Comienzos


Escuché con atención lo que decía la voz de la radio para asegurarme de que lo había oído bien. No estaba familiarizado con el salpicadero de la nueva furgoneta que había alquilado hacía sólo unos días y los indicadores luminosos me resultaban extraños. Torpemente manejé el control de volumen de la radio para ahogar el rugido de un incesante viento de costado que era el preludio de una tormenta de invierno visible desde la puesta del sol. Hasta donde podía divisar desde la carretera nacional, sólo se insinuaba el reflejo de luces distantes en las nubes bajas que tenía por encima.

 

Al estirarme para ajustar el espejo retrovisor, mis ojos siguieron el asfalto que acabábamos de recorrer hasta desaparecer en la oscuridad que nos rodeaba. No había ningún resplandor de luces delanteras que anunciara la llegada de algún otro coche. Estábamos solos, completamente solos, en esa autopista del norte de Colorado. Al mismo tiempo me preguntaba cuántas personas, en sus hogares o coches, estarían oyendo lo que yo estaba escuchando de boca del locutor.


El moderador estaba entrevistando a un invitado, le pedía que compartiera su visión del final del presente milenio y del nacimiento del siglo XXI. Al invitado, un respetado escritor y educador, se le solicitó que expresara qué futuro veía para la humanidad en los próximos dos o tres años. La radio crepitó brevemente mientras sus palabras describían un futuro inmediato inestable. Con autoridad y seguridad, habló de su visión de un inevitable colapso finisecular de las tecnologías globales, especialmente de las basadas en la informática. Mientras desarrollaba el escenario del peor de los casos, emergía un futuro donde los elementos básicos de la vida escasearían, o quizá se agotarían, durante meses o años. Citó limitaciones en el abastecimiento de electricidad, agua, gas natural, comida, y la pérdida de las comunicaciones como los primeros signos de la disolución de los Gobiernos locales y nacionales.

 

El invitado siguió especulando sobre una época en nuestro previsible futuro en que las leyes nacionales quedarían suspendidas y se habría de imponer la ley marcial para mantener el orden. Además de esas temibles condiciones, citó la creciente amenaza de enfermedades incontrolables y la posibilidad de una tercera guerra mundial con armas de destrucción masiva, todo lo cual conduciría a la pérdida de casi dos tercios de la población mundial, aproximadamente cuatro mil millones de personas, en un plazo de tres años. 5

Por cierto que anteriormente ya había escuchado este tipo de presagios. Desde las visiones de los profetas bíblicos hasta las profecías de Nostradamus y Edgar Cayce, en los siglos XVI y XX respectivamente, el aumento del nivel del mar, la formación de grandes mares interiores y catastróficos terremotos han sido temas constantes en las predicciones para el cierre del segundo milenio. Esa noche hubo algo diferente. Quizá fuera porque me sentía solo en la autopista. Quizá porque sabía que había muchas otras personas que estaban escuchando el mismo mensaje, la autoritaria voz de un invitado invisible que llegaba hasta sus hogares, oficinas y automóviles. Me encontré inmerso en una gama de experiencias que variaban desde intensos sentimientos de desesperanza y lágrimas de profunda tristeza hasta brotes de ira y rabia igualmente poderosos.

«¡No!», empecé a gritar. «¡No, no tiene por qué ser como lo describes! Nuestro futuro todavía no ha llegado. Todavía se está formando y aún estamos eligiendo el resultado. »

Tras subir a la cumbre de una colina, empecé a descender hacia un valle y se perdió la recepción. La última parte de la entrevista que escuché era que el invitado aconsejaba a las personas que «huyeran hacia las montañas» y que se prepararan para la larga espera. Para aquellos que vivían sumidos en la pobreza, al margen de la sociedad o inconscientes de los acontecimientos que estaban dando forma a nuestro futuro, el invitado les dio un consejo compuesto por cuatro palabras: «¡Que Dios los ayude!». Aunque las voces de la radio se distorsionaban y desaparecían, el impacto de sus palabras permanecía.


Traigo aquí esta historia porque la perspectiva que se transmitió a través de las ondas de radio esa noche fue precisamente eso: una perspectiva, no una seguridad sobre lo que nos espera en el futuro. Además de describir escenas de tragedia y desesperación, los antiguos profetas previeron futuros igualmente viables de paz, cooperación y de gran salud para los habitantes de la Tierra. En unos extraños manuscritos con más de dos mil años de antigüedad, dejaron los secretos de una ciencia perdida que nos permite trascender las profecías catastróficas, las predicciones y los grandes retos de la vida. A simple vista, la ciencia que hay codificada en esos peculiares documentos puede sonar a ficción, o al menos al tema de una película futurista.

 

Contemplados con los ojos de la física del siglo XX, sin embargo, los principios que contienen estos antiguos textos aclaran y ofrecen nuevas posibilidades sobre nuestra función en la dirección del rumbo de este momento en la historia. Los desgastados fragmentos de estos textos describen una ciencia perdida que tiene el poder de acabar con todas las guerras, enfermedades y sufrimientos; iniciar una era de paz y cooperación sin precedentes entre Gobiernos y naciones; hacer que los fenómenos climáticos destructivos sean inofensivos; aportar una curación definitiva para nuestros cuerpos, y redefinir las antiguas profecías de devastación y catastróficas pérdidas humanas.


Los últimos desarrollos en la física cuántica apoyan precisamente tales principios y aportan nueva credibilidad al papel de la oración masiva y a las antiguas profecías. Vi por primera vez los indicios de esta sabiduría de poder en las traducciones de los textos arameos escritos unos quinientos años antes de la era cristiana. Los mismos textos afirmaban que durante el siglo I de nuestra era escritos de tradiciones secretas fueron transportados desde la tierra natal de sus autores en Oriente Próximo hasta las montañas de Asia para protegerlos.

 

En la primavera de 1998, tuve la oportunidad de organizar un grupo de veintidós personas para hacer una peregrinación a las altas montañas del Tíbet central, a fin de presenciar y confirmar las tradiciones a las que hacían referencia estos textos con dos mil años de antigüedad. Junto a la investigación a gran escala que se está realizando en ciudades occidentales, nuestro viaje aporta nueva credibilidad a estos antiguos recordatorios sobre nuestro poder para acabar con el sufrimiento de innumerables personas, evitar una tercera guerra mundial y alimentar a todos los niños, mujeres y hombres que están hoy con vida, así como a las generaciones futuras. Sólo tras ascender a los monasterios, localizar las bibliotecas y presenciar las antiguas prácticas que han llegado hasta nuestros días, puedo compartir con seguridad la agudeza de tales tradiciones.


Mientras la ciencia moderna sigue verificando la relación entre los mundos interior y exterior, es cada vez más probable que un puente olvidado vincule el mundo de nuestras oraciones con el de nuestra experiencia. Quizás este vínculo represente lo mejor que toda esa ciencia, religión y mística puede ofrecer, llevado hasta niveles nuevos que nunca antes nos hubieran parecido posibles. La belleza de esa tecnología interior estriba en que se basa en las cualidades humanas que ya poseemos.

 

Se nos invita a que sencillamente recordemos, en la comodidad de nuestros propios hogares y sin que exista expresión externa científica o filosófica. Al hacerlo transmitimos, a nuestras familias, comunidades y seres queridos, el poder de un mensaje de vida y esperanza que procede de tiempos inmemoriales. Los profetas que nos vieron en sus sueños, nos recuerdan que, al honrar a toda forma de vida, estamos consiguiendo nada más y nada menos que la supervivencia de nuestra especie y garantizar el futuro del único hogar que conocemos.

