azúcar permanece en el mismo estado, invisible, hasta que llega
algo que cambia las condiciones del agua. A eso lo llamamos
catalizador, algo que desencadena una nueva oportunidad para que el
agua y el azúcar interactúen. El desencadenante puede ser algo tan
simple como colocar una cuerda de fibra en el agua. Cuando el agua
impregnada de azúcar se absorbe en la cuerda, se evapora y se separa
del azúcar. Al no haber agua, el azúcar se cristaliza en una nueva
expresión de sí mismo, en los diminutos cristales que siguen las
leyes del aire más que las del agua. Diferentes temperaturas y
presiones representan distintas leyes y producen cristales
diferentes.
»Cuando creamos sentimientos
sobre las cosas que queremos experimentar en el mundo, estos son
como la cuerda en la solución de azúcar. Entre las posibilidades
de la creación colocamos una imagen de sentimientos, con la
energía suficiente para hacer realidad una nueva posibilidad.
Sin embargo, la clave de este sistema es que la creación
devuelve precisamente lo que nos ha mostrado nuestra Imagen. La
imagen le dice al caldo creativo dónde hemos puesto nuestra
atención. La emoción que asociamos a nuestra imagen atrae la
posibilidad de la misma. Cuando «no queremos» algo -Una emoción
que se basa en el miedo-, nuestro miedo está aumentando eso que
no
queremos.
Estas leyes nos invitan a robustecer nuestras elecciones
centrándonos en las experiencias positivas que hemos elegido más que
preparándonos para las cosas negativas que no deseamos. La creación
simplemente produce la consecuencia de nuestro sentimiento,
perpetuando aquello que hemos imaginado. Este es el antiguo secreto
de un modo olvidado de oración, algo que se perdió en el siglo IV.
Vi el cambio de expresión en la cara del hombre. En cuestión de
segundos, este sencillo experimento, que hoy en día se realiza en
potes de mayonesa expuestos a la luz solar en innumerables
alféizares de ventanas de incontables aulas alrededor del mundo,
explicaba una posibilidad que le había desconcertado durante años.
¿CÓMO ORAMOS?
Tras él ejercicio de afirmaciones y oración, pregunté a los
participantes si sentían que sus oraciones en el pasado habían
tenido respuesta. Al principio hubo silencio, dudaban en responder.
Poco a poco la gente empezó a levantar la mano para decir «no» o
«sólo a veces».
Estas personas me estaban diciendo que para las
categorías de la oración concernientes al dinero, trabajo,
relaciones y maestros, muchos sentían que sus ruegos no habían sido
escuchados.
Mi siguiente pregunta fue: «¿Por qué?». ¿Adónde recurrimos para
comprender la sofisticada tecnología de la oración y cómo la
aplicamos a nuestras vidas? Los investigadores de la oración, por
razones de estudio, dividen las múltiples aplicaciones y métodos de
oración utilizados en Occidente en grandes categorías. Por ejemplo,
Margaret Paloma, profesora de sociología en la Universidad de Akron
(Ohio), identifica cuatro clases o modos, que describo a
continuación.
Oración coloquial Nos comunicamos con Dios con nuestras propias palabras, describiendo
informalmente nuestros problemas o dando las gracias por las
bendiciones que recibimos en nuestras vidas: «Amado Dios, por favor,
permite por esta vez que mi coche llegue a la gasolinera que está en
la próxima salida de la autopista, te prometo que nunca volveré a
dejar que se me acabe la gasolina».
Oración de petición
En este tipo de oración pedimos nuestro bien a las fuerzas creativas
de nuestro mundo para obtener cosas o resultados específicos. La
oración de petición puede ser formal o con nuestras propias
palabras: «Poderosa presencia "Yo soy", reclamo mi derecho a sanar».
Oración ritualista
Aquí repetimos una secuencia determinada de palabras, quizás en
ocasiones especiales o en momentos concretos. Las oraciones antes de
irse a dormir como el «Con Dios me acuesto...», o el «Señor, bendice
los alimentos que vamos a tomar... » antes de las comidas, son
ejemplos por todos conocidos.
