Comienzos
Escuché con atención lo que decía la voz de la radio para asegurarme
de que lo había oído bien. No estaba familiarizado con el
salpicadero de la nueva furgoneta que había alquilado hacía sólo
unos días y los indicadores luminosos me resultaban extraños.
Torpemente manejé el control de volumen de la radio para ahogar el
rugido de un incesante viento de costado que era el preludio de una
tormenta de invierno visible desde la puesta del sol. Hasta donde
podía divisar desde la carretera nacional, sólo se insinuaba el
reflejo de luces distantes en las nubes bajas que tenía por encima.
Al estirarme para ajustar el espejo retrovisor, mis ojos siguieron
el asfalto que acabábamos de recorrer hasta desaparecer en la
oscuridad que nos rodeaba. No había ningún resplandor de luces
delanteras que anunciara la llegada de algún otro coche. Estábamos
solos, completamente solos, en esa autopista del norte de Colorado.
Al mismo tiempo me preguntaba cuántas personas, en sus hogares o
coches, estarían oyendo lo que yo estaba escuchando de boca del
locutor.
El moderador estaba entrevistando a un invitado, le pedía que
compartiera su visión del final del presente milenio y del
nacimiento del siglo XXI. Al invitado, un respetado escritor y
educador, se le solicitó que expresara qué futuro veía para la
humanidad en los próximos dos o tres años. La radio crepitó
brevemente mientras sus palabras describían un futuro inmediato
inestable. Con autoridad y seguridad, habló de su visión de un
inevitable colapso finisecular de las tecnologías globales,
especialmente de las basadas en la informática. Mientras
desarrollaba el escenario del peor de los casos, emergía un futuro
donde los elementos básicos de la vida escasearían, o quizá se
agotarían, durante meses o años. Citó limitaciones en el
abastecimiento de electricidad, agua, gas natural, comida, y la
pérdida de las comunicaciones como los primeros signos de la
disolución de los Gobiernos locales y nacionales.
El invitado siguió
especulando sobre una época en nuestro previsible futuro en que las
leyes nacionales quedarían suspendidas y se habría de imponer la ley
marcial para mantener el orden. Además de esas temibles condiciones,
citó la creciente amenaza de enfermedades incontrolables y la
posibilidad de una tercera guerra mundial con armas de destrucción
masiva, todo lo cual conduciría a la pérdida de casi dos tercios de
la población mundial, aproximadamente cuatro mil millones de
personas, en un plazo de tres años. 5
Por cierto que anteriormente ya había escuchado este tipo de
presagios. Desde las visiones de los profetas bíblicos hasta las
profecías de
Nostradamus y
Edgar Cayce, en los siglos XVI y XX
respectivamente, el aumento del nivel del mar, la formación de
grandes mares interiores y catastróficos terremotos han sido temas
constantes en las predicciones para el cierre del segundo milenio.
Esa noche hubo algo diferente. Quizá fuera porque me sentía solo en
la autopista. Quizá porque sabía que había muchas otras personas que
estaban escuchando el mismo mensaje, la autoritaria voz de un
invitado invisible que llegaba hasta sus hogares, oficinas y
automóviles. Me encontré inmerso en una gama de experiencias que
variaban desde intensos sentimientos de desesperanza y lágrimas de
profunda tristeza hasta brotes de ira y rabia igualmente poderosos.
«¡No!», empecé a gritar. «¡No, no tiene por qué ser como lo
describes! Nuestro futuro todavía no ha llegado. Todavía se está
formando y aún estamos eligiendo el resultado. »
Tras subir a la cumbre de una colina, empecé a descender hacia un
valle y se perdió la recepción. La última parte de la entrevista que
escuché era que el invitado aconsejaba a las personas que «huyeran
hacia las montañas» y que se prepararan para la larga espera. Para
aquellos que vivían sumidos en la pobreza, al margen de la sociedad
o inconscientes de los acontecimientos que estaban dando forma a
nuestro futuro, el invitado les dio un consejo compuesto por cuatro
palabras: «¡Que Dios los ayude!». Aunque las voces de la radio se
distorsionaban y desaparecían, el impacto de sus palabras
permanecía.
Traigo aquí esta historia porque la perspectiva que se transmitió a
través de las ondas de radio esa noche fue precisamente eso: una
perspectiva, no una seguridad sobre lo que nos espera en el futuro.
Además de describir escenas de tragedia y desesperación, los
antiguos profetas previeron futuros igualmente viables de paz,
cooperación y de gran salud para los habitantes de la Tierra. En
unos extraños manuscritos con más de dos mil años de antigüedad,
dejaron los secretos de una ciencia perdida que nos permite
trascender las profecías catastróficas, las predicciones y los
grandes retos de la vida. A simple vista, la ciencia que hay
codificada en esos peculiares documentos puede sonar a ficción, o al
menos al tema de una película futurista.
Contemplados con los ojos
de la física del siglo XX, sin embargo, los principios que contienen
estos antiguos textos aclaran y ofrecen nuevas posibilidades sobre
nuestra función en la dirección del rumbo de este momento en la
historia. Los desgastados fragmentos de estos textos describen una
ciencia perdida que tiene el poder de acabar con todas las guerras,
enfermedades y
sufrimientos; iniciar una era de paz y cooperación sin precedentes
entre Gobiernos y naciones; hacer que los fenómenos climáticos
destructivos sean inofensivos; aportar una curación definitiva para
nuestros cuerpos, y redefinir las antiguas profecías de devastación
y catastróficas pérdidas humanas.
Los últimos desarrollos en la física cuántica apoyan precisamente
tales principios y aportan nueva credibilidad al papel de la oración
masiva y a las
antiguas profecías. Vi por primera vez los indicios
de esta sabiduría de poder en las traducciones de los textos arameos
escritos unos quinientos años antes de la era cristiana. Los mismos
textos afirmaban que durante el siglo I de nuestra era escritos de
tradiciones secretas fueron transportados desde la tierra natal de
sus autores en Oriente Próximo hasta las montañas de Asia para
protegerlos.
En la primavera de 1998, tuve la oportunidad de
organizar un grupo de veintidós personas para hacer una
peregrinación a las altas montañas del Tíbet central, a fin de
presenciar y confirmar las tradiciones a las que hacían referencia
estos textos con dos mil años de antigüedad. Junto a la
investigación a gran escala que se está realizando en ciudades
occidentales, nuestro viaje aporta nueva credibilidad a estos
antiguos recordatorios sobre nuestro poder para acabar con el
sufrimiento de innumerables personas, evitar una tercera guerra
mundial y alimentar a todos los niños, mujeres y hombres que están
hoy con vida, así como a las generaciones futuras. Sólo tras
ascender a los monasterios, localizar las bibliotecas y presenciar
las antiguas prácticas que han llegado hasta nuestros días, puedo
compartir con seguridad la agudeza de tales tradiciones.
Mientras la ciencia moderna sigue verificando la relación entre los
mundos interior y exterior, es cada vez más probable que un puente
olvidado vincule el mundo de nuestras oraciones con el de nuestra
experiencia. Quizás este vínculo represente lo mejor que toda esa
ciencia, religión y mística puede ofrecer, llevado hasta niveles
nuevos que nunca antes nos hubieran parecido posibles. La belleza de
esa tecnología interior estriba en que se basa en las cualidades
humanas que ya poseemos.
Se nos invita a que sencillamente
recordemos, en la comodidad de nuestros propios hogares y sin que
exista expresión externa científica o filosófica. Al hacerlo
transmitimos, a nuestras familias, comunidades y seres queridos, el
poder de un mensaje de vida y esperanza que procede de tiempos
inmemoriales. Los profetas que nos vieron en sus sueños, nos
recuerdan que, al honrar a toda forma de vida, estamos consiguiendo
nada más y nada menos que la supervivencia de nuestra especie y
garantizar el futuro del único hogar que conocemos.