GREGG BRADEN

Norte de Nuevo México Enero de 1999
 

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Introducción

  • ¿Es posible que exista una ciencia perdida que nos ayude a trascender temas como la guerra, la destrucción y el sufrimiento predichos hace tanto tiempo para nuestra época actual?

  • ¿Cabe la posibilidad de que en alguna parte de las neblinas de nuestra antigua memoria colectiva hubiera tenido lugar algún acontecimiento que provocara un vacío en nuestra comprensión sobre cómo relacionarnos con nuestro mundo y entre nosotros?

  • De ser así, ¿sería posible que, de salvar ese obstáculo, se pudieran evitar las grandes tragedias a las que se ha de enfrentar la humanidad?

Textos de dos mil quinientos años de antigüedad, así como la ciencia moderna, sugieren que la respuesta a estas preguntas y a otras similares es un rotundo « ¡sí! ». Además, en el lenguaje de sus tiempos, los que vivieron antes que nosotros nos recuerdan dos poderosas técnicas que están en relación directa con nuestra vida actual. La primera es la ciencia dé la profecía, que nos permite ser testigos de las consecuencias futuras de nuestras elecciones del presente. La segunda es la sofisticada técnica de la oración, que nos permite elegir qué profecía futura vamos a vivir.


Los secretos de nuestras ciencias perdidas parecen haber sido abiertamente compartidos por sociedades y tradiciones antiguas. Los últimos vestigios de esta poderosa sabiduría en la tradición occidental se perdieron al desaparecer textos muy valiosos en el siglo IV. Fue en el año 325, cuando los elementos clave de nuestra antigua herencia fueron apartados de la población general y quedaron relegados a las tradiciones esotéricas de escuelas de misterio, a sacerdotes de elite y a las órdenes sagradas.

 

A los ojos de la ciencia moderna, las recientes traducciones de textos como los manuscritos del mar Muerto y las bibliotecas gnósticas de Egipto han abierto las puertas a aquellas posibilidades que se dejaban entrever en los cuentos populares y de hadas antiguos y han supuesto un nuevo despertar para las mismas. Ahora, después de dos mil años de haber sido escritos, podemos ratificar el poder de una fuerza que mora en nuestro interior, un poder muy real que tiene la capacidad de acabar con el sufrimiento y traer paz duradera al mundo.


Los autores antiguos nos legaron su poderoso mensaje de esperanza descrito con las palabras de su tiempo. Las visiones del profeta Isaías, por ejemplo, fueron registradas más de quinientos años antes del nacimiento de Cristo. El rollo de Isaías, el único manus-crito descubierto intacto entre los manuscritos del mar Muerto en 1946, desplegado y montado sobre un cilindro vertical, está expuesto en el Santuario del Museo del Libro de Jerusalén. La exposición, considerada como insustituible, está protegida por un sistema diseñado para que la estancia se convierta en una cámara acorazada sellada con puertas de acero a fin de conservar el rollo para las generaciones futuras, en el supuesto de que se produjera un ataque nuclear.

 

La antigüedad del rollo de Isaías, su integridad y el propio texto ofrecen una oportunidad única para considerarlo como representativo de las muchas profecías proferidas para nuestro tiempo. Aparte de los detalles de los acontecimientos concretos, la visión generalizada de las antiguas predicciones revela el trasfondo de un tema común. En todas las visiones de nuestro futuro, las profecías siguen un patrón claro: descripciones de catástrofes, inmediatamente seguidas de una visión de vida, dicha y esperanza.


En el manuscrito conocido más antiguo de este tipo, Isaías comienza su visión de posibles futuros, con la descripción de una época de destrucción global de una magnitud nunca vista. Describe su ominoso momento como una época en que «enteramente arruinada quedará la Tierra, totalmente devastada» (Is. 24,3).' Su visión de una época que aún había de llegar se parece mucho a las descripciones de muchas otras profecías de distintas tradiciones, incluidas las de los nativos americanos hopi y navajo, así como las de los mayas de México y Guatemala.


Sin embargo, en los versos que vienen a continuación de la descripción de devastación de Isaías, su visión cambia espectacularmente a un escenario de paz y salud:

«Porque las aguas rebosarán en el desierto, arroyos en la estepa... Y la ardiente arena se convertirá en estanque, y el sequedal en manantiales de agua»

(Is. 35, 6-7).

Además, Isaías dice que «en aquel tiempo los sordos oirán las palabras del libro, y los ojos de los ciegos verán desde la oscuridad y sin tinieblas» (ib., 29,18).


Durante casi veinticinco siglos, los eruditos han interpretado principalmente estas visiones como una descripción de acontecimientos que se esperaba que ocurrieran justamente en el orden en que son descritos en el rollo de Isaías: en primer lugar la tribulación de la destrucción, seguida de una etapa de paz y salud. ¿Es posible que estas visiones de otros tiempos tuvieran otro significado? ¿Podrían las introspecciones de los profetas reflejar las habilidades de expertos maestros que se introducían entre los mundos de posibles futuros y registraban sus experiencias para las generaciones futuras? De ser así, los detalles de sus viajes podrían ofrecernos importantes claves para descifrar un tiempo que está por llegar.

Los antiguos profetas, al igual que las creencias de los físicos del siglo 'XX, vieron el tiempo y el curso de nuestra historia como una senda que puede recorrerse en dos direcciones: hacia atrás así como hacia delante. Reconocieron que sus visiones tan sólo reflejaban posibilidades para un momento dado en el tiempo, más que acontecimientos que sucederían con toda certeza, y cada posibilidad se basaba en las condiciones existentes en el momento de la profecía. Cuando estas cambiaran, el cambio se vería reflejado en el resultado de cada profecía. Una visión de guerra de un profeta, por ejemplo, se podía ver como un futuro seguro sólo si no se ponía fin a las circunstancias sociales, políticas y militares en el momento de la profecía.


Esta misma línea de razonamiento nos recuerda que, cambiando nuestra forma de actuar en el presente -aunque, a veces, ello suponga sólo un pequeño cambio-, podemos cambiar todo el curso de nuestro futuro. Este principio se aplica tanto a circunstancias individuales, como la salud y las relaciones, como al bienestar general del mundo. En el caso de una guerra, la ciencia de la profecía puede permitir a un visionario proyectar su visión a un tiempo futuro y alertar a las personas de su tiempo de las consecuencias de sus acciones. De hecho, muchas profecías van acompañadas de reiteradas súplicas de cambio en un intento de evitar que suceda lo que los profetas han visto.


Las visiones proféticas de posibilidades lejanas a menudo nos recuerdan la analogía de los caminos paralelos, sendas posibles que se introducen tanto en el futuro como en el pasado. De tanto en tanto los cursos de los caminos parecen desviarse, haciendo que uno se acerque a su vecino. Es en estos puntos donde los antiguos profetas creían que los velos entre los mundos eran muy finos. Cuanto más finos estos, más fácil era elegir nuevas vías para el futuro, saltando de un camino a otro.


Los científicos modernos se toman muy en serio estas posibilidades, y han creado nombres para estos acontecimientos, así como para los lugares donde los mundos se conectan. Mediante expresiones como «ondas del tiempo», «resultados cuánticos» y «puntos de elección», profecías como las de Isaías adquieren poderosos y nuevos significados. En lugar de ser pronósticos de acontecimientos que se prevén para un día en el futuro, son destellos de las posibles consecuencias de las decisiones que tomamos en el presente. Tales descripciones suelen recordarnos un gran simulador cósmico, que nos permite ser testigos de los efectos de nuestras acciones a largo plazo.