Oración meditativa Una oración meditativa es la que trasciende las palabras. En
meditación estamos en silencio, quietos, abiertos y conscientes de
la presencia de las fuerzas creativas dentro de nuestros mundos y
nuestros cuerpos. En nuestra quietud, dejamos que la creación se
exprese a través de nosotros en ese momento.
Para muchas personas, la práctica de la meditación va más allá de la
oración. En el sentido más estricto de la palabra, si la meditación
implica un pensamiento, un sentimiento y una emoción, puede ser
definida como meditación y oración.
Los cuatro modos descritos, utilizados individualmente o combinados,
constituyen el grueso de las modalidades de oración que se emplean
en Occidente.
En mi experiencia de las tradiciones indígenas o esotéricas, siempre
ha habido referencias a un modo de oración que nunca ha parecido
encajar en ninguna de estas categorías. Los viajes a algunos de los
lugares más sagrados de la Tierra me han revelado un modo de oración
que está reservado para los iniciados y los estudiantes serios de
temas espirituales. Las paredes de los templos de Egipto, las
costumbres de los amerindios del Norte y los curanderos de las
montañas de Perú me han enseñado una forma de oración que no parece
ser conocida en las tradiciones occidentales.
¿Es posible que exista un quinto modo que nos permita fusiona
nuestros pensamientos, sentimientos y emociones en una única y
potente fuerza de creación? Además, ¿es esta la fuerza que abre
directamente la puerta a los procesos de sanación
en nuestro cuerpo y en el mundo? Tanto los textos antiguos como los
estudios modernos nos dan a entender que así es.
Los ejemplos del cáncer curado, de la desaparición de la herida del
cuello, la compresión del tiempo en el desierto del Sinaí y la
misteriosa contraorden del bombardeo de Iraq nos ofrecen pistas
sobre el secreto que envuelve a nuestro olvidado método de oración.
Gracias a nuestra nueva comprensión del tiempo y de los puntos de
elección, la física cuántica considera la posibilidad de cada uno de
estos aparentes milagros como productos que ya existen.
El secreto
de nuestro olvidado método de oración es cambiar nuestra visión de
la vida sintiendo que el «milagro» ya se ha producido y que nuestras
oraciones ya han sido escuchadas. Los pueblos indígenas del mundo
comparten el recuerdo de esta oración en sus textos más sagrados y
en sus tradiciones más antiguas. Ahora tenemos la oportunidad de
atraer esta sabiduría a nuestras vidas en forma de oraciones de
gratitud por lo que ya tenemos, en lugar de pedir para que nuestras
oraciones sean escuchadas.
LA ORACIÓN DE DAVID
Estiré la mano por encima del hombro para alcanzar una botella de
agua fresca de mi mochila. Eran sólo las once de la mañana y el alto
sol del desierto ya había penetrado el grueso nailon, eliminando
cualquier resquicio de frescor de la botella. Durante semanas nos
habían estado avisando de que estaban prohibidas las fogatas y
quemar basuras. Incluso lanzar un cigarrillo desde la ventana de un
vehículo en marcha podía suponer una cuantiosa multa. Este era el
tercer año de sequía en el desierto del sudoeste de Estados Unidos.
Aunque era una época de climas extremos en todas partes, parecía que
las montañas del norte de Nuevo México estaban especialmente
afectadas. las pistas de esquí no habían abierto ese año, y el río
Grande se había reducido a un hilo antes de fusionarse con el río
Rojo cerca de Questa.
Al coger la reblandecida botella de plástico para abrirla, se me
derramó un poco de agua alrededor del tapón. Observé fascinado cómo
el agua salpicaba el suelo. La superficie estaba tan reseca que las
gotas se fusionaban formando un charquito antes de rodar al interior
de una pequeña depresión cercana. Incluso dentro de ese hoyo
superficial, no se difuminaron y absorbieron en la tierra. Para mi
sorpresa, todo el charquito se evaporó en cuestión de segundos.
-La tierra tiene demasiada sed para beber -me dijo David suavemente
desde detrás.