GREGG BRADEN
Norte de Nuevo México Enero de 1999
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Introducción
-
¿Es posible que exista una ciencia perdida que nos ayude a
trascender temas como la guerra, la destrucción y el sufrimiento
predichos hace tanto tiempo para nuestra época actual?
-
¿Cabe la
posibilidad de que en alguna parte de las neblinas de nuestra
antigua memoria colectiva hubiera tenido lugar algún acontecimiento
que provocara un vacío en nuestra comprensión sobre cómo
relacionarnos con nuestro mundo y entre nosotros?
-
De ser así, ¿sería
posible que, de salvar ese obstáculo, se pudieran evitar las grandes
tragedias a las que se ha de enfrentar la humanidad?
Textos de dos
mil quinientos años de antigüedad, así como la ciencia moderna,
sugieren que la respuesta a estas preguntas y a otras similares es
un rotundo « ¡sí! ». Además, en el lenguaje de sus tiempos, los que
vivieron antes que nosotros nos recuerdan dos poderosas técnicas que
están en relación directa con nuestra vida actual. La primera es la
ciencia dé la profecía, que nos permite ser testigos de las
consecuencias futuras de nuestras elecciones del presente. La
segunda es la sofisticada técnica de la oración, que nos permite
elegir qué profecía futura vamos a vivir.
Los secretos de nuestras ciencias perdidas parecen haber sido
abiertamente compartidos por sociedades y tradiciones antiguas. Los
últimos vestigios de esta poderosa sabiduría en la tradición
occidental se perdieron al desaparecer textos muy valiosos en el
siglo IV. Fue en el año 325, cuando los elementos clave de nuestra
antigua herencia fueron apartados de la población general y quedaron
relegados a las tradiciones esotéricas de escuelas de misterio, a
sacerdotes de elite y a las órdenes sagradas.
A los ojos de la ciencia moderna, las
recientes traducciones de textos como los manuscritos del mar Muerto
y las bibliotecas gnósticas de Egipto han abierto las puertas a
aquellas posibilidades que se dejaban entrever en los cuentos
populares y de hadas antiguos y han supuesto un nuevo despertar para
las mismas. Ahora, después de dos mil años de haber sido escritos,
podemos ratificar el poder de una fuerza que mora en nuestro
interior, un poder muy real que tiene la capacidad de acabar con el
sufrimiento y traer paz duradera al mundo.
Los autores antiguos nos legaron su poderoso mensaje de esperanza
descrito con las palabras de su tiempo. Las visiones del profeta
Isaías, por ejemplo, fueron registradas más de quinientos años antes
del nacimiento de Cristo. El rollo de Isaías, el único manus-crito
descubierto intacto entre los manuscritos del mar Muerto en 1946,
desplegado y montado sobre un cilindro vertical, está expuesto en el
Santuario del Museo del Libro de
Jerusalén. La exposición, considerada como insustituible, está
protegida por un sistema diseñado para que la estancia se convierta
en una cámara acorazada sellada con puertas de acero a fin de
conservar el rollo para las generaciones futuras, en el supuesto de
que se produjera un ataque nuclear.
La antigüedad del rollo de
Isaías, su integridad y el propio texto ofrecen una oportunidad
única para considerarlo como representativo de las muchas profecías
proferidas para nuestro tiempo. Aparte de los detalles de los
acontecimientos concretos, la visión generalizada de las antiguas
predicciones revela el trasfondo de un tema común. En todas las
visiones de nuestro futuro, las profecías siguen un patrón claro:
descripciones de catástrofes, inmediatamente seguidas de una visión
de vida, dicha y esperanza.
En el manuscrito conocido más antiguo de este tipo, Isaías comienza
su visión de posibles futuros, con la descripción de una época de
destrucción global de una magnitud nunca vista. Describe su ominoso
momento como una época en que «enteramente arruinada quedará la
Tierra, totalmente devastada» (Is. 24,3).' Su visión de una época
que aún había de llegar se parece mucho a las descripciones de
muchas otras profecías de distintas tradiciones, incluidas las de
los nativos americanos hopi y
navajo, así como las de los mayas de
México y Guatemala.
Sin embargo, en los versos que vienen a continuación de la
descripción de devastación de Isaías, su visión cambia
espectacularmente a un escenario de paz y salud:
«Porque las aguas
rebosarán en el desierto, arroyos en la estepa... Y la ardiente
arena se convertirá en estanque, y el sequedal en manantiales de
agua»
(Is. 35, 6-7).
Además, Isaías dice que «en aquel tiempo los
sordos oirán las palabras del libro, y los ojos de los ciegos verán
desde la oscuridad y sin tinieblas» (ib., 29,18).
Durante casi veinticinco siglos, los eruditos han interpretado
principalmente estas visiones como una descripción de
acontecimientos que se esperaba que ocurrieran justamente en el
orden en que son descritos en el rollo de Isaías: en primer lugar la
tribulación de la destrucción, seguida de una etapa de paz y salud.
¿Es posible que estas visiones de otros tiempos tuvieran otro
significado? ¿Podrían las introspecciones de los profetas reflejar
las habilidades de expertos maestros que se introducían entre los
mundos de posibles futuros y registraban sus experiencias para las
generaciones futuras? De ser así, los detalles de sus viajes podrían
ofrecernos importantes claves para descifrar un tiempo que está por
llegar.
Los antiguos profetas, al igual que las creencias de los físicos del
siglo 'XX, vieron el tiempo y el curso de nuestra historia como una
senda que puede recorrerse en dos direcciones: hacia atrás así como
hacia delante. Reconocieron que sus visiones tan sólo reflejaban
posibilidades para un momento dado en el tiempo, más que
acontecimientos que sucederían con toda certeza, y cada posibilidad
se basaba en las condiciones existentes en el momento de la
profecía. Cuando estas cambiaran, el cambio se vería reflejado en el
resultado de cada profecía. Una visión de guerra de un profeta, por
ejemplo, se podía ver como un futuro seguro sólo si no se ponía fin
a las circunstancias sociales, políticas y militares en el momento
de la profecía.
Esta misma línea de razonamiento nos recuerda que, cambiando nuestra
forma de actuar en el presente -aunque, a veces, ello suponga sólo
un pequeño cambio-, podemos cambiar todo el curso de nuestro futuro.
Este principio se aplica tanto a circunstancias individuales, como
la salud y las relaciones, como al bienestar general del mundo. En
el caso de una guerra, la ciencia de la profecía puede permitir a un
visionario proyectar su visión a un tiempo futuro y alertar a las
personas de su tiempo de las consecuencias de sus acciones. De
hecho, muchas profecías van acompañadas de reiteradas súplicas de
cambio en un intento de evitar que suceda lo que los profetas han
visto.
Las visiones proféticas de posibilidades lejanas a menudo nos
recuerdan la analogía de los caminos paralelos, sendas posibles que
se introducen tanto en el futuro como en el pasado. De tanto en
tanto los cursos de los caminos parecen desviarse, haciendo que uno
se acerque a su vecino. Es en estos puntos donde los antiguos
profetas creían que los velos entre los mundos eran muy finos.
Cuanto más finos estos, más fácil era elegir nuevas vías para el
futuro, saltando de un camino a otro.
Los científicos modernos se toman muy en serio estas posibilidades,
y han creado nombres para estos acontecimientos, así como para los
lugares donde los mundos se conectan. Mediante expresiones como
«ondas del tiempo», «resultados cuánticos» y «puntos de elección»,
profecías como las de Isaías adquieren poderosos y nuevos
significados. En lugar de ser pronósticos de acontecimientos que se
prevén para un día en el futuro, son destellos de las posibles
consecuencias de las decisiones que tomamos en el presente. Tales
descripciones suelen recordarnos un gran simulador cósmico, que nos
permite ser testigos de los efectos de nuestras acciones a largo
plazo.