Sorprendentemente, a semejanza de los principios cuánticos que sugieren que el tiempo es una colección de resultados maleables y diversos, Isaías la un paso más, recordándonos que las posibilidades de nuestro futuro vienen determinadas por elecciones colectivas realizadas en el presente. Al compartir muchos individuos una opción común, amplían el efecto y aceleran el resultado. Algunos de los ejemplos más claros de este principio cuántico pueden observarse en las oraciones masivas para que se produzcan milagros; de pronto se salta de una situación futura a experimentar otra. A principios de los ochenta, los efectos de la oración con una finalidad fueron documentados mediante experimentos controlados en zonas urbanas con un alto índice de criminalidad.2'3 A través de estos estudios, el efecto localizado de la oración ha sido muy bien documentado en publicaciones para todos los públicos. ¿Pueden aplicarse los mismos principios a zonas más amplias, quizás a escala global?


El viernes 13 de noviembre de 1998, se puso en práctica una oración masiva en todo el mundo, como una opción para la paz en una época en que había una escalada de tensión política en muchas partes del mundo. Concretamente, ese día era la fecha límite impuesta a Irak para cumplir con las exigencias de las Naciones Unidas respecto a las inspecciones de armamento. Tras meses de negociaciones sin éxito para acceder a los lugares clave, las naciones de Occidente habían dejado claro que el incumplimiento por parte de Irak daría como resultado una campaña de bombardeo masivo y extensivo diseñado para destruir las zonas donde se sospechaba que guardaban armamento. Semejante campaña habría producido, sin duda alguna, una gran pérdida de vidas humanas, tanto de civiles como de militares.


Una comunidad global de varios cientos de miles de personas conectadas mediante la World Wide Web, optó por la paz en una oración masiva cuidadosamente sincronizada en momentos precisos de esa tarde. Durante el tiempo de oración, tuvo lugar un acontecimiento que muchos consideran un milagro. A treinta minutos del ataque aéreo, el presidente de Estados Unidos, tras recibir una carta de los oficiales iraquíes diciendo que iban a cooperar con las solicitadas inspecciones de armamento, dio la insólita orden al ejército estadounidense de «deponer las armas», el término militar para suspender una misión.4


Las probabilidades de que este hecho sucediera fortuitamente en el mismo marco de tiempo en que se estaba llevando a cabo la oración mundial son mínimas. Los escépticos han visto la sincronicidad que hubo en este ejemplo como una «casualidad». Sin embargo, dado que se han visto anteriormente resultados similares en acontecimientos ocurridos en Irak, en Estados Unidos y en Irlanda del Norte, el creciente aumento de pruebas sugiere que el efecto de la oración masiva es más que una coincidencia. Las pruebas, que confirman un principio descubierto en textos centenarios, sencillamente afirman que la elección de muchas personas, concentradas de una forma específica, tiene un efecto directo y constatable sobre nuestra calidad de vida.


Aunque tales cambios parezcan inexplicables por medios ordinarios, los principios cuánticos los tienen en consideración como productos de la fuerza interior de una elección colectiva o de un grupo. Quizá la perdida ciencia de la oración, oculta en las antiguas tradiciones hasta que nuestro pensamiento actual pudiera reconocerla, ofrezca una forma de acción para evitar la enfermedad, la destrucción, la guerra y la mortandad profetizada para nuestro futuro. Nuestras elecciones individuales se funden en nuestra respuesta colectiva para el presente, con implicaciones que pueden ir desde unos pocos días hasta muchas generaciones en el. futuro.

 

Ahora disponemos del lenguaje para introducir este poderoso mensaje de esperanza y posibilidad en todos los momentos de nuestra vida. Aunque todo el alcance de las más oscuras visiones de Isaías todavía ha de llegar, cada vez hay más científicos, filósofos e investigadores que creen que estamos presenciando el preludio de muchos de los acontecimientos que él predijo para nuestro tiempo.

 

¿Podrían las antiguas claves como el rollo de Isaías haber sobrevivido dos mil años con un mensaje tan poderoso que no pudiera ser reconocido hasta que se comprendiera mejor la naturaleza de nuestro mundo? Nuestra disposición para permitir dicha posibilidad podría convertirse en nuestro mapa de carreteras para evitar el sufrimiento pronosticado por toda una serie de visiones sobre nuestro futuro.

Y vi un nuevo cielo y una nueva tierra...

Escuché una voz que decía:

«No habrá más muerte,
- ni sufrimiento, ni llanto
porque todo esto ya ha pasado»
LIBRO ESENIO DE LAS REVELACIONES
(APOCALIPSIS DE SAN JUAN, 21,1.4)

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1 - VIVIR EN LOS DÍAS DE LA PROFECÍA

La historia apunta al presente


Por alguna razón aquel hombre llamó mi atención mientras yo atravesaba el pasillo que estaba después de los aseos y los teléfonos. Podía haber sido su obra artística expuesta en las paredes. Quizá sus joyas, que sobresalían modestamente de la artesanal caja de fieltro. Sin embargo, lo más probable es que fueran los tres niños que le rodeaban. Al no tener hijos propios, con los años he mejorado al calcular las edades de los que pertenecen a otras personas. El mayor tendría unos ocho años. Al ver a los más jóvenes, quizá habría dos años de diferencia entre uno y otro. «¡Qué niños más preciosos!», pensé para mí mientras dejaba atrás su exposición en el vestíbulo del restaurante.


Acababa de terminar una cena con unos amigos, que habíamos pospuesto en varias ocasiones y que por fin esta vez pudimos disfrutar en una pequeña ciudad al lado del mar, al norte de San Francisco. Preocupado por la preparación de un taller que tendría lugar durante los tres días siguientes, era consciente de que había estado algo distante en la cena. Desde mi ventajosa situación en un extremo de la mesa, las conversaciones parecían estarse produciendo a mi alrededor. Me había sentido como un observador, mientras el resto del grupo rápidamente había formado parejas para entablar las típicas conversaciones de ponerse al día en lo referente a situación profesional, romances y planes para el futuro.

 

Recuerdo haberme preguntado si la elección de mi asiento había sido intencionada, si era mi forma de evitar la participación directa sin dejar de disfrutar de la presencia de viejos amigos conversando. Más de una vez me di cuenta de que estaba mirando por las enormes ventanas de cristal que se encontraban a medio camino entre donde yo estaba sentado y el muelle bajo el cual subía la marca. Mi mente estaba enfocada en la presentación que tenía que hacer al día siguiente por la tarde.

 

¿Qué diría en la presentación? ¿Cómo invitaría a participantes de tan distintas procedencias y creencias a seguirme en el antiguo mensaje de esperanza respecto a este momento en la historia?

-¡Eh! ¿Cómo te va? -me dijo el hombre de los niños y de las joyas mientras yo caminaba hacia él. El inesperado saludo de un extraño me trasladó al presente. Sonreí y moví la cabeza.
-Estupendamente -respondí, sin tan siquiera pensar-. Parece que tienes unos buenos ayudantes -le dije señalando a sus tres hijos.

El hombre se rió, y cuando me detuve ante él, de pronto empezamos a hablar sobre sus joyas, del trabajo artístico de su esposa y de sus cuatro hijos.

-Fui la comadrona de todos mis hijos -me explicó-. Mis ojos fueron los primeros que vieron cuando llegaron a este mundo. Mis manos fueron las primeras que tocaron sus cuerpos. -Sus ojos brillaban mientras describía cómo había crecido su familia. En cuestión de minutos, este hombre al que no había visto en mi vida empezó a describirme el milagro del nacimiento que él y su esposa habían experimentado cuatro veces juntos. Enseguida me conmovió la confianza y sinceridad de su voz mientras compartía los detalles íntimos de cada parto.


»Es fácil traer un hijo a este mundo -me dijo.