-¿Has visto antes una sequía como ésta? -le pregunté. -Los ancianos dicen que hace más de cien años que las lluvias no nos
dejaban durante tanto tiempo -respondió David-. Esta es la razón por
la que hemos venido a este lugar, para invocar a la lluvia.
Hacía años que conocía a David; de hecho, desde antes de trasladarme
al elevado desierto del norte de Santa Fe. Los dos habíamos
emprendido un viaje sagrado alejándonos de nuestros hogares,
familias y seres queridos. Su gente llamaba a estos viajes la
«búsqueda de la visión». Para mí suponía la oportunidad de escaparme
de mis compromisos corporativos y estar en contacto con la tierra
durante mi etapa periódica de reflexión sobre mi propósito y rumbo
en la vida. A los cinco meses de habernos conocido, me fui a vivir a
las montañas que había visitado para estar en soledad.
Aunque David
y yo rara vez nos veíamos, cuando lo hacíamos era como si hubiéramos
estado hablando el día anterior. Nunca había ninguna sensación de
extrañeza o necesidad de disculparnos por nuestra falta de contacto.
Los dos sabíamos que teníamos que dar prioridad a las cosas de
nuestra vida que nos exigía nuestra atención. En ese momento
estábamos juntos, compartiendo una tórrida mañana de verano en el
desierto.
Tras un largo trago de mi botella caliente, me levanté y empecé a
caminar hacia David. Él estaba a unos veinte pasos por delante. Le
seguía por un camino invisible que sólo él podía ver. Nuestra marcha
se hacía más rápida a medida que nos abríamos paso por densos
matorrales de salvia y chamico que llegaban a la altura de las
rodillas. Miré el suelo que tenía delante. Cada uno de mis pasos
levantaba una pequeña nube de polvo que desaparecía en la tórrida y
seca brisa. Detrás no quedaba ni rastro del camino que estábamos
creando.
David sabía exactamente adónde íbamos; era un lugar
conocido por su familia y antepasados durante muchas generaciones.
Año tras año acudían a ese lugar en busca de la visión, para
realizar sus ritos de paso, y en ocasiones especiales como hoy.
-Allí -dijo David. Miré hacia donde estaba apuntando. Tenía el mismo
aspecto que los otros miles de hectáreas de salvia, junípero y pino
que nos rodeaban en el valle. -¿Dónde? -pregunté. -Allí, donde cambia la tierra -respondió David.
Miré detenidamente, estudiando el paisaje. Revisé la parte superior
de la vegetación, mis ojos buscaban irregularidades en el espacio y
en el color. De pronto saltó a la vista, como una imagen oculta en
uno de esos gráficos tridimensionales que disfrazan una imagen entre
los puntos. Miré más de cerca y vi que las puntas de los arbustos de
salvia tenían una distribución diferente. Al dirigirnos hacia la
aparente anomalía, pude ver algo en el suelo, algo grande e
inesperado. Me detuve para colocarme a la sombra que creaba mi
propio cuerpo, y entonces pude ver una serie de piedras, hermosas y
de todo tipo, organizadas para formar perfectas líneas y círculos
geométricos. Cada piedra estaba exactamente situada, revelando la
precisión con la que las antiguas manos las habían colocado cientos
de años antes.
¿Qué es este lugar? -le pregunté a David-. ¿Por qué está aquí, en
medio de la nada?
-Esta es la razón por la que hemos venido -dijo riendo- por esto, lo
que tú llamas «nada», es por lo que estamos aquí. Hoy sólo estamos
tú y yo, la tierra, el cielo y nuestro Creador. Eso es todo. Aquí no
hay nada más. Hoy nos pondremos en contacto con las fuerzas
invisibles de este mundo; hablaremos con la Madre Tierra, con el
Padre Cielo y con los mensajeros que están entre medio. »Hoy rezaremos lluvia -dijo David.