Sorprendentemente, a semejanza de los principios cuánticos que
sugieren que el tiempo es una colección de resultados maleables y
diversos, Isaías la un paso más,
recordándonos que las posibilidades de nuestro futuro vienen
determinadas por elecciones colectivas realizadas en el presente. Al
compartir muchos individuos una opción común, amplían el efecto y
aceleran el resultado. Algunos de los ejemplos más claros de este
principio cuántico pueden observarse en las oraciones masivas para
que se produzcan milagros; de pronto se salta de una situación
futura a experimentar otra. A principios de los ochenta, los efectos
de la oración con una finalidad fueron documentados mediante
experimentos controlados en zonas urbanas con un alto índice de
criminalidad.2'3 A través de estos estudios, el efecto localizado de
la oración ha sido muy bien documentado en publicaciones para todos
los públicos. ¿Pueden aplicarse los mismos principios a zonas más
amplias, quizás a escala global?
El viernes 13 de noviembre de 1998, se puso en práctica una oración
masiva en todo el mundo, como una opción para la paz en una época en
que había una escalada de tensión política en muchas partes del
mundo. Concretamente, ese día era la fecha límite impuesta a Irak
para cumplir con las exigencias de las Naciones Unidas respecto a
las inspecciones de armamento. Tras meses de negociaciones sin éxito
para acceder a los lugares clave, las naciones de Occidente habían
dejado claro que el incumplimiento por parte de Irak daría como
resultado una campaña de bombardeo masivo y extensivo diseñado para
destruir las zonas donde se sospechaba que guardaban armamento.
Semejante campaña habría producido, sin duda alguna, una gran
pérdida de vidas humanas, tanto de civiles como de militares.
Una comunidad global de varios cientos de miles de personas
conectadas mediante la World Wide Web, optó por la paz en una
oración masiva cuidadosamente sincronizada en momentos precisos de
esa tarde. Durante el tiempo de oración, tuvo lugar un
acontecimiento que muchos consideran un milagro. A treinta minutos
del ataque aéreo, el presidente de Estados Unidos, tras recibir una
carta de los oficiales iraquíes diciendo que iban a cooperar con las
solicitadas inspecciones de armamento, dio la insólita orden al
ejército estadounidense de «deponer las armas», el término militar
para suspender una misión.4
Las probabilidades de que este hecho sucediera fortuitamente en el
mismo marco de tiempo en que se estaba llevando a cabo la oración
mundial son mínimas. Los escépticos han visto la sincronicidad que
hubo en este ejemplo como una «casualidad». Sin embargo, dado que se
han visto anteriormente resultados similares en acontecimientos
ocurridos en Irak, en Estados Unidos y en Irlanda del Norte, el
creciente aumento de
pruebas sugiere que el efecto de la oración masiva es más que una
coincidencia. Las pruebas, que confirman un principio descubierto en
textos centenarios, sencillamente afirman que la elección de muchas
personas, concentradas de una forma específica, tiene un efecto
directo y constatable sobre nuestra calidad de vida.
Aunque tales cambios parezcan inexplicables por medios ordinarios,
los principios cuánticos los tienen en consideración como productos
de la fuerza interior de una elección colectiva o de un grupo. Quizá
la perdida ciencia de la oración, oculta en las antiguas tradiciones
hasta que nuestro pensamiento actual pudiera reconocerla, ofrezca
una forma de acción para evitar la enfermedad, la destrucción, la
guerra y la mortandad profetizada para nuestro futuro. Nuestras
elecciones individuales se funden en nuestra respuesta colectiva
para el presente, con implicaciones que pueden ir desde unos pocos
días hasta muchas generaciones en el. futuro.
Ahora disponemos del
lenguaje para introducir este poderoso mensaje de esperanza y
posibilidad en todos los momentos de nuestra vida. Aunque todo el
alcance de las más oscuras visiones de Isaías todavía ha de llegar,
cada vez hay más científicos, filósofos e investigadores que creen
que estamos presenciando el preludio de muchos de los
acontecimientos que él predijo para nuestro tiempo.
¿Podrían las
antiguas claves como el rollo de Isaías haber sobrevivido dos mil
años con un mensaje tan poderoso que no pudiera ser reconocido hasta
que se comprendiera mejor la naturaleza de nuestro mundo? Nuestra
disposición para permitir dicha posibilidad podría convertirse en
nuestro mapa de carreteras para evitar el sufrimiento pronosticado
por toda una serie de visiones sobre nuestro futuro.
Y vi un nuevo cielo y una nueva tierra...
Escuché una voz que decía:
«No habrá más muerte, - ni sufrimiento, ni llanto porque todo esto ya ha pasado»
LIBRO ESENIO DE LAS REVELACIONES (APOCALIPSIS DE SAN JUAN, 21,1.4)
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1 -
VIVIR EN LOS DÍAS DE LA PROFECÍA
La historia apunta al
presente
Por alguna razón aquel hombre llamó mi atención mientras yo
atravesaba el pasillo que estaba después de los aseos y los
teléfonos. Podía haber sido su obra artística expuesta en las
paredes. Quizá sus joyas, que sobresalían modestamente de la
artesanal caja de fieltro. Sin embargo, lo más probable es que
fueran los tres niños que le rodeaban. Al no tener hijos propios,
con los años he mejorado al calcular las edades de los que
pertenecen a otras personas. El mayor tendría unos ocho años. Al ver
a los más jóvenes, quizá habría dos años de diferencia entre uno y
otro. «¡Qué niños más preciosos!», pensé para mí mientras dejaba
atrás su exposición en el vestíbulo del restaurante.
Acababa de terminar una cena con unos amigos, que habíamos pospuesto
en varias ocasiones y que por fin esta vez pudimos disfrutar en una
pequeña ciudad al lado del mar, al norte de San Francisco.
Preocupado por la preparación de un taller que tendría lugar durante
los tres días siguientes, era consciente de que había estado algo
distante en la cena. Desde mi ventajosa situación en un extremo de
la mesa, las conversaciones parecían estarse produciendo a mi
alrededor. Me había sentido como un observador, mientras el resto
del grupo rápidamente había formado parejas para entablar las
típicas conversaciones de ponerse al día en lo referente a situación
profesional, romances y planes para el futuro.
Recuerdo haberme
preguntado si la elección de mi asiento había sido intencionada, si
era mi forma de evitar la participación directa sin dejar de
disfrutar de la presencia de viejos amigos conversando. Más de una
vez me di cuenta de que estaba mirando por las enormes ventanas de
cristal que se encontraban a medio camino entre donde yo estaba
sentado y el muelle bajo el cual subía la marca. Mi mente estaba
enfocada en la presentación que tenía que hacer al día siguiente por
la tarde.
¿Qué diría en la presentación? ¿Cómo invitaría a
participantes de tan distintas procedencias y creencias a seguirme
en el antiguo mensaje de esperanza respecto a este momento en la
historia?
-¡Eh! ¿Cómo te va? -me dijo el hombre de los niños y de las joyas
mientras yo caminaba hacia él. El inesperado saludo de un extraño me
trasladó al presente. Sonreí y moví la cabeza. -Estupendamente -respondí, sin tan siquiera pensar-. Parece que
tienes unos buenos ayudantes -le dije señalando a sus tres hijos.
El hombre se rió, y cuando me detuve ante él, de pronto empezamos a
hablar sobre sus joyas, del trabajo artístico de su esposa y de sus
cuatro hijos.
-Fui la comadrona de todos mis hijos -me explicó-. Mis ojos fueron
los primeros que vieron cuando llegaron a este mundo. Mis manos
fueron las primeras que tocaron sus cuerpos. -Sus ojos brillaban
mientras describía cómo había crecido su familia. En cuestión de
minutos, este hombre al que no había visto en mi vida empezó a
describirme el milagro del nacimiento que él y su esposa habían
experimentado cuatro veces juntos. Enseguida me conmovió la
confianza y sinceridad de su voz mientras compartía los detalles
íntimos de cada parto.