Es fácil para ti decirlo -pensé yo-. ¿Qué diría tu mujer si le preguntara cuál fue su experiencia al tener los hijos?
Justo cuando estaba pensando esto, apareció una mujer desde el fondo del pasillo. Al momento supe que ellos estaban juntos. Eran una de esas parejas que parecen como si uno formara parte del otro. Ella se dirigió a nosotros y sonrió amablemente mientras pasaba el brazo alrededor de su esposo. Habría pasado de largo de su exposición en el pasillo de no haber sido porque me paré a hablar con su esposo. Aun sabiendo de antemano la respuesta a la pregunta que le iba a hacer, yo hablé primero.

-¿Eres la madre de estos hermosos niños?
El orgullo que reflejaban sus ojos respondió antes que las palabras que salieron de sus labios.
-Sí, lo soy -respondió ella-. Soy la madre de los cinco.

Con la gran sonrisa que surge del privilegio de compartir la vida con otra persona, se rió y apuntó con el dedo a su marido en el brazo. Lo capté inmediatamente. Se estaba refiriendo a él como al quinto hijo. Ella sostenía en brazos al cuarto, el más pequeño, un niño de quizá dos años de edad. Cuando empezó a moverse, su madre lo colocó de pie en el suelo de baldosas de la entrada del restaurante. El niño caminó hacia su padre, que lo cogió en brazos con un solo movimiento y lo meció en el ángulo de su brazo. El pequeño se sentó erguido mirando directamente a los ojos de su padre y permaneció así durante el resto de la conversación. Evidentemente era algo que habían hecho muchas otras veces.

-De modo que es fácil tener un hijo -le dije como recordatorio de donde habíamos dejado la conversación antes de la aparición de su esposa.
-Por lo general -respondió él-, cuando están listos no hay gran cosa que los detenga. ¡Sencillamente salen disparados!

Con su hijo pequeño todavía en brazos, el hombre se agachó un poco para imitar a un atleta atrapando una pelota o un bebé entre sus brazos.

 

Todos nos reímos y él y su esposa se miraron. De pronto un aire de silencio invadió a la pareja y a sus hijos. De vez en cuando alguien pasaba por en medio justo en el momento preciso, cuando estaban a punto de salir las palabras justas que avivarían nuestros recuerdos y despertarían las posibilidades que yacen latentes en el interior de todos nosotros. Creo que, en planos que trascienden el habla, todos funcionamos de este modo. En la inocencia de lo inesperado, se produce un momento mágico. Supe que ese era uno de esos momentos.


El hombre me miró directamente. La expresión de su cara y el sentimiento que brotaba de mi corazón me decían que cualquier cosa que fuera a pasar era la razón de que estuviéramos allí reunidos en ese momento.

-Por lo general, no hay problemas -prosiguió el hombre-. Aunque, de vez en cuando, pasa algo. Algo va mal.

Mirando al pequeño que tenía entre sus brazos, el hombre estrechó al niño todavía más, mientras alcanzaba y apartaba su pelo de la frente con sus dedos. Por un instante, los dos se miraron directamente a los ojos. Me sentí honrado por su capacidad de compartir su amor sin hacer que me sintiera un mero espectador. Me estaban dejando participar de su momento.

-Esto es lo que nos pasó con él -continuó-. Tuvimos algunos problemas con Josh. -Yo escuchaba atentamente mientras él proseguía-. Todo iba bien, justo como debía. Mi esposa había roto aguas y su parto avanzaba hasta que nos encontramos con nuestro cuarto parto en casa. Josh se encontraba en el conducto cervical cuando de pronto todo se detuvo.

Sencillamente el parto se interrumpió. Sabía que algo no iba bien. Por alguna razón, recordé un manual de operaciones policiales que había leído años antes. Había un capítulo sobre partos de urgencia y había una sección dedicada a las posibles complicaciones. Mi mente repasó esa sección. ¿No es curioso cómo parece acudir a la mente aquello que necesitamos en el momento adecuado? -Lanzó una carcajada nerviosa mientras su esposa se le acercaba. Ella pasó su brazo alrededor de su esposo y de su hijo menor; yo sabía que ellos compartían una experiencia que los había unido a los tres mediante un raro vínculo de proximidad y asombro.

»El manual decía que, en algunas ocasiones, el bebé durante el parto podía quedarse atascado contra la rabadilla de la madre. Unas veces es la cabeza, otras el hombro lo que queda calzado. Llegar hasta dentro y liberar al feto es un proceso relativamente sencillo. Esto es justo lo que pensaba que le estaba sucediendo a Josh.


»Introduje mis dedos en el cuello uterino de mi esposa, y entonces sucedió algo absolutamente sorprendente. Palpé su rabadilla, moví mi mano un poco hacia arriba y noté con toda certeza que era el omóplato de Josh el que se había encallado en el coccis. Justo cuando iba a moverle, sentí un movimiento. Al momento comprendí lo que estaba sucediendo. Era la mano de Josh. ¡Estaba estirándola en dirección al coccis para liberarse él mismo! Cuando su brazo rozó mi mano, tuve una experiencia que creo que muy pocos padres han tenido. -En ese punto de la conversación ya estábamos todos llorando.


-La historia todavía no ha terminado -dijo la esposa dulcemente-. Sigue, cuéntale el resto -le susurró a su esposo animándole.
-Ahora llego a esa parte. -Sonrió mientras se secaba las lágrimas con las manos-. Cuando su brazo rozaba mi mano, Josh dejó de moverse, sólo durante un par de segundos. Creo que estaba intentado comprender lo que había encontrado. Entonces volví a sentirle. Esta vez no estaba alargando la mano para liberarse de la rabadilla de su madre. ¡Esta vez me la estaba dando a mí! Sentí su manita moverse entre mis dedos. Al principio su tacto era inseguro, como si estuviera explorando. En cuestión de segundos me agarraba con fuerza. Sentí a mi hijo todavía nonato extenderme su mano y entrelazar sus dedos entre los míos confiadamente, ¡como si me conociera! En ese momento supe que a Josh no le pasaría nada. Los tres juntos trabajamos para traer a Josh a este mundo y aquí está hoy.
Todos miramos al pequeño que estaba en los brazos de su padre. Al notar que todas las miradas se posaban sobre él, Josh ocultó su cara en el hombro de su padre.
-Todavía es un poco tímido -dijo el hombre riendo.
-Ahora entiendo por qué está tan apegado a ti -dije yo-. Los dos compartís algo muy grande.

Nos miramos los unos a los otros a través de las lágrimas que habían brotado de nuestros ojos. Recuerdo el sentimiento de reverencia y asombro, y quizás un poco de sorpresa, ante la intensidad de lo que acabábamos de compartir. Todos nos reímos, aliviando el desconcierto del momento sin detractarnos del poder de lo que habíamos compartido. Tras unas pocas palabras más y muchos cálidos abrazos, nos dimos las buenas noches.


No volví a ver a la familia. Ahora, casi tres años después, sigo sin saber sus nombres. Lo que permanece es su historia, su apertura y voluntad de compartir un momento íntimo de sus vidas. Su sinceridad había tocado algo muy antiguo y profundo dentro de mí. Aunque hacía menos de veinte minutos que nos conocíamos, los tres habíamos creado un poderoso recuerdo que yo compartiría muchas veces durante los meses siguientes. Fue uno de esos momentos en los que no se necesitan explicaciones. Ni siquiera lo intentamos.