Siempre me sorprende la rapidez con la que los viejos recuerdos
pueden inundar el presente. Al igual que me sorprende lo pronto que
se desvanecen. Al momento, mi mente buscó las imágenes de lo que
esperaba que iba a suceder a continuación. Recordé las escenas de
oración que me eran familiares. Recordaba haber ido a los pueblos
vecinos y ver a los nativos ataviados con prendas de su tierra.
Recuerdo haberlos estudiado mientras se movían rítmicamente al son
de los mazos de madera con los que percutían los tambores de cuero
de alce tensado sobre marcos de pino. Sin embargo, ningún recuerdo
de mi mente podía prepararme para lo que iba a presenciar.
-El círculo de piedra es una rueda de medicina -me explicó David-.
Que nosotros recordemos, siempre ha estado aquí. La rueda no tiene
poder en sí misma. Sirve como objeto de concentración para invocar
la oración. Puedes verlo como un mapa de carreteras.
Yo debía de haber puesto cara de perplejidad. Por lo que David se
adelantó a mi pregunta y la respondió antes de que hubiera acabado
de formularla en mi mente.
-Un mapa entre los seres humanos y las fuerzas de este mundo -dijo
respondiendo a la pregunta que todavía no había formulado-. El mapa
fue creado aquí, porque en este lugar las pieles de ambos mundos son
muy finas. Cuando yo era un niño me enseñaron el lenguaje de este
mapa. Hoy recorreré un antiguo camino que conduce a otros mundos.
Desde esos mundos, hablaré con las fuerzas de esta tierra, para
hacer lo que hemos venido a hacer. Invitar a la lluvia.
Observé cómo David se sacaba los zapatos. Hasta la forma en que se
desataba los lazos de sus viejas botas de trabajo era una oración,
metódica, intencionada y sagrada. Con sus pies descalzos sobre la
tierra, se dio la vuelta y se apartó de mí en dirección al círculo.
Sin emitir sonido alguno recorría su camino alrededor de la rueda,
con sumo cuidado para respetar la colocación de cada una de las
piedras.
Con veneración hacia sus antepasados, colocó sus desnudos
pies sobre la tierra agrietada. En cada paso, los dedos de sus pies
se acercaban a menos de un centímetro de las piedras exteriores. Ni
una sola vez las tocó. Cada piedra se quedó justo en el mismo sitio
donde otras manos, de una generación hace mucho tiempo desaparecida,
las habían colocado. Mientras circundaba el contorno más lejano del
círculo, David se giró, permitiéndome ver su rostro. Para mi
sorpresa, sus ojos estaban cerrados. Habían estado así todo el
tiempo. ¡Estaba venerando una a una la posición de cada piedra
blanca y redonda sintiéndolas mediante la posición de sus pies!
David regresó al lugar más cercano a mí y colocó sus manos en
posición de oración delante de su cara. Su respiración era casi
imperceptible. Parecía no enterarse del calor del sol del mediodía.
Tras unos breves segundos en esta posición, respiró profundamente,
relajó la postura y se giró hacia mí.
-Vámonos, aquí ya hemos terminado -dijo mirándome directamente. -¿Ya? -pregunté un poco sorprendido. Parecía como si acabáramos de
llegar-. Pensé que íbamos a rezar para invocar a la lluvia. David se sentó en el suelo para ponerse de nuevo los zapatos. Me
miró y sonrió. -No, yo te dije que «rezaría lluvia» -respondió-. Si hubiera rezado
para invocar a la lluvia, nunca podría suceder.
Por la tarde cambió el tiempo. La lluvia empezó de repente, con unos
pocos sonidos sordos sobre la tierra que estaba en dirección a las
montañas del este. En cuestión de minutos las gotas se fueron
haciendo más grandes y más frecuentes, hasta que se declaró una
tormenta con todas las de la ley. Enormes nubes negras cubrían el
valle, oscureciendo las montañas de Colorado por el norte durante el
resto de la tarde. El agua
se acumulaba con tanta rapidez que la tierra no la podía absorber, y
al cabo de poco tiempo empezaron los temores a las inundaciones.
Miré los 18 kilómetros de salvia que había entre donde me encontraba
yo y la cadena montañosa al este. El valle parecía un inmenso lago.