»Es fácil traer un hijo a este mundo -me dijo.
Es fácil para ti decirlo -pensé yo-. ¿Qué diría tu mujer si le
preguntara cuál fue su experiencia al tener los hijos?
Justo cuando estaba pensando esto, apareció una mujer desde el fondo
del pasillo. Al momento supe que ellos estaban juntos. Eran una de
esas parejas que parecen como si uno formara parte del otro. Ella se
dirigió a nosotros y sonrió amablemente mientras
pasaba el brazo alrededor de su esposo. Habría pasado de largo de su
exposición en el pasillo de no haber sido porque me paré a hablar
con su esposo. Aun sabiendo de antemano la respuesta a la pregunta
que le iba a hacer, yo hablé primero.
-¿Eres la madre de estos hermosos niños? El orgullo que reflejaban sus ojos respondió antes que las palabras
que salieron de sus labios. -Sí, lo soy -respondió ella-. Soy la madre de los cinco.
Con la gran sonrisa que surge del
privilegio de compartir la vida con otra persona, se rió y apuntó
con el dedo a su marido en el brazo. Lo capté inmediatamente. Se
estaba refiriendo a él como al quinto hijo. Ella sostenía en brazos
al cuarto, el más pequeño, un niño de quizá dos años de edad. Cuando
empezó a moverse, su madre lo colocó de pie en el suelo de baldosas
de la entrada del restaurante. El niño caminó hacia su padre, que lo
cogió en brazos con un solo movimiento y lo meció en el ángulo de su
brazo. El pequeño se sentó erguido mirando directamente a los ojos
de su padre y permaneció así
durante el resto de la conversación. Evidentemente era algo que
habían hecho muchas otras veces.
-De modo que es fácil tener un hijo -le dije como recordatorio de
donde habíamos dejado la conversación antes de la aparición de su
esposa. -Por lo general -respondió él-, cuando están listos no hay gran cosa
que los detenga. ¡Sencillamente salen disparados!
Con su hijo pequeño todavía en brazos, el hombre se agachó un poco
para imitar a un atleta atrapando una pelota o un bebé entre sus
brazos.
Todos nos reímos y él y su esposa se miraron. De pronto un aire de
silencio invadió a la pareja y a sus hijos. De vez en cuando alguien
pasaba por en medio justo en el momento preciso, cuando estaban a
punto de salir las palabras justas que avivarían nuestros recuerdos
y despertarían las posibilidades que yacen latentes en el interior
de todos nosotros. Creo que, en planos que trascienden el habla,
todos funcionamos de este modo. En la inocencia de lo inesperado, se
produce un momento mágico. Supe que ese era uno de esos momentos.
El hombre me miró directamente. La expresión de su cara y el
sentimiento que brotaba de mi corazón me decían que cualquier cosa
que fuera a pasar era la razón de que estuviéramos allí reunidos en
ese momento.
-Por lo general, no hay problemas -prosiguió el hombre-. Aunque, de
vez en cuando, pasa algo. Algo va mal.
Mirando al pequeño que tenía entre sus brazos, el hombre estrechó al
niño todavía más, mientras alcanzaba y apartaba su pelo de la frente
con sus dedos. Por un instante, los dos se miraron directamente a
los ojos. Me sentí honrado por su capacidad de compartir su amor sin
hacer que me sintiera un mero espectador. Me estaban dejando
participar de su momento.
-Esto es lo que nos pasó con él -continuó-. Tuvimos algunos
problemas con Josh. -Yo escuchaba atentamente mientras él
proseguía-. Todo iba bien, justo como debía. Mi esposa había roto
aguas y su parto avanzaba hasta que nos encontramos con nuestro
cuarto parto en casa. Josh se encontraba en el conducto cervical
cuando de pronto todo se detuvo.
Sencillamente el parto se
interrumpió. Sabía que algo no iba bien. Por alguna razón, recordé
un manual de operaciones policiales que había leído años antes.
Había un capítulo sobre partos de urgencia y había una sección
dedicada a las posibles
complicaciones. Mi mente repasó esa sección. ¿No es curioso cómo
parece acudir a la mente aquello que necesitamos en el momento
adecuado? -Lanzó una carcajada nerviosa mientras su esposa se le
acercaba. Ella pasó su brazo alrededor de su esposo y de su hijo
menor; yo sabía que ellos compartían una experiencia que los había
unido a los tres mediante un raro vínculo de proximidad y asombro.
»El manual decía que, en algunas ocasiones, el bebé durante el parto
podía quedarse atascado contra la rabadilla de la madre. Unas veces
es la cabeza, otras el hombro lo que queda calzado. Llegar hasta
dentro y liberar al feto es un proceso relativamente sencillo. Esto
es justo lo que pensaba que le estaba sucediendo a Josh.
»Introduje mis dedos en el cuello uterino de mi esposa, y entonces
sucedió algo absolutamente sorprendente. Palpé su rabadilla, moví mi
mano un poco hacia arriba y noté con toda certeza que era el
omóplato de Josh el que se había encallado en el coccis. Justo
cuando iba a moverle, sentí un movimiento. Al momento comprendí lo
que estaba sucediendo. Era la mano de Josh. ¡Estaba estirándola en
dirección al coccis para liberarse él mismo! Cuando su brazo rozó mi
mano, tuve una experiencia que creo que muy pocos padres han tenido.
-En ese punto de la conversación ya estábamos todos llorando.
-La historia todavía no ha terminado -dijo la esposa dulcemente-.
Sigue, cuéntale el resto -le susurró a su esposo animándole. -Ahora llego a esa parte. -Sonrió mientras se secaba las lágrimas
con las manos-. Cuando su brazo rozaba mi mano, Josh dejó de
moverse, sólo durante un par de segundos. Creo que estaba intentado
comprender lo que había encontrado. Entonces volví a sentirle. Esta
vez no estaba alargando la mano para liberarse de la rabadilla de su
madre. ¡Esta vez me la estaba dando a mí! Sentí su manita moverse
entre mis dedos. Al principio su tacto era inseguro, como si
estuviera explorando. En cuestión de segundos me agarraba con
fuerza. Sentí a mi hijo todavía nonato extenderme su mano y
entrelazar sus dedos entre los míos confiadamente, ¡como si me
conociera! En ese momento supe que a Josh no le pasaría nada. Los
tres juntos trabajamos para traer a Josh a este mundo y aquí está
hoy. Todos miramos al pequeño que estaba en los brazos de su padre. Al
notar que todas las miradas se posaban sobre él, Josh ocultó su cara
en el hombro de su padre. -Todavía es un poco tímido -dijo el hombre riendo. -Ahora entiendo por qué está tan apegado a ti -dije yo-. Los dos
compartís algo muy grande.
Nos miramos los unos a los otros a través de las lágrimas que habían
brotado de nuestros ojos. Recuerdo el sentimiento de reverencia y
asombro, y quizás un poco de sorpresa, ante la intensidad de lo que
acabábamos de compartir. Todos nos reímos, aliviando el desconcierto
del momento sin detractarnos del poder de lo que habíamos
compartido. Tras unas pocas palabras más y muchos cálidos abrazos,
nos dimos las buenas noches.
No volví a ver a la familia. Ahora, casi tres años después, sigo sin
saber sus nombres. Lo que permanece es su historia, su apertura y
voluntad de compartir un momento íntimo de sus vidas. Su sinceridad
había tocado algo muy antiguo y profundo dentro de mí. Aunque hacía
menos de veinte minutos que nos conocíamos, los tres habíamos creado
un poderoso recuerdo que yo compartiría muchas veces durante los
meses siguientes. Fue uno de esos momentos en los que no se
necesitan explicaciones. Ni siquiera lo intentamos.