Una conocida frase en las enseñanzas de Hermes Trismegisto, considerado como el padre de la alquimia, sugiere que las experiencias de nuestras vidas cotidianas, como el nacimiento, son reflejos de acontecimientos que ocurren a una escala mucho mayor en el cosmos. Con elocuente simplicidad, el principio afirma: «Como arriba, así abajo». La teoría del caos, un estudio especializado de matemáticas, lleva la explicación un paso más lejos, al sugerir que nuestras experiencias también son holográficas. En un mundo holográfico, la experiencia de un elemento es reflejada por todos los demás elementos a través de todo el sistema.

 

En el grado en que nuestro cosmos funciona de esta manera, el principio también puede ser aplicado a una experiencia mucho más cercana a nosotros: la relación entre nuestros cuerpos y la Tierra. Mientras la familia que estaba de pie conmigo compartía los recuerdos del nacimiento de su hijo menor, descubrí que estaba pensando en el principio de Hermes. De pronto, la historia de Josh abriéndose paso hacia nuestro mundo se convirtió en una poderosa analogía de nuestro planeta dando a luz a un nuevo mundo. Las similitudes son incontestables.


Si pudiéramos imaginarnos, aunque sólo fuera por un momento, a nosotros mismos viniendo a la Tierra desde un mundo en que el milagro del nacimiento fuera desconocido, la historia de Josh supondría una nueva perspectiva para los acontecimientos de nuestro tiempo. Presenciar la vida que llega a este mundo es, sin duda alguna, una experiencia mágica. Sin embargo, saber cuál va a ser el resultado del parto de algún modo debe cambiar nuestros sentimientos en cuanto a la experiencia. ¿Cómo sería nuestra perspectiva si no conociéramos el resultado? ¿Qué pasaría si viéramos el proceso del nacimiento sin el privilegio de comprender que se ha invitado a una nueva vida a nuestro entorno?


Empezaríamos por ver a una mujer que padece tremendos dolores. Su rostro hace muecas sincronizadas con los gritos del parto. Sangre y fluidos que brotan de su cuerpo. En efecto, presenciar la llegada de una nueva vida sería como presenciar los mismos síntomas que acompañan la pérdida de la misma. ¿Cómo podríamos saber por los síntomas exteriores de dolor que se trata de un nacimiento? ¿Es posible que hagamos las mismas conjeturas al contemplar el nacimiento de una nueva tierra que haría alguien que estuviera presenciando un parto humano y desconociera lo que está viendo?

 

Este es justamente el escenario que las antiguas tradiciones sugieren que se está manifestando; somos testigos del nacimiento cíclico de un nuevo mundo. En las visiones proféticas del evangelio de san Mateo, el autor utiliza el nacimiento como una metáfora para describir los acontecimientos que la gente de nuestro tiempo espera ver:

«Habrá hambrunas y terremotos en diversas partes. Pero todo esto no es más que el comienzo de los dolores del parto»

(Mt. 24,7-8).'

Durante el último cuarto del siglo XX, los científicos documentaron unos hechos únicos que parece que no se puedan comparar con nada. Desde las regiones más profundas de la Tierra hasta los límites de nuestro universo conocido, hay instrumentos que graban acontecimientos que sobrepasan en fuerza y duración las anteriores mediciones, a veces por muchos órdenes de magnitud. En otoño de 1997, empezaron a correr por la World Wide Web, revistas y otros medios, informes sobre cambios catastróficos en la Tierra y en la sociedad.

 

Los artículos describían una variedad de acontecimientos que iban desde los mega terremotos, aumento en el nivel del mar y colisiones cercanas con asteroides, hasta poderosos nuevos virus y la ruptura de la frágil paz de Oriente Próximo, todos ellos con el potencial de causar estragos y destrucción. Muchos de los artículos describen fenómenos que concuerdan con las predicciones visionarias de hace miles de años para esta época de la historia. Tanto las profecías modernas como las antiguas sugieren que los acontecimientos de 1997 marcaron el comienzo de un extraño período en el que se esperan cambios espectaculares.
 


EL LENGUAJE DEL CAMBIO
Era la segunda semana del mes de julio de 1998. Mi esposa y yo acabábamos de regresar de un largo viaje en el que habíamos pasado tres semanas en el Tíbet y cinco en el sur de Perú. Juntos habíamos realizado viajes sagrados a algunos de los lugares más prístinos y aislados de nuestro planeta. El propósito de cada viaje era aportar pruebas claras e importantes de la existencia de una sabiduría antigua perdida para Occidente hace 1.700 años. Al viajar a lugares remotos donde las tradiciones se habían conservado durante cientos de generaciones, tuvimos la oportunidad de hablar con aquellos que hoy en día todavía viven las prácticas.

 

En lugar de especular sobre la validez de los descoloridos textos o traducir los idiomas olvidados de las paredes de los templos, hablamos directamente con los monjes, chamanes y monjas de esas regiones mediante guías, intérpretes y nuestras propias habilidades lingüísticas, hicimos preguntas específicas respecto a las prácticas que tuvimos el privilegio de contemplar.


Aunque veíamos las noticias en las grandes ciudades siempre que podíamos, Melissa y yo estuvimos prácticamente desconectados del «mundo exterior» durante la mayor parte de nuestro viaje. Entré en mi despacho justo cuando el fax empezaba a pitar anunciando la llegada de un- mensaje. Ya había una cascada de papel enrollado que caía al suelo. Me preguntaba qué mensaje podía ser tan urgente como para darnos la bienvenida en nuestro primer día de vuelta.
 

Tras dejar que las primeras páginas salieran del aparato, las recogí y empecé a ojear los papeles. Había páginas y páginas de información recopilada de una serie de instituciones científicas desde la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA) y del Departamento de Inspección Geológica de Estados Unidos hasta las principales universidades y servicios de noticias. Todas las páginas estaban repletas de tablas, gráficos y estadísticas que documentaban los acontecimientos inusuales que se habían producido en las últimos meses. Aparentemente, los investigadores me habían tenido al comente de los mismos, y dio la casualidad de que yo entraba en mi despacho justo cuando llegaba otra información.


Las primeras páginas describían detalladamente un acontecimiento cósmico de proporciones inauditas. El 14 de diciembre de 1997, los astrónomos detectaron una explosión en la frontera de nuestro universo conocido, la segunda en magnitud después del Big Bang primordial. Tal como se relató en las publicaciones científicas casi siete meses más tarde, los investigadores del Instituto de Tecnología de California certificaban que la explosión había durado uno o dos segundos, con una luminosidad idéntica al resto del universo.' Desde la primera explosión, se han descrito otras explosiones de magnitud similar.


También había informes del mes de junio de 1998, en que los científicos habían presenciado dos cometas que colisionaron con nuestro Sol, acontecimiento que nunca se había visto o documentado con anterioridad. Al cabo de unas horas de los impactos se produjo una «espectacular eyección de gas caliente y de energía magnética conocida como eyección de masa de la corona (EMC)».3 Este tipo de llamaradas son los desencadenantes de las grandes alteraciones en el campo magnético de la Tierra, y con frecuencia son las causantes de cortes en las comunicaciones y en el suministro eléctrico en zonas muy extensas. Todavía están frescos en la memoria de muchos científicos los efectos de alteraciones de este tipo que se produjeron en el mes de marzo de 1989, provocadas por llamaradas que superaron en un 50 por ciento los récords anteriores.4


Las hojas siguientes describían estudios realizados en el mes de abril de 1998, que documentaban lo que muchos ya sospechaban respecto al tiempo y a las temperaturas extremas que se han venido produciendo en los últimos años. Por primera vez, un equipo internacional confirmaba que las temperaturas del hemisferio norte habían subido más en la última década que durante ningún otro período en los últimos seis siglos. Además, los estudios habían revelado que un error en los datos proporcionados por los satélites habían dado lugar a lecturas erróneas sobre las tendencias climáticas en el pasado, enmascarando los signos del aumento de las temperaturas.'