A última hora de la tarde, miré la previsión meteorológica de las
estaciones locales. Aunque no estaba sorprendido, recuerdo haber
sentido admiración mientras los mapas del tiempo coloreados
parpadeaban en la pantalla. Las flechas animadas indicaban el típico
patrón de aire frío y húmedo que descendía formando un ángulo desde
la región Noroeste del Pacífico, atravesaba Utah y entraba en
Colorado, como solía hacer en los meses de verano. Luego,
inexplicablemente, la corriente cambió su curso e hizo algo
excepcional.
Observaba, sorprendido, cómo la masa de aire se
adentraba con precisión en el sur de Colorado y norte de Nuevo
México antes de formar un cerrado bucle para cambiar de dirección y
regresar al norte, reanudando su camino a través de la región
Central. Con ese descenso se convertía en un frente de baja presión
y aire frío que se mezclaría con el aire caliente y húmedo que
ascendía del Golfo de México, la receta perfecta para la lluvia. Por
las previsiones del tiempo, parecía que iba a llover y bastante.
Llamé a David a la mañana siguiente.
-¡Qué desastre! -exclamé-. Las carreteras han desaparecido. Las
casas y los campos están inundados. ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo explicas
toda esta lluvia? La voz al otro lado de la línea permaneció en silencio durante unos
segundos. -Ese es el problema -dijo David-. ¡Esta es la parte de la oración
que todavía no he comprendido!
A la mañana siguiente, la tierra ya estaba lo bastante húmeda para
aceptar más agua. Me monté en el coche y atravesé varios Pueblos en
dirección a la ciudad más cercana. La gente estaba extasiada
contemplando la lluvia. Los niños jugaban en el barro. Los granjeros
estaban en las ferreterías y tiendas de ultramarinos, ocupándose de
sus negocios de ganadería y agricultura. Las cosechas habían sufrido
un daño mínimo. El ganado tenía agua en sus estanques y parecía como
si el norte de Nuevo México hubiera superado la tristeza de la
sequía, al menos en lo que quedaba de verano.
GRATITUD: RESPIRAR LA VIDA EN NUESTRAS ORACIONES
La historia de David ilustra perfectamente el funcionamiento interno
de un modo de oración olvidado por nuestra cultura hace casi dos mil
años. Tras su breve ceremonia dentro del círculo de la medicina,
David me había mirado y dicho simplemente:
«Vámonos, aquí ya hemos
terminado nuestro trabajo». El resto del tiempo que estuve con David
ese día, ahora tiene mucho más sentido e importancia.
Ya sé lo que significaba la respuesta de David «he venido a rezar
lluvia». El resto de la historia quizá sea mejor contarla con sus
propias palabras.
-Cuando era joven -dijo-, nuestros mayores me transmitieron el
secreto de la oración. El secreto es que cuando pedimos algo,
estamos reconociendo que no lo tenemos. Seguir pidiendo sólo aumenta
el poder de lo que nunca sucederá.
« El camino entre el ser humano y las fuerzas de este mundo empiezan
en nuestro corazón. Es allí donde nuestro mundo de los sentimientos
se une con el de nuestro pensamientos ». En mi oración, empecé con
un sentimiento de gratitud por todo lo que existe y por todo lo que
ha sucedido. Di gracias al viento del desierto, al calor y a la
sequía, pues hasta ahora así es como ha sido. No es bueno. No es
malo. Ha sido nuestra medicina.
»Luego he escogido otra medicina. Empecé a sentir lluvia. Sentí la
lluvia cayendo sobre mi cuerpo. De pie en el círculo de piedra,
imaginé que estaba en la plaza de nuestro pueblo, descalzo bajo la
lluvia. Sentí la sensación de la tierra húmeda que rezumaba entre
los dedos de mis pies. Olí el olor de la lluvia en las paredes de
paja y barro de las casas de nuestro pueblo después de las
tormentas. Sentí la sensación de caminar por los campos de maíz que
crecía hasta la altura de mi pecho debido a la generosidad de las
lluvias. Los ancianos nos recuerdan que así es como elegimos
nuestro camino en este mundo. Primero hemos de tener el sentimiento
de lo que deseamos experimentar. Así es como plantamos las semillas
para un nuevo camino. De ahí en adelante -prosiguió David- nuestra
oración se convierte en una acción de gracias.