Una conocida frase en las enseñanzas de Hermes Trismegisto,
considerado como el padre de la alquimia, sugiere que las
experiencias de nuestras vidas cotidianas, como el nacimiento, son
reflejos de acontecimientos que ocurren a una escala mucho mayor en
el cosmos. Con elocuente simplicidad, el principio afirma: «Como
arriba, así abajo». La teoría del caos, un estudio especializado de
matemáticas, lleva la explicación un paso más lejos, al sugerir que
nuestras experiencias también son holográficas. En un mundo
holográfico, la experiencia de un elemento es reflejada por todos
los demás elementos a través de todo el sistema.
En el grado en que
nuestro cosmos funciona de esta manera, el principio también puede
ser aplicado a una experiencia mucho más cercana a nosotros: la
relación entre nuestros cuerpos y la Tierra. Mientras la familia que
estaba de pie conmigo compartía los recuerdos del nacimiento de su
hijo menor, descubrí que estaba pensando en el principio de Hermes.
De pronto, la historia de Josh abriéndose paso hacia nuestro mundo
se convirtió en una poderosa analogía de nuestro planeta dando a luz
a un nuevo mundo. Las similitudes son incontestables.
Si pudiéramos imaginarnos, aunque sólo fuera por un momento, a
nosotros mismos viniendo a la Tierra desde un mundo en que el
milagro del nacimiento fuera desconocido, la historia de Josh
supondría una nueva perspectiva para los acontecimientos de nuestro
tiempo. Presenciar la vida que llega a este mundo es, sin duda
alguna, una experiencia
mágica. Sin embargo, saber cuál va a ser el resultado del parto de
algún modo debe cambiar nuestros sentimientos en cuanto a la
experiencia. ¿Cómo sería nuestra perspectiva si no conociéramos el
resultado? ¿Qué pasaría si viéramos el proceso del nacimiento sin el
privilegio de comprender que se ha invitado a una nueva vida a
nuestro entorno?
Empezaríamos por ver a una mujer que padece tremendos dolores. Su
rostro hace muecas sincronizadas con los gritos del parto. Sangre y
fluidos que brotan de su cuerpo. En efecto, presenciar la llegada de
una nueva vida sería como presenciar los mismos síntomas que
acompañan la pérdida de la misma. ¿Cómo podríamos saber por los
síntomas exteriores de dolor que se trata de un nacimiento? ¿Es
posible que hagamos las mismas conjeturas al contemplar el
nacimiento de una nueva tierra que haría alguien que estuviera
presenciando un parto humano y desconociera lo que está viendo?
Este
es justamente el escenario que las antiguas tradiciones sugieren que
se está manifestando; somos testigos del nacimiento cíclico de un
nuevo mundo. En las visiones proféticas del evangelio de san Mateo,
el autor utiliza el nacimiento como una metáfora para describir los
acontecimientos que la gente de nuestro tiempo espera ver:
«Habrá
hambrunas y terremotos en diversas partes. Pero todo esto no es más
que el comienzo de los dolores del parto»
(Mt. 24,7-8).'
Durante el último cuarto del siglo XX, los científicos documentaron
unos hechos únicos que parece que no se puedan comparar con nada.
Desde las regiones más profundas de la Tierra hasta los límites de
nuestro universo conocido, hay instrumentos que graban
acontecimientos que sobrepasan en fuerza y duración las anteriores
mediciones, a veces por muchos órdenes de magnitud. En otoño de
1997, empezaron a correr por la World Wide Web, revistas y otros
medios, informes sobre cambios catastróficos en la Tierra y en la
sociedad.
Los artículos describían una variedad de acontecimientos
que iban desde los mega terremotos, aumento en el nivel del mar y
colisiones cercanas con asteroides, hasta poderosos nuevos virus y
la ruptura de la frágil paz de Oriente Próximo, todos ellos con el
potencial de causar estragos y destrucción. Muchos de los artículos
describen fenómenos que concuerdan con las predicciones visionarias
de hace miles de años para esta época de la historia. Tanto las
profecías modernas como las antiguas sugieren que los
acontecimientos de 1997 marcaron el comienzo de un extraño período
en el que se esperan cambios espectaculares.
EL LENGUAJE DEL CAMBIO
Era la segunda semana del mes de julio de 1998. Mi esposa y yo
acabábamos de regresar de un largo viaje en el que habíamos pasado
tres semanas en el Tíbet y cinco en el sur de Perú. Juntos habíamos
realizado viajes sagrados a algunos de los lugares más prístinos y
aislados de nuestro planeta. El propósito de cada viaje era aportar
pruebas claras e importantes de la existencia de una sabiduría
antigua perdida para Occidente hace 1.700 años. Al viajar a lugares
remotos donde las tradiciones se habían conservado durante cientos
de generaciones, tuvimos la oportunidad de hablar con aquellos que
hoy en día todavía viven las prácticas.
En lugar de especular sobre
la validez de los descoloridos textos o traducir los idiomas
olvidados de las paredes de los templos, hablamos directamente con
los monjes, chamanes y monjas de esas regiones mediante guías,
intérpretes y nuestras propias habilidades lingüísticas, hicimos
preguntas específicas respecto a las prácticas que tuvimos el
privilegio de contemplar.
Aunque veíamos las noticias en las grandes ciudades siempre que
podíamos, Melissa y yo estuvimos prácticamente desconectados del
«mundo exterior» durante la mayor parte de nuestro viaje. Entré en
mi despacho justo cuando el fax empezaba a pitar anunciando la
llegada de un- mensaje. Ya había una cascada de papel enrollado que
caía al suelo. Me preguntaba qué mensaje podía ser tan urgente como
para darnos la bienvenida en nuestro primer día de vuelta.
Tras dejar que las primeras páginas salieran del aparato, las recogí
y empecé a ojear los papeles. Había páginas y páginas de información
recopilada de una serie de instituciones científicas desde la
Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA) y del
Departamento de Inspección Geológica de Estados Unidos hasta las
principales universidades y servicios de noticias. Todas las páginas
estaban repletas de tablas, gráficos y estadísticas que documentaban
los acontecimientos inusuales que se habían producido en las últimos
meses. Aparentemente, los investigadores me habían tenido al comente
de los mismos, y dio la casualidad de que yo entraba en mi despacho
justo cuando llegaba otra información.
Las primeras páginas describían detalladamente un acontecimiento
cósmico de proporciones inauditas. El 14 de diciembre de 1997, los
astrónomos detectaron una explosión en la frontera de nuestro
universo conocido, la segunda en magnitud después del Big Bang
primordial. Tal como se relató en las publicaciones científicas casi
siete meses más tarde, los investigadores del Instituto de
Tecnología de California certificaban
que la explosión había durado uno o dos segundos, con una
luminosidad idéntica al resto del universo.' Desde la primera
explosión, se han descrito otras explosiones de magnitud similar.
También había informes del mes de junio de 1998, en que los
científicos habían presenciado dos cometas que colisionaron con
nuestro Sol, acontecimiento que nunca se había visto o documentado
con anterioridad. Al cabo de unas horas de los impactos se produjo
una «espectacular eyección de gas caliente y de energía magnética
conocida como eyección de masa de la corona (EMC)».3 Este tipo de
llamaradas son los desencadenantes de las grandes alteraciones en el
campo magnético de la Tierra, y con frecuencia son las causantes de
cortes en las comunicaciones y en el suministro eléctrico en zonas
muy extensas. Todavía están frescos en la memoria de muchos
científicos los efectos de alteraciones de este tipo que se
produjeron en el mes de marzo de 1989, provocadas por
llamaradas que
superaron en un 50 por ciento los récords anteriores.4
Las hojas siguientes describían estudios realizados en el mes de
abril de 1998, que documentaban lo que muchos ya sospechaban
respecto al tiempo y a las temperaturas extremas que se han venido
produciendo en los últimos años. Por primera vez, un equipo
internacional confirmaba que las temperaturas del hemisferio norte
habían subido más en la última década que durante ningún otro
período en los últimos seis siglos. Además, los estudios habían
revelado que un error en los datos proporcionados por los satélites
habían dado lugar a lecturas erróneas sobre las tendencias
climáticas en el pasado, enmascarando los signos del aumento de las
temperaturas.'