 

Al temerse un aumento similar en el hemisferio sur, los científicos del Centro Nacional de Datos para la Nieve y el Hielo todavía estaban sorprendidos al comprobar con qué rapidez 200 kilómetros cuadrados de masa del hielo de la plataforma Larsen-B se habían desprendido de la Antártica y habían desaparecido de las fotografías del satélite. Todavía intacta el 15 de febrero, once días después había desaparecido, sumergiéndose bajo el agua. El informe reflejaba la preocupación de que toda la plataforma Larsen-B, que cubre más de 10.000 kilómetros cuadrados podría «deshacerse en tan sólo uno o dos años». Estudios adicionales siguieron explicando el significado de tales acontecimientos y calculaban que «el derretimiento del hielo antártico podría elevar el nivel del mar en seis metros».


A principios de 1997, empezó un patrón climático anómalo conocido como El Niño, que causó estragos en las cosechas, la industria y las vidas de cientos de miles de personas a escala mundial. Los informes decían que más de 16.000 personas habían muerto en todo el mundo, y que se calculaba que los daños ascendían a 50.000 millones de dólares [casi 10 billones de pesetas]. Los modelos climáticos convencionales fueron incapaces de predecir este patrón, resultado de la ruptura e inversión de las corrientes oceánicas, hasta que ya había comenzado.


Otras hojas indicaban el descubrimiento realizado en 1991, de misteriosas y nuevas señales que se originaban desde el centro de nuestra galaxia, y que confirmaban que el polo norte magnético de la Tierra se había desplazado cinco grados desde 1949-1950.1','2 Junto con los artículos había comentarios de investigadores destacados respecto a la aceleración y al aumento de la intensidad del fenómeno. Acontecimientos de años anteriores que muchos vieron como algo aislado y anómalo, como las llamaradas solares a finales de los ochenta, ahora se contemplaban como un peldaño en la escala de estas últimas demostraciones de extremos aún mayores. ¡Todo había ocurrido dentro de una ventana de tiempo de nueve años! Aunque no me sorprendía, sentía respeto por el número de acontecimientos y por su incidencia en un período de tiempo tan breve. Muchos investigadores sospechan que estos extraños cambios físicos puedan indicar el inicio de un catastrófico ciclo de cambio que tantas tradiciones y profecías han predicho.


A simple vista, sin un contexto dentro del cual podamos contemplar estos informes, en el mejor de los casos pueden parecernos aterradores. La variedad de acontecimientos que suceden en tan poco tiempo parece algo más que una mera coincidencia o accidente. Cualquiera de estos acontecimientos garantiza por sí solo la atención de los mejores científicos y de las mayores potencias mundiales. El hecho de que muchos de ellos tuvieron lugar en unas pocas semanas sugiere que pueda estar desarrollándose otro escenario sobre el que todavía no hay nada escrito en nuestros modelos de sociedad y naturaleza.


Muchos estudiosos, profetas contemporáneos y simples profanos creen que estos poderosos ejemplos de extremos naturales y sociales son precursores de los acontecimientos que harán realidad las antiguas profecías de guerra y de destrucción. Sin embargo, las mismas profecías consideradas en su totalidad nos ofrecen un mensaje de muy distinta índole. Las antiguas predicciones, lejos de resultar aterradoras, vistas con los ojos de la nueva ciencia nos dan una autorizada perspectiva de esperanza y nuevas posibilidades.
 


LA HISTORIA APUNTA AL PRESENTE
Estaba en un breve compás de espera cuando escuché la voz del técnico por el auricular del teléfono.

-Empezaremos el programa dentro de tres minutos, en una emisora de Idaho, a las 20.30 horas -dijo él.

Siempre me he sentido cómodo en la radio. Sin embargo, sentí una familiar sensación de emoción que me recorrió todo el cuerpo cuando oí la voz del hombre. Sabía que en las tres horas siguientes cualquier cosa que dijera sería escuchada por otras emisoras de todo el país que retransmitirían el programa. Durante meses, a veces años, se me mencionaría por algunas de las afirmaciones que hiciera esa noche. Al mismo tiempo, sabía que el mensaje de esperanza que iba a transmitir en la entrevista ofrecería una nueva perspectiva a los oyentes. Hice una respiración profunda para concentrarme y estar preparado. Era un programa en directo y por lo tanto no había habido ensayos. Lo primero que pensé fue: «¿Cuál será la primera pregunta?».


Como si me hubiera leído el pensamiento, el técnico volvió de pronto a la línea.

-Nos gustaría comenzar evocando tu optimismo. Ante tantas predicciones de caótica destrucción para el final del milenio, ¿por qué eres tan positivo respecto al futuro del mundo?
-Bueno -respondí-. Veo que vamos a empezar por las preguntas fáciles.

Nos reímos juntos, liberando de este modo las tensiones de los minutos anteriores. Momentos después la voz del anfitrión del programa inició la entrevista en directo. Rápidamente nuestra conversación hizo que las personas que llamaban preguntaran cuáles eran los retos que se podían esperar en la transición de final de milenio y entrada en el siglo XXI. Aunque las palabras variaban, había un tema común en todas las preguntas: la preocupación sobre cómo afectarían los cambios destructivos a la población humana.

 

Algunas voces temblaban al compartir visiones culturales y personales para el final de siglo. Un anciano amerindio de una tribu que no mencionó, describió unos cambios terrestres específicos que sus antepasados habían dicho que marcarían los últimos de los tres «grandes temblores» sobre la Tierra. Estos incluían:

  • terremotos

  • alteraciones en los patrones climatológicos

  • la caída de ciertos tipos de gobierno

Según la visión de su gente, los cambios profetizados ya habían comenzado.


Escuché detenidamente. A mi entender, todas las personas que llamaban tenían razón respecto a las predicciones y detallaban las profecías justo del modo en que yo también las había escuchado. Pero, al mismo tiempo, las historias eran incompletas. En las visiones de nuestros antepasados, la destrucción catastrófica era la única posibilidad para nuestro futuro. Muchas profecías también indican otra posibilidad. Sin embargo, las visiones de futuros de felicidad y esperanza parece ser que han quedado en el olvido o perdidas por completo a medida que las profecías se transmitían de generación en generación.


El programa se alargó hasta la madrugada del día siguiente. El moderador y yo fuimos recomponiendo un contexto en el cual los extremos de los fenómenos naturales y sociales empezaban a cobrar sentido. Describí una serie de revelaciones recién descubiertas en los textos precristianos. Al verse apoyadas estas tradiciones por las investigaciones recientes, la razón de mi optimismo pronto quedó clara. Mientras nuestros retos pueden parecer más formidables cada día que transcurre, mi fe en nuestra capacidad colectiva para estar por encima de los acontecimientos que nos amenazan no ha hecho más que fortalecerse.

 


UNA VENTANA HACIA LOS MUNDOS INTERIORES
Para muchos investigadores, los recientes extremos que se han producido en nuestro sistema solar, los patrones climáticos, los cambios geofísicos y los patrones sociales no tienen un marco de referencia en los modelos de comprensión occidentales. Su formación les exige ver los sucesos anormales observados por la ciencia como fenómenos discretos y no interrelacionados, como si fuesen misterios sin contexto.

 

Las tradiciones antiguas e indígenas como las de los amerindios, los tibetanos y las comunidades de Qumrán a orillas del mar Muerto, ofrecen, sin embargo, un contexto que nos permite encontrar un sentido al aparente caos de nuestro mundo. Estas enseñanzas nos proporcionan una visión unificada de la creación y nos recuerdan, nada más y nada menos, que nuestro cuerpo está compuesto por los mismos materiales que la Tierra.