-¿Gracias? ¿Quieres decir gracias por lo que hemos creado?
-No, no por lo que hemos creado --respondió David – la creación ya
esta completa. Nuestra oración se convierte en una oración de
gracias por la oportunidad se elegir que creación vamos a
experimentar. Mediante nuestro agradecimiento, veneramos todas las
posibilidades y atraemos a nuestro mundo aquellas que deseamos.
De este modo, con las palabras de su pueblo, David había compartido
conmigo el secreto de entrar en comunión con las fuerzas de nuestro
mundo y nuestros cuerpos. Aunque había escuchado y comprendido lo
que me había dicho, sus palabras todavía son más significativas para
mí hoy en día.
NUESTRO MÉTODO DE ORACIÓN OLVIDADO
Después de haber estado con David, volví a buscar en los textos,
algunos antiguos, otros contemporáneos. Descubrí que muchos grupos,
organizaciones y sistemas filosóficos hablaban de nuestro olvidado
método de oración. Muchos continúan practicándolo, con técnicas que
nos dicen «piensa como si tus oraciones ya se hubieran hecho
realidad» o «como si tus oraciones vinieran del lugar donde se
cumple la oración». No obstante, por más que he investigado estas
tecnologías, casi siempre el elemento del sentimiento brillaba por
su ausencia.
A mediados del siglo XX, un hombre conocido simplemente como Neville
puso en la vanguardia del pensamiento contemporáneo el método
olvidado de oración con su trabajo pionero sobre las leyes de causa
y efecto. Nacido en Barbados, Antillas, Neville describió
elocuentemente su filosofía de hacer realidad nuestros sueños
mediante el sentimiento e invitamos a «hacer de [nuestro] futuro
sueño un hecho en el presente, adoptando el sentimiento de [nuestro]
deseo realizado».4 Además, Neville sugiere que es el amor por
nuestro nuevo estado el que infunde poder para que su existencia se
haga realidad. «A menos que tú mismo entres en la imagen y pienses
desde ella, esta no puede nacer. »' Examinar una oración específica,
como una oración por la paz, puede aportar un grado de concreción a
estos conceptos a veces un tanto confusos.
Los condicionamientos reinantes en nuestras tradiciones occidentales
han hecho que «pidiéramos» que la paz se produzca bajo determinadas
circunstancias. Al pedir que haya paz, por ejemplo, estamos
reconociendo inconscientemente el hecho de que no la hay, quizá
hasta reforcemos lo que puede ser visto como un estado de violencia.
Desde la perspectiva de nuestro quinto
modo de oración, se nos invita a crear paz en nuestro mundo mediante
el pensamiento, el sentimiento y la emoción en nuestro cuerpo. Una
vez que hemos creado en nuestra mente la imagen de nuestro deseo y
hemos sentido que
este se ha realizado en nuestro corazón, ¡Ya ha sucedido!. Aunque el
propósito de nuestra oración puede que, todavía no se haya
materializado ante nuestros sentidos, suponemos que así es. El
secreto del quinto modo de oración reside en reconocer que cuando
sentimos, el efecto de nuestros sentimientos ya ha tenido lugar en
alguna parte, en algún plano de nuestra existencia.
Nuestra oración se origina entonces desde una perspectiva muy
distinta. En lugar de pedir que se produzca el resultado de nuestra
oración, reconocemos nuestro papel como una parte activa de la
creación y damos gracias por lo que estamos seguros de haber creado.
Tanto si vemos los resultados inmediatamente como si no, reconocemos
que en algún lugar de la creación nuestra oración ya ha sido
escuchada. Ahora nuestra oración se convierte en una oración
afirmativa de acción de gracias, que alimenta nuestra creación y
permite que se desarrolle en su máximo potencial. A continuación
expongo un resumen de nuestra oración por la paz, desde la
perspectiva tradicional y desde la de nuestro método olvidado de
oración.