Al temerse un aumento similar en el hemisferio sur,
los científicos del Centro Nacional de Datos para la Nieve y el
Hielo todavía estaban sorprendidos al comprobar con qué rapidez 200
kilómetros cuadrados de masa del hielo de la plataforma Larsen-B se
habían desprendido de la Antártica y habían desaparecido de las
fotografías del satélite. Todavía intacta el 15 de febrero, once
días después había desaparecido, sumergiéndose bajo el agua. El
informe reflejaba la preocupación de que toda la plataforma
Larsen-B, que cubre más de 10.000 kilómetros cuadrados podría
«deshacerse en tan sólo uno o dos años». Estudios adicionales
siguieron explicando el significado de tales acontecimientos y
calculaban que «el derretimiento del hielo antártico podría elevar
el nivel del mar en seis metros».
A principios de 1997, empezó un patrón climático anómalo conocido
como El Niño, que causó estragos en las cosechas, la industria y las
vidas de cientos de miles de personas a escala mundial. Los informes
decían que más de 16.000 personas habían
muerto en todo el mundo, y que se calculaba que los daños ascendían
a 50.000 millones de dólares [casi 10 billones de pesetas]. Los
modelos climáticos convencionales fueron incapaces de predecir este
patrón, resultado de la ruptura e inversión de las corrientes
oceánicas, hasta que ya había comenzado.
Otras hojas indicaban el descubrimiento realizado en 1991, de
misteriosas y nuevas señales que se originaban desde el centro de
nuestra galaxia, y que confirmaban que el polo norte magnético de
la Tierra se había desplazado cinco grados desde 1949-1950.1','2
Junto con los artículos había comentarios de investigadores
destacados respecto a la aceleración y al aumento de la intensidad
del fenómeno. Acontecimientos de años anteriores que muchos vieron
como algo aislado y anómalo, como las llamaradas solares a finales
de los ochenta, ahora se contemplaban como un peldaño en la escala
de estas últimas demostraciones de extremos aún mayores. ¡Todo había
ocurrido dentro de una ventana de tiempo de nueve años! Aunque no me
sorprendía, sentía respeto por el número de acontecimientos y por su
incidencia en un período de tiempo tan breve. Muchos investigadores
sospechan que estos extraños cambios físicos puedan indicar el
inicio de un catastrófico ciclo de cambio que tantas tradiciones y
profecías han predicho.
A simple vista, sin un contexto dentro del cual podamos contemplar
estos informes, en el mejor de los casos pueden parecernos
aterradores. La variedad de acontecimientos que suceden en tan poco
tiempo parece algo más que una mera coincidencia o accidente.
Cualquiera de estos acontecimientos garantiza por sí solo la
atención de los mejores científicos y de las mayores potencias
mundiales. El hecho de que muchos de ellos tuvieron lugar en unas
pocas semanas sugiere que pueda estar desarrollándose otro escenario
sobre el que todavía no hay nada escrito en nuestros modelos de
sociedad y naturaleza.
Muchos estudiosos, profetas contemporáneos y simples profanos creen
que estos poderosos ejemplos de extremos naturales y sociales son
precursores de los acontecimientos que harán realidad las antiguas
profecías de guerra y de destrucción. Sin embargo, las mismas
profecías consideradas en su totalidad nos ofrecen un mensaje de muy
distinta índole. Las antiguas predicciones, lejos de resultar
aterradoras, vistas con los ojos de la nueva ciencia nos dan una
autorizada perspectiva de esperanza y nuevas posibilidades.
LA HISTORIA APUNTA AL PRESENTE
Estaba en un breve compás de espera cuando escuché la voz del
técnico por el auricular del teléfono.
-Empezaremos el programa dentro de tres minutos, en una emisora de
Idaho, a las 20.30 horas -dijo él.
Siempre me he sentido cómodo en la radio. Sin embargo, sentí una
familiar sensación de emoción que me recorrió todo el cuerpo cuando
oí la voz del hombre. Sabía que en las tres horas siguientes
cualquier cosa que dijera sería escuchada por otras emisoras de todo
el país que retransmitirían el programa. Durante meses, a veces
años, se me mencionaría por algunas de las afirmaciones que hiciera
esa noche. Al mismo tiempo, sabía que el mensaje de esperanza que
iba a transmitir en la entrevista ofrecería una nueva perspectiva a
los oyentes. Hice una respiración profunda para concentrarme y estar
preparado. Era un programa en directo y por lo tanto no había habido
ensayos. Lo primero que pensé fue: «¿Cuál será la primera
pregunta?».
Como si me hubiera leído el pensamiento, el técnico volvió de pronto
a la línea.
-Nos gustaría comenzar evocando tu optimismo. Ante tantas
predicciones de caótica destrucción para el final del milenio, ¿por
qué eres tan positivo respecto al futuro del mundo? -Bueno -respondí-. Veo que vamos a empezar por las preguntas
fáciles.
Nos reímos juntos, liberando de este modo las tensiones de
los minutos anteriores. Momentos después la voz del anfitrión del
programa inició la entrevista en directo. Rápidamente nuestra
conversación hizo que las personas que llamaban preguntaran cuáles
eran los retos que se podían esperar en la transición de final de
milenio y entrada en el siglo XXI. Aunque las palabras variaban,
había un tema común en todas las preguntas: la preocupación sobre
cómo afectarían los cambios destructivos a la población humana.
Algunas voces temblaban al compartir visiones culturales y
personales para el final de siglo. Un anciano amerindio de una tribu
que no mencionó, describió unos cambios terrestres específicos que
sus antepasados habían dicho que marcarían los últimos de los tres
«grandes temblores» sobre la Tierra. Estos incluían:
Según la visión de su gente, los cambios profetizados ya habían
comenzado.
Escuché detenidamente. A mi entender, todas las personas que
llamaban tenían razón respecto a las predicciones y detallaban las
profecías justo del modo en que yo también las había escuchado.
Pero, al mismo tiempo, las historias eran incompletas. En las
visiones de nuestros antepasados, la destrucción catastrófica era la
única posibilidad para nuestro futuro. Muchas profecías también
indican otra posibilidad. Sin embargo, las visiones de futuros de
felicidad y esperanza parece ser que han quedado en el olvido o
perdidas por completo a medida que las profecías se transmitían de
generación en generación.
El programa se alargó hasta la madrugada del día siguiente. El
moderador y yo fuimos recomponiendo un contexto en el cual los
extremos de los fenómenos naturales y sociales empezaban a cobrar
sentido. Describí una serie de revelaciones recién descubiertas en
los textos precristianos. Al verse apoyadas estas tradiciones por
las investigaciones recientes, la razón de mi optimismo pronto quedó
clara. Mientras nuestros retos pueden parecer más formidables cada
día que transcurre, mi fe en nuestra capacidad colectiva para estar
por encima de los acontecimientos que nos amenazan no ha hecho más
que fortalecerse.
UNA VENTANA HACIA LOS MUNDOS INTERIORES
Para muchos investigadores, los recientes extremos que se han
producido en nuestro sistema solar, los patrones climáticos, los
cambios geofísicos y los patrones sociales no tienen un marco de
referencia en los modelos de comprensión occidentales. Su formación
les exige ver los sucesos anormales observados por la ciencia como
fenómenos discretos y no interrelacionados, como si fuesen misterios
sin contexto.
Las tradiciones antiguas e indígenas como las de los
amerindios, los tibetanos y las comunidades de Qumrán a orillas del
mar Muerto, ofrecen, sin embargo, un contexto que nos permite
encontrar un sentido al aparente caos de nuestro mundo. Estas
enseñanzas nos proporcionan una visión unificada de la creación y
nos recuerdan, nada más y nada menos, que nuestro cuerpo está
compuesto por los mismos materiales que la Tierra.