Quizá los antiguos esenios, los misteriosos autores de los manuscritos del mar Muerto, nos ofrezcan algunas de las visiones más claras sobre nuestra relación con el mundo y con las ciencias del tiempo y de la profecía. Esos textos de 2.500 años de antigüedad, apoyados por las modernas investigaciones, sugieren que los hechos que se observan en el mundo que nos rodea reflejan el desarrollo de creencias en nuestro interior. Algunos documentos del siglo IV que se conservan en la biblioteca del Vaticano, por ejemplo, nos ofrecen detalles sobre esta relación y nos recuerdan que,

«el espíritu del Hijo del Hombre fue creado del espíritu del Padre Celestial, y su cuerpo del cuerpo de la Madre. El Hombre es el Hijo de la Madre Terrenal, y de ella el Hijo del Hombre recibió su cuerpo. Eres uno con la madre terrenal; ella está en ti y tú en ella... »

Los esenios nos recuerdan, de la única manera que conocían, una relación que ahora la ciencia moderna nos ha confirmado. El aire de nuestros pulmones es el mismo que se desliza sobre los grandes océanos y se precipita a través de los grandes pasos de montaña. El agua, que es la que compone el 98 por ciento de la sangre que corre por nuestras venas, es la misma que una vez fue parte de los grandes océanos y los ríos de las montañas. A través de los escritos de otros tiempos, los esenios nos invitan a que nos veamos uno con la Tierra, en vez de considerarnos como algo separado de ella. Desde esta visión del mundo tan antigua, se nos presentan dos preceptos clave que nos guían a través de los mayores retos de la era moderna.


En primer lugar, nos recuerda que los desequilibrios que se producen en nuestro planeta son reflejos de nuestro estado interior.


Estas tradiciones contemplan la precariedad de nuestro sistema inmunitario y la proliferación cancerosa en nuestro cuerpo, por ejemplo, como la expresión interna de una ruptura colectiva que impide que el mundo exterior nos dé vida.


En segundo lugar, esta línea de pensamiento nos invita a considerar los terremotos, las erupciones volcánicas y los patrones climáticos como proyecciones del gran cambio que está teniendo lugar en la conciencia humana. Está claro que con semejante visión del mundo, la vida es mucho más que una serie de experiencias diarias que suceden al azar. Los acontecimientos que tienen lugar en el mundo son barómetros vivientes de nuestro progreso en un viaje que empezó hace mucho. Cuando miramos nuestras relaciones dentro de los parámetros de las sociedades y de la naturaleza, en realidad estamos siendo testigos de cambios en nuestro interior.

 

Estas perspectivas holistas sugieren que los cambios que se producen en el mundo suponen una oportunidad excepcional para evaluar las consecuencias de nuestras elecciones, creencias y valores de un modo espectacular, como un mecanismo de interacción (feedback), si es que se le puede llamar así. Una vez que reconocemos el mecanismo, despertamos a nuevas posibilidades de opciones incluso mayores en nuestra vida.


Estas posibilidades de sanación se han mantenido en secreto en las tradiciones tribales y en las profecías precristianas durante cientos de generaciones. Ante los ojos de quienes han vivido antes que nosotros, nuestro calendario parece estar intacto; ahora ha llegado el momento del gran cambio. Si el mundo exterior refleja realmente nuestras creencias y valores, ¿es posible terminar con el dolor y el sufrimiento en la Tierra si elegimos la compasión y el amor en nuestra vida? Las circunstancias actuales, de placas de hielo que se funden, aumentando peligrosamente el nivel del mar, de aumento en todo el mundo de la actividad sísmica y de una tercera guerra mundial, sólo están en sus comienzos.

 

Llevados a su máxima expresión, cada una de estas posibilidades puede ser considerada como una seria amenaza para la supervivencia de la humanidad. Nuestro mensaje de esperanza es que todavía no se han materializado por completo. La clave para abordar estos acontecimientos se encuentra en el tiempo: cuanto antes reconozcamos nuestra relación con el mundo que nos rodea, nuestras elecciones internas de paz pueden proyectarse como patrones climáticos suaves, la sanación de nuestras sociedades y la paz entre las naciones.


Todavía tenemos la prueba de una poderosa tecnología, olvidada hace mucho tiempo, oculta en las profundidades de nuestra memoria colectiva. Cada día vemos la evidencia de nuestra tecnología, basada en los sentimientos, en la alegría de una nueva vida y un amor duradero, así como en las situaciones que nos alejan de la misma. Es esta ciencia interior la que nos capacita para trascender por medio de la gracia las profecías destructivas de tiempos futuros y los retos de la vida. En nuestra sabiduría colectiva se encuentra la oportunidad de iniciar una nueva era de paz, unidad y cooperación global sin precedentes en la historia de la humanidad.

 


LA PROFECÍA CUÁNTICA EN LOS DÍAS DE LA ESPERANZA
La ciencia de la física cuántica, desarrollada a principios del siglo XX, aporta principios que hacen que el tiempo, la oración y nuestro futuro estén íntimamente relacionados de modos que sólo estamos empezando a comprender. Entre las fascinantes propiedades de la teoría cuántica está la existencia de muchas posibles consecuencias para un momento dado en el tiempo. Si evocamos el pasaje bíblico de «en casa de mi Padre hay muchas mansiones», la «casa» de nuestro mundo es la sede de muchas de las posibles consecuencias de las situaciones que creamos en nuestras vidas. Más que crear nuestra realidad, sería más exacto decir que creamos las situaciones a las que atraemos los futuros resultados, ya establecidos, a ocupar su puesto en el presente.


Las elecciones que realizamos como individuos determinan qué mansión, o posibilidad cuántica, experimentamos en nuestras vidas personales. A medida que nuestras elecciones individuales van cayendo en amplias categorías que afirman o niegan la vida en nuestro mundo, las múltiples opciones se fusionan en una sola respuesta colectiva a los retos del momento.

 

Por ejemplo, si elegimos el perdón, la compasión y la paz, atraeremos futuros que reflejarán esas cualidades. La belleza de la analogía ya citada de Hermes Trismegisto «como arriba, así abajo», es que nos muestra el significado de cada elección que ha realizado cada hombre y cada mujer, de cualquier procedencia, en cada momento. En la ausencia de dinero o de privilegios, todas las opciones tienen la misma fuerza y valor. Seguir nuestro curso por las posibilidades de la vida es un proceso de grupo. En el mundo cuántico no hay acciones ocultas, y cuenta cada acción de cada individuo. Nos encontramos en un mundo que creamos juntos.


Ni las profecías antiguas ni las actuales pueden predecir nuestro futuro; ¡en cada momento perfeccionamos nuestras elecciones! Aunque nos parezca estar en un camino destinado a un resultado específico, nuestro camino puede cambiar radicalmente para producir otro resultado totalmente inesperado (en un período de tan sólo treinta minutos como en el ejemplo del bombardeo de Iraq). Las predicciones sólo ofrecen posibilidades. El físico Richard Feynman, considerado por muchas personas como uno de los más grandes innovadores del nuevo pensamiento desde Albert Einstein, hablaba precisamente de este punto clave de la profecía cuando dijo:

«No sabemos cómo predecir lo que sucederá en un momento dado. Lo único que se puede predecir es la probabilidad de que sucedan distintos acontecimientos».14

Quizá los pasajes con más autoridad de nuestros perdidos textos precristianos hagan referencia a una antigua ciencia conocida hoy en día como oración. Considerada por muchos como la raíz de toda tecnología, la oración, que es la unión del pensamiento, el sentimiento y la emoción, representa nuestra oportunidad de hablar el lenguaje del cambio en nuestro mundo y en nuestro cuerpo. Las palabras de otros tiempos nos recuerdan el potencial que la oración puede aportar a nuestras vidas. Las modernas investigaciones, con el lenguaje de nuestra propia ciencia, nos ofrecen las mismas visiones.