Oración de petición
1. Nos centramos en las condiciones donde creemos que no existe la
paz. 2. Pedimos la intervención de un gran poder para que cambie dichas
condiciones. 3. Al hacer la petición, puede que estemos reconociendo que la paz y
que el cambio positivo todavía no existen en esos lugares. 4. Continuamos pidiendo esta intervención hasta que vemos que se
produce el cambio en nuestro mundo.
El quinto modo de oración
1. Tomamos nota de todos los acontecimientos, los que vemos cuando
no hay paz, sin juzgarlos como buenos, malos, justos o injustos. 2. Mediante la tecnología del pensamiento, el sentimiento y la
emoción creamos las condiciones desde nuestro interior que elegimos
para tomar nota de nuestro mundo exterior. Por ejemplo: «Un cambio
positivo en la Tierra, sanación para todo tipo de vida y paz en
todos los mundos». Nuestro sentimiento de que ya es así da fuerza a
nuestra
oración y materializa ese fruto. Al hacerlo, hemos renovado el
recuerdo de una posibilidad mejor.
Reconocemos el poder de nuestra «tecnología interna» y damos por
hecho que nuestra petición ya se ha cumplido; la paz y el cambio
positivo ya están aquí.
Nuestra oración consiste ahora en:
a) reconocer lo que hemos elegido, b) sentir que ya se ha cumplido, c) dar gracias por tener la oportunidad de elegir, y al hacerlo
infundimos vida en nuestra elección.
Las últimas traducciones de los textos arameos originales ofrecen
nuevas visiones de por qué las referencias a la oración han sido tan
ambiguas en el pasado. Los manuscritos del siglo XII revelan el
grado de las libertades que se tomaron para condensar la estructura
de las frases y simplificar su significado. Quizás una de las
referencias más evidentes, y al mismo tiempo sutiles, sea una
oración que se ha enseñado durante varias generaciones a los
estudiantes de teología y a los alumnos del catecismo dominical.
Este fragmento de nuestro método de oración olvidado nos invita a
«pedir» el beneficio de nuestra oración, como en nuestra conocida
admonición «pedid y recibiréis». La comparación del texto arameo
ampliado con la versión bíblica moderna de la oración nos ofrece
poderosas revelaciones sobre las posibilidades de esta tecnología
perdida.
La versión moderna condensada:
En verdad, en verdad os digo, que todo cuanto pidiereis a mi Padre
en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi
nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido (Jn,
16,2324).
La versión original, vuelta a traducir del arameo:
Todo aquello que pidas directa y abiertamente... en mi nombre, te
será concedido. Hasta ahora no lo has hecho. Pide sin un motivo
oculto y serás rodeado por la respuesta. Déjate envolver por lo que
deseas, que tu júbilo sea completo...'
A través de las palabras de otros tiempos, se nos invita a acoger
nuestro olvidado método de oración como una conciencia que nosotros
encarnamos, en lugar de una forma prescrita de acción que realizamos
para tal efecto. Al invitarnos a estar «rodeados» por nuestra
respuesta y «envueltos» por lo que deseamos, este antiguo pasaje
hace hincapié en el poder de nuestros sentimientos. En nuestro
lenguaje actual, esta elocuente frase nos recuerda que para crear
nuestro mundo, en primer lugar hemos de tener los sentimientos de
que nuestra creación ya se ha realizado. Nuestras oraciones se
convierten entonces en una acción de gracias por lo que hemos
creado, en lugar de ser peticiones de lo que queremos que suceda.
UNA NUEVA FE
No puedo decir a ciencia cierta que la oración de David tuviera algo
que ver con las tormentas que se produjeron durante el tiempo que
estuvimos juntos. Lo que sí puedo decir es que el tiempo en el norte
de Nuevo México cambió ese día. Tras semanas de sequía, de cosechas
perdidas y ganado deshidratado, en un día cambió el tiempo y
llegaron lluvias torrenciales que dieron lugar a lluvias diarias que
duraron hasta las heladas de otoño. Además, puedo decir que hubo una
sincronicidad entre el inesperado cambio de tiempo y la experiencia
que compartí con David. El tiempo que transcurrió entre los
acontecimientos fue cuestión de horas. ¿Cómo podemos probar un hecho
de tal magnitud e importancia?