Quizá los antiguos esenios, los misteriosos autores de los
manuscritos del mar Muerto, nos ofrezcan algunas de las visiones más
claras sobre nuestra relación con el mundo y con las ciencias del
tiempo y de la profecía. Esos textos de 2.500 años de antigüedad,
apoyados por las modernas investigaciones, sugieren que los hechos
que se
observan en el mundo que nos rodea reflejan el desarrollo de
creencias en nuestro interior. Algunos documentos del siglo IV que
se conservan en la biblioteca del Vaticano, por ejemplo, nos ofrecen
detalles sobre esta relación y nos recuerdan que,
«el espíritu del
Hijo del Hombre fue creado del espíritu del Padre Celestial, y su
cuerpo del cuerpo de la Madre. El Hombre es el Hijo de la Madre
Terrenal, y de ella el Hijo del Hombre recibió su cuerpo. Eres uno
con la madre terrenal; ella está en ti y tú en ella... »
Los esenios nos recuerdan, de la única manera que conocían, una
relación que ahora la ciencia moderna nos ha confirmado. El aire de
nuestros pulmones es el mismo que se desliza sobre los grandes
océanos y se precipita a través de los grandes pasos de montaña. El
agua, que es la que compone el 98 por ciento de la sangre que corre
por nuestras venas, es la misma que una vez fue parte de los grandes
océanos y los ríos de las montañas. A través de los escritos de
otros tiempos, los esenios nos invitan a que nos veamos uno con la
Tierra, en vez de considerarnos como algo separado de ella. Desde
esta visión del mundo tan antigua, se nos presentan dos preceptos
clave que nos guían a través de los mayores retos de la era moderna.
En primer lugar, nos recuerda que los desequilibrios que se producen
en nuestro planeta son reflejos de nuestro estado interior.
Estas tradiciones contemplan la precariedad de nuestro sistema
inmunitario y la proliferación cancerosa en nuestro cuerpo, por
ejemplo, como la expresión interna de una ruptura colectiva que
impide que el mundo exterior nos dé vida.
En segundo lugar, esta línea de pensamiento nos invita a considerar
los terremotos, las erupciones volcánicas y los patrones climáticos
como proyecciones del gran cambio que está teniendo lugar en la
conciencia humana. Está claro que con semejante visión del mundo, la
vida es mucho más que una serie de experiencias diarias que suceden
al azar. Los acontecimientos que tienen lugar en el mundo son
barómetros vivientes de nuestro progreso en un viaje que empezó hace
mucho. Cuando miramos nuestras relaciones dentro de los parámetros
de las sociedades y de la naturaleza, en realidad estamos siendo
testigos de cambios en nuestro interior.
Estas perspectivas holistas
sugieren que los cambios que se producen en el mundo suponen una
oportunidad excepcional para evaluar las consecuencias de nuestras
elecciones, creencias y valores de un modo espectacular, como un
mecanismo de interacción (feedback), si es que se le puede llamar
así. Una vez que reconocemos el mecanismo, despertamos a nuevas
posibilidades de opciones incluso mayores en nuestra vida.
Estas posibilidades de sanación se han mantenido en secreto en las
tradiciones tribales y en las profecías precristianas durante
cientos de generaciones. Ante los ojos de quienes han vivido antes
que nosotros, nuestro calendario parece estar intacto; ahora ha
llegado el momento del gran cambio. Si el mundo exterior refleja
realmente nuestras creencias y valores, ¿es posible terminar con el
dolor y el sufrimiento en la Tierra si elegimos la compasión y el
amor en nuestra vida? Las circunstancias actuales, de placas de
hielo que se funden, aumentando peligrosamente el nivel del mar, de
aumento en todo el mundo de la actividad sísmica y de una tercera
guerra mundial, sólo están en sus comienzos.
Llevados a su máxima
expresión, cada una de estas posibilidades puede ser considerada
como una seria amenaza para la supervivencia de la humanidad.
Nuestro mensaje de esperanza es que todavía no se han materializado
por completo. La clave para abordar estos acontecimientos se
encuentra en el tiempo: cuanto antes reconozcamos nuestra relación
con el mundo que nos rodea, nuestras elecciones internas de paz
pueden proyectarse como patrones climáticos suaves, la sanación de
nuestras sociedades y la paz entre las naciones.
Todavía tenemos la prueba de una poderosa tecnología, olvidada hace
mucho tiempo, oculta en las profundidades de nuestra memoria
colectiva. Cada día vemos la evidencia de nuestra tecnología, basada
en los sentimientos, en la alegría de una nueva vida y un amor
duradero, así como en las situaciones que nos alejan de la misma. Es
esta ciencia interior la que nos capacita para trascender por medio
de la gracia las profecías destructivas de tiempos futuros y los
retos de la vida. En nuestra sabiduría colectiva se encuentra la
oportunidad de iniciar una nueva era de paz, unidad y cooperación
global sin precedentes en la historia de la humanidad.
LA PROFECÍA CUÁNTICA EN LOS DÍAS DE LA ESPERANZA
La ciencia de la física cuántica, desarrollada a principios del
siglo XX, aporta principios que hacen que el tiempo, la oración y
nuestro futuro estén íntimamente relacionados de modos que sólo
estamos empezando a comprender. Entre las fascinantes propiedades de
la teoría cuántica está la existencia de muchas posibles
consecuencias para un momento dado en el tiempo. Si evocamos el
pasaje bíblico de «en casa de mi Padre hay muchas mansiones», la
«casa» de nuestro mundo es la sede de muchas de las posibles
consecuencias de las situaciones que creamos en nuestras vidas. Más
que crear nuestra
realidad, sería más exacto decir que creamos las situaciones a las
que atraemos los futuros resultados, ya establecidos, a ocupar su
puesto en el presente.
Las elecciones que realizamos como individuos determinan qué
mansión, o posibilidad cuántica, experimentamos en nuestras vidas
personales. A medida que nuestras elecciones individuales van
cayendo en amplias categorías que afirman o niegan la vida en
nuestro mundo, las múltiples opciones se fusionan en una sola
respuesta colectiva a los retos del momento.
Por ejemplo, si
elegimos el perdón, la compasión y la paz, atraeremos futuros que
reflejarán esas cualidades. La belleza de la analogía ya citada de
Hermes Trismegisto «como arriba, así abajo», es que nos muestra el
significado de cada elección que ha realizado cada hombre y cada
mujer, de cualquier procedencia, en cada momento. En la ausencia de
dinero o de privilegios, todas las opciones tienen la misma fuerza y
valor. Seguir nuestro curso por las posibilidades de la vida es un
proceso de grupo. En el mundo cuántico no hay acciones ocultas, y
cuenta cada acción de cada individuo. Nos encontramos en un mundo
que creamos juntos.
Ni las profecías antiguas ni las actuales pueden predecir nuestro
futuro; ¡en cada momento perfeccionamos nuestras elecciones! Aunque
nos parezca estar en un camino destinado a un resultado específico,
nuestro camino puede cambiar radicalmente para producir otro
resultado totalmente inesperado (en un período de tan sólo treinta
minutos como en el ejemplo del bombardeo de Iraq). Las predicciones
sólo ofrecen posibilidades. El físico Richard Feynman, considerado
por muchas personas como uno de los más grandes innovadores del
nuevo pensamiento desde Albert Einstein, hablaba precisamente de
este punto clave de la profecía cuando dijo:
«No sabemos cómo
predecir lo que sucederá en un momento dado. Lo único que se puede
predecir es la probabilidad de que sucedan distintos
acontecimientos».14
Quizá los pasajes con más autoridad de nuestros perdidos textos
precristianos hagan referencia a una antigua ciencia conocida hoy en
día como oración. Considerada por muchos como la raíz de toda
tecnología, la oración, que es la unión del pensamiento, el
sentimiento y la emoción, representa nuestra oportunidad de hablar
el lenguaje del cambio en nuestro mundo y en nuestro cuerpo. Las
palabras de otros tiempos nos recuerdan el potencial que la oración
puede aportar a nuestras vidas. Las modernas investigaciones, con el
lenguaje de nuestra propia ciencia, nos ofrecen las mismas visiones.