A finales de los ochenta, el efecto de la oración y la meditación masiva se pudo documentar mediante estudios que se realizaron en algunas de las principales ciudades del mundo, donde se pudo medir el descenso del índice de criminalidad ante la presencia de continuas vigilias de paz realizadas por personas preparadas para este fin. Los estudios descartaron la posibilidad de la «coincidencia» ocasionada por los ciclos naturales, los cambios en la política social o el cumplimiento de la ley.

 

Mientras un estado de calma y de paz se creaba en el seno de los grupos de estudio, los efectos de sus esfuerzos se dejaron sentir mucho más allá de las fronteras de las paredes y de los edificios donde tenían lugar. Mediante una red invisible que parecía impregnar el sistema de creencias, las organizaciones y los estratos sociales de los barrios del centro de las ciudades, la elección de la paz por la que optaron unas cuantas personas alcanzó a la vida de muchas. Había un efecto directo claramente observable y mensurable en la conducta humana que estaba en correlación con los grupos que se habían centrado en la oración y la meditación.


¿Se creó realmente el cambio gracias a aquellos que estaban centrados en la paz, o las vigilias de oración demuestran otra posibilidad, con implicaciones aun mayores, hasta la fecha probadas sólo en los laboratorios? Si las teorías cuánticas mencionadas anteriormente están en lo cierto, entonces por cada acto de delincuencia observado en una ciudad ya existía otra situación en ese mismo momento: otra en la que no existía el delito. Los investigadores llaman a estas posibilidades «superposiciones», pues parecen encubrir una realidad con el resultado de una nueva posibilidad. ¿Existen ciertos tipos de plegaria que atraigan estas superposiciones a ocupar el centro de nuestro presente? Para que esto fuera cierto en los experimentos mencionados, por ejemplo, las situaciones de paz y de delincuencia tenían que existir en el mismo momento, mientras una de ellas cedía el escenario a la otra. Pues, según nuestra forma de pensar, es imposible que dos cosas compartan el mismo lugar a un mismo tiempo; ¿o es posible?


El médico Jeffrey Satinover, en su reciente libro, Cracking the Bible Code, relata una investigación recentísima que plantea justamente esas posibilidades. En uno de estos estudios, dice Satinover, se registraron dos átomos, con propiedades muy distintas, en un acto que desafiaba las leyes de la naturaleza, tal como las entendemos hoy en día. Bajo las condiciones apropiadas, ¡los dos átomos estaban ocupando exactamente el mismo lugar en exactamente el mismo momento! 16 Antes de que estos estudios se hubieron verificado, semejante fenómeno se consideraba imposible. Ahora sabemos que no es así.


Las situaciones que se produzcan en nuestro mundo, en cualquier momento dado en el tiempo, están formadas por personas, máquinas, la Tierra y la naturaleza. En su plano más elemental, están formadas por átomos. Si dos de los componentes básicos de nuestro mundo pueden coexistir en el mismo instante, entonces se ha abierto la puerta para que muchos átomos hagan lo mismo, lo que implica que lo mismo sucede con los resultados. La diferencia puede ser simplemente de escala.


Con nuestro refinado lenguaje de ciencia cuántica, disponemos del vocabulario para describir justamente cómo participamos en la determinación de una situación de nuestro futuro. Nuestros antepasados, al reconocer que las experiencias de nuestras vidas existían como acontecimientos situados en el curso del tiempo, nos recuerdan que, para cambiar la naturaleza de las mismas, basta con escoger un nuevo rumbo. La diferencia entre esta línea de pensamiento y la idea de que creamos nuestra realidad manipulando la estructura de la creación es enorme, y, al mismo tiempo, extraordinariamente sutil.


En vez de crear o imponer el cambio en nuestro mundo, quizá la antigua clave a la que se referían los maestros del cambio pasivo en la historia fuera nuestra habilidad para cambiar de enfoque. Buda, Gandhi, Jesús de Nazaret y aquellos que participaron en la oración masiva del mes de noviembre de 1998, todos experimentaron el efecto de ese cambio. La física cuántica sugiere que al dar una nueva dirección a nuestro enfoque -allí donde ponemos nuestra atención-, atraemos un nuevo curso de acontecimientos, a la vez que liberamos otro que ya no nos sirve.


Puede que sea esto precisamente lo que ocurrió esa tarde de noviembre en la campaña contra Irak. Aunque en el pasado la fuerza militar nos sirviera para conseguir nuestras metas políticas, puede que hayamos llegado a un momento en que hemos superado tales tácticas. Por extraño que parezca, la antigua amenaza de destrucción mutua entre potencias con un poder similar ha creado una de las eras de relativa paz más largas que ha conocido nuestro mundo en los últimos años. De todos modos, algo cambió esa noche de noviembre.

 

Con una voz unificada, nuestra familia global eligió concentrar su atención en la superposición de la paz, en lugar de lograr la paz mediante una actuación militar. Aunque los aproximadamente treinta países que participaban en la oración esa noche representaban sólo una pequeña fracción de nuestro mundo, los efectos fueron muy poderosos. Esa noche, no se perdieron vidas en Iraq por los bombardeos. ¿Podría ser que traer paz a nuestras vidas fuera algo tan simple como concertar un esfuerzo unificado para concentramos en la paz como si esta ya existiera? Las antiguas tradiciones nos preguntan por qué complicamos las cosas.

 


VOLVER A ESCRIBIR NUESTRO FUTURO
La membrana entre las posibilidades futuras puede ser tan fina que no podamos reconocer cuándo hemos cruzado la barrera y nos hemos adentrado en un nuevo resultado. Por ejemplo, el «repentino deseo» de hacer ejercicio más a menudo, comer de modo diferente o volver a comprometerse con una relación que se tambalea supone una nueva elección que rompe la estructura de un patrón actual y que promete un nuevo resultado. Aunque podamos sentir que la elección ha sido espontánea o natural, el cambio nos permite ahora experimentar una posibilidad de salud o de una relación que en el pasado sólo era un sueño. La oración es el lenguaje que nos permite expresar nuestros sueños, hacerlos realidad en nuestras vidas. ¿Y si nuestras elecciones fueran intencionadas?


Ahora, quizá más que en ningún otro momento en la historia de la humanidad, la elección está en nuestras manos. Una vez que hemos leído las palabras, reconocido las posibilidades y expuesto nuevas ideas, no podemos regresar a la inocencia del momento anterior. Ante lo que hemos visto, hemos de dar sentido a nuestra experiencia. Podemos olvidar lo que se nos ha mostrado, alegando falta de pruebas o pocos datos, o podemos permitirnos abrazar oportunidad de una nueva vida. El momento en que reconciliamos cada nueva posibilidad es el momento en que empieza la magia; el momento de nuestra elección.


Mientras el mundo da a luz a una nueva Tierra, las mas terrestres, los patrones climáticos, las placas de hielo y los cambios magnéticos son testimonio de los cambios. A la luz de las últimas investigaciones, ¿cuál es el potencial de aplicar la sabiduría de te tos de 2.000 años de antigüedad a escala mundial, para responde a los retos del nuevo milenio con un resultado de sanación, paz y suave transición? La labor ya ha comenzado puesto que la historia señala al presente, a los últimos días de la profecía.

Me has dado a conocer tus más profundos misterios.
LIBRO DE LOS HIMNOS,
MANUSCRITOS DEL MAR MUERTO 30

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