Los habitantes de los pueblos de amerindios en la desierta región
suroeste no necesitan pruebas; sin duda alguna, ellos saben que
dentro de cada uno de nosotros se encuentra el poder para
comunicarnos directamente con las fuerzas creadoras de este mundo y
fuera de él. Lo hacen sin expectativas, sin juzgar el resultado de
su comunión. Por ejemplo, si no hubieran venido las lluvias, David
habría visto la ausencia de las mismas como una parte de su oración,
en lugar de como una señal de fracaso. Su oración no ponía
condiciones. No puso una fecha al resultado de su comunión con las
fuerzas de la naturaleza.
David había compartido un momento divino
con los poderes de la creación, había plantado la semilla sagrada de
una posibilidad a través de su oración y había dado gracias por
tener la oportunidad de elegir otro resultado. Su inquebrantable fe
en que su oración había logrado algo es la clave para regresar a
nuestra oración perdida.
En nuestro mundo moderno, con frecuencia esperamos una gratificación
y una
respuesta rápida. El tiempo de procesamiento de nuestros
ordenadores, por ejemplo, supera en más de cincuenta veces la
rapidez de los primeros microordenadores de principios de los
ochenta. Entonces, pensábamos que eran rápidos. Esperar durante más
de una fracción de segundo tras teclear nuestro comando en el
teclado a veces nos provoca ansiedad por obtener una respuesta que
hace sólo unos años suponía el último avance de la tecnología.
Los
hornos microondas han reducido a la mitad el tiempo que se
necesitaba para hervir el agua con la cocina de gas o eléctrica
convencional. Ahora, esperamos con impaciencia a que el reloj
digital marque los segundos que quedan para que hierva el agua. Ha
habido una tendencia a ver los resultados de la oración del mismo
modo. Si los resultados no son inmediatos, sentimos que no ha
funcionado. Los antepasados eran más sabios.
Cuando David oraba lluvia, sabía a ciencia cierta que con su oración
había invitado una nueva posibilidad. También sabía que su oración
no era más que una posibilidad. Quizás el efecto no seria inmediato
para nuestros ojos. Mientras él y yo estábamos de pie en el campo de
salvia, en lo alto de los desiertos del norte de Nuevo México, el
hecho de que no viéramos inmediatamente la lluvia no le afectó a
David demasiado. Estaba seguro de su capacidad para elegir otro
resultado y su confianza era algo natural para él.
La certeza de David de haber plantado la semilla de la posibilidad
en alguna parte de las profundidades de la creación, nos conduce a
replanteamos una palabra que puede que en los últimos tiempos haya
perdido su significado. Esa palabra es fe. Aunque en The American
Heritage College Dictionary la fe se define como «creencia que no se
basa en pruebas lógicas o evidencias materiales», los antepasados y
los pueblos indígenas de nuestros días aceptan una definición de la
palabra mucho más amplia.
Su comprensión es tan válida hoy en día
como lo fue en generaciones pasadas, cuando la fe era la clave para
comunicarse con las fuerzas invisibles de nuestro mundo. Gracias a
su maravillosamente integrada visión de nuestro papel en la
creación, la fe se convierte en la aceptación de nuestro poder como
fuerza directriz en la creación. Esta visión unificada es la que nos
permite avanzar en la vida con la confianza de que a través de
nuestras oraciones hemos plantado las semillas de nuevas
posibilidades.
Nuestra fe nos permite reasegurarnos de que nuestras
oraciones han sido escuchadas. Con esta conciencia, nuestros rezos
se transforman en expresiones de gratitud que infunden vida a
nuestras elecciones a medida que estas se manifiestan en el mundo.
Siete son los senderos que cruzan el Huerto Infinito, y cada uno deberá transitarse con el cuerpo, el corazón y la mente cual uno…
EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ
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