A finales de los ochenta, el efecto de la oración y la meditación
masiva se pudo documentar mediante estudios que se realizaron en
algunas de las principales ciudades del mundo, donde se pudo medir
el descenso del índice de criminalidad ante la presencia de
continuas vigilias de paz realizadas por personas preparadas para
este fin. Los estudios descartaron la posibilidad de la
«coincidencia» ocasionada por los ciclos naturales, los cambios en
la política social o el cumplimiento de la ley.
Mientras un estado
de calma y de paz se creaba en el seno de los grupos de estudio, los
efectos de sus esfuerzos se dejaron sentir mucho más allá de las
fronteras de las paredes y de los edificios donde tenían lugar.
Mediante una red invisible que parecía impregnar el sistema de
creencias, las organizaciones y los estratos sociales de los barrios
del centro de las ciudades, la elección de la paz por la que optaron
unas cuantas personas alcanzó a la vida de muchas. Había un efecto
directo claramente observable y mensurable en la conducta humana que
estaba en correlación con los grupos que se habían centrado en la
oración y la meditación.
¿Se creó realmente el cambio gracias a aquellos que estaban
centrados en la paz, o las vigilias de oración demuestran otra
posibilidad, con implicaciones aun mayores, hasta la fecha probadas
sólo en los laboratorios? Si las teorías cuánticas mencionadas
anteriormente están en lo cierto, entonces por cada acto de
delincuencia observado en una ciudad ya existía otra situación en
ese mismo momento: otra en la que no existía el delito. Los
investigadores llaman a estas posibilidades «superposiciones», pues
parecen encubrir una realidad con el resultado de una nueva
posibilidad. ¿Existen ciertos tipos de plegaria que atraigan estas
superposiciones a ocupar el centro de nuestro presente? Para que
esto fuera cierto en los experimentos mencionados, por ejemplo, las
situaciones de paz y de delincuencia tenían que existir en el mismo
momento, mientras una de ellas cedía el escenario a la otra. Pues,
según nuestra forma de pensar, es imposible que dos cosas compartan
el mismo lugar a un mismo tiempo; ¿o es posible?
El médico Jeffrey Satinover, en su reciente libro, Cracking the
Bible Code, relata una investigación recentísima que plantea
justamente esas posibilidades. En uno de estos estudios, dice
Satinover, se registraron dos átomos, con propiedades muy distintas,
en un acto que desafiaba las leyes de la naturaleza, tal como las
entendemos hoy en día. Bajo las condiciones apropiadas, ¡los dos
átomos estaban ocupando exactamente el mismo lugar en exactamente el
mismo momento! 16 Antes de que estos estudios se hubieron
verificado, semejante fenómeno se consideraba imposible. Ahora
sabemos que no es así.
Las situaciones que se produzcan en nuestro mundo, en cualquier
momento dado en el tiempo, están formadas por personas, máquinas, la
Tierra y la naturaleza. En su plano más elemental, están formadas
por átomos. Si dos de los componentes básicos de nuestro mundo
pueden coexistir en el mismo instante, entonces se ha abierto la
puerta para que muchos átomos hagan lo mismo, lo que implica que lo
mismo sucede con los resultados. La diferencia puede ser simplemente
de escala.
Con nuestro refinado lenguaje de ciencia cuántica, disponemos del
vocabulario para describir justamente cómo participamos en la
determinación de una situación de nuestro futuro. Nuestros
antepasados, al reconocer que las experiencias de nuestras vidas
existían como acontecimientos situados en el curso del tiempo, nos
recuerdan que, para cambiar la naturaleza de las mismas, basta con
escoger un nuevo rumbo. La diferencia entre esta línea de
pensamiento y la idea de que creamos nuestra realidad manipulando la
estructura de la creación es enorme, y, al mismo tiempo,
extraordinariamente sutil.
En vez de crear o imponer el cambio en nuestro mundo, quizá la
antigua clave a la que se referían los maestros del cambio pasivo en
la historia fuera nuestra habilidad para cambiar de enfoque. Buda,
Gandhi, Jesús de Nazaret y aquellos que participaron en la oración
masiva del mes de noviembre de 1998, todos experimentaron el efecto
de ese cambio. La física cuántica sugiere que al dar una nueva
dirección a nuestro enfoque -allí donde ponemos nuestra atención-,
atraemos un nuevo curso de acontecimientos, a la vez que liberamos
otro que ya no nos sirve.
Puede que sea esto precisamente lo que ocurrió esa tarde de
noviembre en la campaña contra Irak. Aunque en el pasado la fuerza
militar nos sirviera para conseguir nuestras metas políticas, puede
que hayamos llegado a un momento en que hemos superado tales
tácticas. Por extraño que parezca, la antigua amenaza de destrucción
mutua entre potencias con un poder similar ha creado una de las eras
de relativa paz más largas que ha conocido nuestro mundo en los
últimos años. De todos modos, algo cambió esa noche de noviembre.
Con una voz unificada, nuestra familia global eligió concentrar su
atención en la superposición de la paz, en lugar de lograr la paz
mediante una actuación militar. Aunque los aproximadamente treinta
países que participaban en la oración esa noche representaban sólo
una pequeña fracción de nuestro mundo, los efectos fueron muy
poderosos. Esa noche, no se perdieron vidas en Iraq por los
bombardeos. ¿Podría ser que traer paz a nuestras vidas fuera algo
tan simple como
concertar un esfuerzo unificado para concentramos en la paz como si
esta ya existiera? Las antiguas tradiciones nos preguntan por qué
complicamos las cosas.
VOLVER A ESCRIBIR NUESTRO FUTURO
La membrana entre las posibilidades futuras puede ser tan fina que
no podamos reconocer cuándo hemos cruzado la barrera y nos hemos
adentrado en un nuevo resultado. Por ejemplo, el «repentino deseo»
de hacer ejercicio más a menudo, comer de modo diferente o volver a
comprometerse con una relación que se tambalea supone una nueva
elección que rompe la estructura de un patrón actual y que promete
un nuevo resultado. Aunque podamos sentir que la elección ha sido
espontánea o natural, el cambio nos permite ahora experimentar una
posibilidad de salud o de una relación que en el pasado sólo era un
sueño. La oración es el lenguaje que nos permite expresar nuestros
sueños, hacerlos realidad en nuestras vidas. ¿Y si nuestras
elecciones fueran intencionadas?
Ahora, quizá más que en ningún otro momento en la historia de la
humanidad, la elección está en nuestras manos. Una vez que hemos
leído las palabras, reconocido las posibilidades y expuesto nuevas
ideas, no podemos regresar a la inocencia del momento anterior. Ante
lo que hemos visto, hemos de dar sentido a nuestra experiencia.
Podemos olvidar lo que se nos ha mostrado, alegando falta de pruebas
o pocos datos, o podemos permitirnos abrazar oportunidad de una
nueva vida. El momento en que reconciliamos cada nueva posibilidad
es el momento en que empieza la magia; el momento de nuestra
elección.
Mientras el mundo da a luz a una nueva Tierra, las mas terrestres,
los patrones climáticos, las placas de hielo y los cambios
magnéticos son testimonio de los cambios. A la luz de las últimas
investigaciones, ¿cuál es el potencial de aplicar la sabiduría de te
tos de 2.000 años de antigüedad a escala mundial, para responde a
los retos del nuevo milenio con un resultado de sanación, paz y
suave transición? La labor ya ha comenzado puesto que la historia
señala al presente, a los últimos días de la profecía.
Me has dado a conocer tus más profundos misterios.
LIBRO DE LOS HIMNOS, MANUSCRITOS DEL MAR MUERTO 30
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